Por: Franco Berardi (Bifo). 18/11/2024
Tras la orgía de las décadas de la economía neoliberal y la tecnología digital, el organismo consciente colectivo entró en una fase depresiva de la que, al parecer, nada puede despertarlo
Si las cunas están vacías, la nación envejece y decae. (Benito Mussolini)
Las cunas de las naciones del Norte global están vacías desde hace mucho tiempo y lo estarán cada vez más por algunas razones que merece la pena conocer. Más del 50 por 100 de la población mundial vive en países donde la tasa de natalidad es inferior a dos hijos por mujer. Por consiguiente, en la totalidad el Norte global la población disminuye y tiende a envejecer. Los demógrafos predicen que esta tendencia no se limitará a esta parte del mundo, sino que afectará también al Sur global. La población del planeta se ha multiplicado por cuatro en el último siglo, pasando de 2000 a 8000 millones de habitantes, pero es probable que en el siglo XXI se produzca el proceso inverso: la población podría reducirse tan rápidamente como se ha expandido. Sin embargo, ello sucederá con una diferencia decisiva: la mayoría de la población durante el periodo de su expansión era, por supuesto, joven, briosa, orientada hacia la expansión y la conquista.
La mayoría de una población en proceso de contracción es necesariamente anciana. Y como ya vemos hoy en las sociedades europeas, una población envejecida, carente de energía y de imaginación, teme el futuro y percibe lo que ocurre a su alrededor como una amenaza de invasión; por ello reacciona rabiosamente, utilizando las herramientas de las que dispone, que no son las de la energía psicofísica, sino las de la técnica. Una población anciana tiende a proteger sus posesiones (quizá tan solo la mísera pensión obtenida, cuando aún existía el derecho a disfrutarla) frente a una población joven y extranjera, indispensable para esta población envejecida, pero percibida por ella como una amenaza para la redistribución de los recursos. Por eso los europeos son cada vez más abiertamente racistas. No por razones ideológicas (de hecho, todos te dirán: no, no, yo no soy racista), sino por razones psicopatológicas. La demencia senil (egoísmo, victimismo, fobia a lo inesperado, miedo agresivo a la muerte) es la fuerza motriz de la monstruosa entidad política que sigue llamándose Unión Europea, heredera de cinco siglos de colonialismo del que nadie quiere asumir la responsabilidad.
Pero, ¿por qué el declive demográfico es una tendencia irreversible a pesar de las dádivas con las que los charlatanes que nos gobiernan quisieran comprar los vientres de las mujeres? La primera causa es el descenso de la fertilidad masculina, debido a la propagación de los microplásticos. Investigaciones recientes recogidas en este reportaje de la BBC, que incluye entre otros elementos un vídeo de Shana Swan, autora del libro Count Down: How Our Modern World Is Threatening Sperm Counts, Altering Male and Female Reproductive Development, and Imperiling the Future of the Human Race (2021), muestran cómo las moléculas liberadas por el plástico y absorbidas por el organismo han producido y siguen produciendo una disfunción hormonal, que inhabilita la capacidad reproductiva. La disminución de los niveles de testosterona y la reducción de la velocidad del esperma han provocado una reducción de la fertilidad masculina del 58 por 100 en los últimos cuarenta años, en opinión de Shana Swan. Dado que la producción de plástico no disminuye –en 2023 la producción de plástico batió todos los récords precedentes–, debemos esperar que la reducción de la fertilidad continúe, tendiendo hacia el cero absoluto.
Al mismo tiempo, y esta sería la segunda causa, la frecuencia de las relaciones sexuales ha disminuido drásticamente, como atestiguan los trabajos de diversos investigadores (Spiegelhalter, 2015, Jean Twinge, 2018, Luigi Zoja, 2022), que coinciden en afirmar la rarefacción de la frecuencia de los encuentros sexuales entre los seres humanos. En cierta medida, ello es un efecto de la reducción de la testosterona, pero sobre todo es un efecto de la virtualización conectiva. Creo que podemos hablar de sublimación virtual como consecuencia de la hipersemiotización del deseo. La pandemia viral también ha precipitado una tendencia, que se venía gestando desde hacía tiempo: la sensibilización fóbica a los labios, al sexo, al cuerpo, se ha inscrito profundamente en el subconsciente colectivo de la generación, que no por casualidad se autodenomina «última». Una tercera causa de la denatalidad, quizá la más interesante, es cultural o, mejor, psicocultural. La conciencia femenina –y sobre todo el inconsciente femenino– sintoniza con una percepción distópica del futuro, que impregna el imaginario contemporáneo y se orienta a no generar víctimas del infierno climático y militar, que se vislumbra en el horizonte. Por último, debemos tener en cuenta que este tipo de proceso se retroalimenta. Cuando la tasa de fecundidad cae por debajo del umbral reproductivo durante un periodo prolongado, el número de mujeres en edad de procrear disminuye en relación con la población total y el número de ancianos infecundos aumenta progresivamente.
Así pues, la decisión del gobierno italiano de dar 1000 euros a las parejas que tengan un hijo, (no a todas, ojo) es un patético intento de llenar las cunas con treinta denarios. Un intento destinado a no surtir efecto alguno, porque las dinámicas biopolíticas escapan al control de la voluntad política.
La inserción de lo inorgánico
En medio de la orgía, un hombre susurra al oído de una mujer: ¿qué haces después de la orgía? (Jean Baudrillard, Art Forum, octubre de 1983)
En su libro L’inconscient machinique (1978) Guattari razona sobre la inserción de la máquina en el flujo de lenguaje y en el régimen de deseo. «Le sujet et la machine sont indissociables l’un de l’autre» [El sujeto y la máquina son indisociables el uno del otro», p. 165. Guattari propone considerar la inserción de la máquina en el funcionamiento del inconsciente: la inserción de la máquina informática en la producción lingüística y la inserción de la electrónica en el circuito de la relación entre los cuerpos han reconfigurado el deseo, su formación y su expresión. La máquina que ahora se infiltra en el circuito de la imaginación, el lenguaje y la sexualidad ya no es la pesada máquina industrial humeante, sino la invisible máquina electrónica proliferante. No una máquina, sino una concatenación recombinante.
En La società dei simulacri (1980), Mario Perniola escribió:
El simulacro es una imagen carente de prototipo, la imagen de algo que no existe […] el concepto de simulacro implica el rechazo de un prototipo […] está relacionado con las técnicas de reproducción industrial de la imagen (p. 122).
El erotismo de los cuerpos que se tocan, se huelen y se mezclan da paso a la excitación sin orgasmo de lo inorgánico. Electrocución permanente
Años más tarde, en un libro de 1993, Mario Perniola hablaba de la inserción de lo inorgánico en el circuito del deseo y del placer: Il sex appeal dell’inorganico. Lo inorgánico se inserta en el ciclo fluido del inconsciente deseante a través de la simulación electrónica compartida hasta el punto de hacer posible la transmisión a distancia del estímulo neuroperceptivo. Pero la inserción de lo inorgánico produce un efecto asintótico en el ciclo placer-deseo. Una asíntota es una figura geométrica en la que la línea curva siempre se aproximará a la recta, pero nunca la alcanzará. En la relación fluida entre cuerpos físicos, que se mueven en el espacio y en el tiempo, lo inorgánico introduce una discontinuidad inasimilable. El erotismo de los cuerpos que se tocan, se huelen y se mezclan da paso a la excitación sin orgasmo de lo inorgánico. Electrocución permanente.
«El erotismo es el campo en el que los seres discontinuos expresan su nostalgia de continuidad» escribe Dominic Pettman en un libro titulado After the orgy: Towards a politics of exhaustion (2002), pero la inserción de lo inorgánico (lo discreto, lo distinto, lo digital) renueva el impulso infinitas veces y lo pospone infinitas veces, sin olfato ni contacto, es decir, sin acceso a la dimensión del continuum erótico. La repetición continua del estímulo y su ubicuidad producen una excitación ininterrumpida, pero el orgasmo tiende a volverse inalcanzable. La excitación se renueva continuamente sin alcanzar el placer.
Baudrillard intuyó por primera vez esta tendencia que acompaña a la inserción de lo inorgánico: una sexualidad sin límites, pero también sin referente. Una especie de electrocución permanente a la que se ve atraído el cuerpo.
Un cuerpo sin órganos ni placeres orgánicos, enteramente dominado por marcas de cortes en la piel, pequeñas lesiones y cicatrices técnicas, todo ello bajo el signo de una sexualidad sin referencialidad y sin límites [1].
A finales del próximo mes de noviembre, la editorial británica Repeater Books publicará el libro de Adam Jason titulado The New Flesh: Life and Death in the Data Economy, que desarrolla precisamente este tema: nuevos órganos se desarrollan en la práctica de la conexión constante:
[…] el teléfono puede funcionar como una extensión de las funciones operativas de su cuerpo. Puede aumentar sus ojos mediante los cuales los sujetos logran el recuerdo de los acontecimientos a través de la cámara. Igualmente, el teléfono amplía su memoria como planificador y como base de datos (en el sentido mínimamente funcional de almacenar y recordar más que utilizando la memoria propiamente dicha). Incluso puede proporcionar una sensación ontológica de seguridad al yo cuando éste se ha alimentado totalmente de la cuenta, el perfil, la imagen en línea y su contenido[2].
La nueva carnalidad de la que habla Adam Jones va más allá de la distinción entre lo real y lo virtual: la adicción a las prótesis electrónicas conduce a experiencias similares a las que las personas que han perdido un miembro conocen como «miembro fantasma».
El fenómeno del miembro fantasma consistente en que uno siente dolor en un brazo o una pierna que ya no tiene, por ejemplo. Los fenómenos fantasma ya están presentes en la nueva carne, cuando se habitúa a la actividad comunicativa, cuando esta se halla condicionada a estar siempre unida a un receptor (ibid., p. 11).
La orgía de aceleración (hiperestimulación) provoca un rápido decaimiento de la energía, una desconexión del deseo con respecto al placer y, finalmente, un estado de depresión generalizada
La filósofa y psicoanalista Catherine Malabou habla de una recartografía de nuestro ser físico. Puede decirse que la generación que creció en el entorno conectivo apenas adquirió otra cartografía del yo distinta de la cartografía virtual. En este contexto de mutación antropológica, perceptiva y cognitiva es donde debemos considerar la profunda mutación de la sexualidad humana: reducción drástica de la frecuencia del contacto físico, pérdida de la capacidad de distinguir entre percepción física y estimulación virtual, disforia generalizada, anorexia sexual. El efecto de la excitación ininterrumpida y de la intensificación asintótica del placer depende de la intensificación asintótica del ciclo estímulo-respuesta, lo cual provoca un agotamiento del organismo psíquico colectivo. La orgía de aceleración (hiperestimulación) provoca un rápido decaimiento de la energía, una desconexión del deseo con respecto al placer y, finalmente, un estado de depresión generalizada. En las décadas de 1980 y 1990 el arte se sintió fascinado por la inserción de lo inorgánico (pensemos en Stelarc, Françoise Orlan y el ciberarte en general); el pensamiento filosófico también experimentó esa fascinación cuando la cibercultura se estableció como un proyecto tecnopolítico progresista y liberador. Esa fascinación se disolvió cuando la utopía poscarnal se hizo realidad.
En su libro Carnal Thoughts: Embodiment and Moving Image Culture (2004) Vivian Sobchak invierte la cuestión y muestra la otra cara de la excitación tecnófila. La autora sufrió la inserción de lo inorgánico en su carne: tres cirugías sucesivas, la amputación de una pierna y la sustitución de ésta por una prótesis.
Me convertí realmente en un tecnocuerpo y experimenté las variadas dimensiones del placer protésico. Tras tres recurrencias de un episodio de cáncer y tres operaciones me amputaron la pierna izquierda por encima de la rodilla y aprendí a usar y disfrutar de una prótesis (ibid., p. 168).
Desde su punto de vista, Sobchak ridiculiza el erotismo tecnofílico, que había recorrido el pensamiento y el arte entre las décadas de 1980 y 1990 como una emoción perversa, que de alguna manera se perpetua en ciertas posiciones del aceleracionismo. La inserción de lo electrónico en el ciclo del deseo ha conducido a un agotamiento de la energía erótica y de la sociabilidad. Sólo el dolor parece capaz de despertar al organismo de su letargo hiperconectivo. En su crítica a Baudrillard, Vivian Sobchak escribe:
[…] no hay nada como un poco de dolor para devolvernos la cordura, nada como una marca o una herida real (no imaginaria ni escrita) para contrarrestar el romanticismo y las fantasías de trascendencia tecnosexual, que caracterizan gran parte del discurso actual sobre el tecnocuerpo, que se cree que ocupa los ciberespacios virtuales de la posmodernidad (ibid., p. 167).
El dolor atestigua la existencia del otro y la existencia de nuestro cuerpo como alteridad. El dolor es el retorno de la historia, de su innegabilidad, de su obstinada verdad: es la historia la que hiere, devolviendo el cuerpo descarnalizado a su ineludible carnalidad.
Como nos recuerda Jameson: «La historia es lo que duele. Es lo que rechaza el deseo y pone límites inexorables a la praxis tanto individual como colectiva». Y lo que duele nos remite forzosamente a nuestra inmanencia, a lo real y a la necesidad física, si no al mandato ético, de nuestra inherente «capacidad de respuesta». Vivo este muslo no de forma abstracta en «el» cuerpo, sino concretamente como «mi» cuerpo. Así, el dolor agudo, los dolores sordos y el entumecimiento, que, después de todo, no es una sensación, sino la sensación de no sentir, el frío tacto de la tecnología en mi carne, eran distracciones de mis posibilidades eróticas y no, como diría Baudrillard, distracciones eróticas, ibid.
En estas palabras de Sobchak se resume, en mi opinión, la parábola que nos llevó de la excitación aceleracionista de las décadas de 1980 y 1990 al agotamiento que se manifiesta en las formas de vida del nuevo siglo, y que alcanza su plena evidencia en los años de la pandemia: la psicodeflación, el decaimiento de la tensión creciente característica del carácter de la inflación de la hiperactividad y que en un determinado momento encontró su límite, su abismo, su más allá: el virus, el dolor, la muerte. Tras la orgía de las décadas en las que la economía neoliberal y la tecnología digital provocaron la aceleración de la producción, del consumo y, sobre todo, de la circulación semiótica y la estimulación erótica electrónica, el organismo consciente colectivo entró en una fase depresiva de la que, al parecer, nada puede despertarlo.
El escarabajo amarillo
Por supuesto, existe una relación (íntima) entre el declive de la energía sexual y en particular de la heterosexualidad y el hundimiento de la natalidad, que parece ser una de las tendencias más importantes del siglo XXI.
El escarabajo joya australiano, el Julodimorpha bakewelli, siente una atracción fatal por las botellas de cerveza. Durante las últimas décadas diversos biólogos han observado que los machos de la especie se niegan a aparearse con escarabajos hembra en estado salvaje, prefiriendo en su lugar la superficie lisa, brillante e inorgánica del vidrio marrón de las botellas abandonadas. Según los científicos, se trata de una auténtica «trampa evolutiva»: en lugar de actuar para la procreación de la especie los insectos acaban disipando toda su energía sexual volcándola en un objeto extraño y sintético (Laura Tripaldi, «Sesso supernormale», Nero, NOT).
En la tendencia a agotar la reproducción humana intervienen otros factores, ante todo la conciencia indecible, inconfesable, pero también irreprimible, de que el experimento humano ha terminado. Tal vez el experimento humano únicamente pueda continuar transfiriendo la memoria al autómata cognitivo con capacidad de procesamiento inteligente. O tal vez tan solo pueda continuar, como en el famoso relato de Margaret Atwood «Handmaid’s Tale», mediante la reproducción técnicamente asistida. Reproducir la vida sin las mujeres es la utopía de la dominación transhumana total, porque significa, por fin, evacuar la vida de la vida y así hacer por fin posible la matematización del lenguaje y de lo social.
Pero tal vez sea mejor la nada.
Recomendamos leer Franco Berardi, Bifo, «Thomas Matthew Crooks», «¿Qué estoy haciendo?» Diario Red, El tercer inconsciente (2022), La segunda venida (2021), Futurabilidad (2019), Fenomenología del fin (2017) y Quarant’ anni contro il lavoro (2017).
Artículo aparecido originalmente en Il disertore y publicado con permiso expreso del autor.
[1] Jean Braudrillard, «Simulacra and Science Fiction (Simulacres et science-fiction)» y «Ballard’s “Crash” (“Crash” de Ballard)», Science-Fiction Studies vol. 18, núm. 3, noviembre de 1991, pp. 313-320.
[2] Adam Jones, The New Flesh: Life and Death in the Data Economy, Londres, Repeater Books, 2024, p. 7.
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Fotografía: Diario red. ISTUBALZ