Por: Sergio Zeta. Contrahegemonía. 16/09/2020
Si hay algo que puso en evidencia con más fuerza la pandemia, es que el capitalismo, como forma de organizar la sociedad, no puede garantizar algo tan básico como la vida. No resultan tan evidentes, en cambio, las vías para su superación. Quienes supongan que la pandemia puede dejar lecciones provechosas para que quienes detentan el poder cambien el rumbo, no tienen en cuenta o desconocen la lógica del capital y los estragos que ésta ocasiona en las subjetividades que van siendo despojadas de todo rasgo humano de empatía y solidaridad.
Otra evidencia que reafirma esta pandemia es que lo que se consigue clamando a los de arriba es nada en comparación con las vitales necesidades de nuestro pueblo por lo que urge organizarnos lxs de abajo para disputar el poder de transformar nuestras vidas y nuestras realidades.
Apenas un ejemplo entre tantos y que hoy ha tomado mayor visibilidad es la destrucción de los ecosistemas. Un ejemplo de esto, que hace unos meses ni se hablaba y hoy es tapa de noticas, es la cría industrial de ganado porcino que ha demostrado que más que cerdos, crían enfermedades y pandemias. Quienes hace mucho tiempo nos vienen alertando sobre las graves consecuencias de la depredación de los capitalistas sobre los bienes de la naturaleza adelantan que tras el Covid 19 se alistan en gatera varios virus más. Contra toda lógica de preservación de la vida esto no llevó a rever la forma de producción de alimentos sino a planear estrategias que les permita sacar el problema de sus territorios y diseminarlos por el resto de un mundo hoy apremiado por profundas crisis económicas, sociales y políticas. Es así como China decidió trasladar gran parte de su producción porcina a países como la Argentina. Parafraseando a Atahualpa Yupanqui, “las pandemias son de nosotros, los cerditos son ajenos”. Es sabido que no inventaron nada. Ya en 1992, el vicepresidente del Banco Mundial Lawrence Summers recomendaba trasladar las industrias contaminantes a los países dependientes porque tenemos “costos más bajos con menores salarios, por lo que las indemnizaciones a pagar por los daños serán también más bajas que en los países desarrollados…. las sustancias cancerígenas tardan muchos años en producir sus efectos, por lo que esto sería mucho menos llamativo en los países con una expectativa de vida baja, es decir, en los países pobres donde la gente se muere antes de que el cáncer tenga tiempo de aparecer[i]”.
Lo único que diferencia a Summers del resto de quienes vienen gobernando el mundo es su poca capacidad de disimulo. Reveló con sus dichos no sólo la catadura moral de una clase social sino la racionalidad que rige al sistema capitalista: solo es bueno y sensato lo que aumente la tasa de ganancia y si ésta no coincide con la preservación de la salud y la vida, mala suerte, preanunciando esta lógica otra “inevitable” catástrofe. Catástrofes que, como el cambio climático, las pandemias, la pobreza, el hambre, la desesperanza, se ciernen sobre una humanidad dominada por el capital.
Intencionalmente poco se habla del modo que en el que ha enfrentado Cuba la pandemia. En contraste con el resto del mundo, demostró que se puede salir partiendo de otras lógicas. No exportó sus capitales para apropiarse de bienes comunes y naturales sino envió miles de médicos y medicinas. Su motor no fue la competitividad sino la solidaridad y la complementariedad, a pesar de la crítica situación de desabastecimiento que padecen desde hace décadas por el bloqueo y hoy profundizadas por las salvajes y criminales políticas de destrucción de Trump. Pensar una integración latinoamericana en base a estos parámetros no es un delirio, ya en su momento Hugo Chávez había convidado desde el ALBA a reconfigurar las relaciones políticas y económicas en Nuestramérica en base a similares parámetros, propuesta combatida por los países lacayos de EE.UU y desoída por los “progresismos”.
Y así como todo proceso social visibiliza algunas cuestiones también invisibiliza otras que hoy resultan vitales. Mientras las pantallas se enfocan en las largas filas en busca de un café de Starbuks, por abajo, lejos de las lógicas del capital, abrazando las de la solidaridad y poniendo en el centro a la comunidad, miles y miles de compañeros/as mantienen funcionando la sociedad, ponen el cuerpo y el alma y se organizan solidariamente para llevar ayuda a otro/as miles que carecen de recursos imprescindibles para su subsistencia. Una vez más, a contrapelo de las lógicas del capital que todo lo colonizan, es imprescindible que estas construcciones desde abajo, solidarias, comunitarias, se desplieguen, invadan y trastoquen todo, se acumulen fuerzas y se cuestione el poder. Se va la vida en ello.
“Democracia”, derechas y protagonismo popular
Otra evidencia que ya no se puede ignorar es que el régimen “democrático” representativo liberal es un eslabón en la cadena de la dominación. La imagen de cartón de Esteban Bullrrich en el Congreso constituye una buena metáfora del poder político para los intereses populares. La “democracia” ha perdido toda connotación de decisión popular para referirse apenas al goce pasivo e individual de algunas salvaguardas del llamado Estado de derecho.
El caso del grupo económico Vicentín –grupo de estafadores y explotadores para hablar en criollo-, ilustra cómo la “democracia” se sostiene sobre el mandato de la letra constitucional por la que “el pueblo no delibera ni gobierna”. Por un lado, sectores del poder económico y político se enervan y tildan de “antidemocrática” la sola posibilidad de que alguien se inmiscuya en las decisiones privadas empresarias –como si éstas no afectaran a millones y no estuviera el sudor y la sangre de lxs trabajadores en la base de sus fortunas- mientras otros amagaron tímidamente con una restringida intervención estatal para apuntalar la empresa. La coincidencia entre todos fue dejar fuera de las decisiones a los actores populares, como lxs trabajadores aceiteros -agrupados en su democrática y combativa federación sindical-, o la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) e importantes organizaciones socio-ambientales, que intentaron vanamente que las palabras del presidente sobre el “interés nacional” y la “soberanía alimentaria” no sean frases que el viento se lleva y la sed de ganancias entierra. Mientras la “grieta” se ensancha, la lista de quienes podríamos imaginar fácilmente de uno u otro lado se hace más larga.
Las declaraciones de Eduardo Duhalde –quien más que reporteado debiera estar preso- sobre la posibilidad de un golpe de Estado y su alerta sobre un clima peor al ‘que se vayan todos´” de 2001, sintonizan con un rasgo evidente del clima de época: el de avance de derechas radicalizadas y rabiosas a la vez de varias rebeliones populares en el continente, hoy en “pausa” producto de la pandemia. Sus dichos resultan un emergente de que el capitalismo -a diferencia de cuando anunciaba el triunfo definitivo de la economía de mercado y la “democracia”- considera hoy a esa “democracia” como un lastre. Se hace más general el aliento a este clima que acompaña, desde la política, lo que el empresariado viene aplicando en sus empresas. Ellos lo saben, los Estados “democráticos” no están dando respuestas a las mayorías y no van a dudar en aprovechar esta situación para profundizar sus planes de controlarlo todo sin intermediarios y sin concesiones de ningún tipo para los sectores populares, como Techint, o Alfredo Coto, con más de 600 trabajadores contagiados por Covid, o como los Blaquier, que en el Ingenio Ledesma son responsables del contagio de centenares de trabajadores y de la muerte de 16 de ellos. Hoy es evidente en Jujuy la dictadura empresaria.
El aliento a este clima de época tiene como consecuencias el incremento del “gatillo fácil”, los femicidios, la furia de la “vecinocracia”, que clama por “mano dura” y se expresó violentamente contra lxs mapuches en Villa Mascardi o atacó un corte de ruta en la autopista Buenos Aires-La Plata al grito de “andate negro villero”, la represión a trabajadores y trabajadores que defienden sus fuentes de trabajo. Ya no se trata sólo de la oposición. Cuando Sergio Massa reacciona a la toma de tierras, no con planes de vivienda y empleo, sino con amenazas de quita de Asignación Universal por Hijo (AUH) y el IFE, o cuando María Eugenia Bielsa, la Ministra de Desarrollo Territorial y Hábitat de la Nación declara que “lo que está sucediendo respecto de las tomas, en muchos casos, tiene que ver con situaciones más delictivas” habilitan –e incitan- a que haya quienes decidan reponer el “orden” con palos, piedras o a los tiros.
La política de Alberto Fernández de “reconciliación” con las FF.AA, de militarización de la cuarentena, de implementación del represivo Plan Centinela, la defensa y sostenimiento de un fascista como Berni, la construcción del derechista y “amigo” Horacio Larreta como posible recambio sistémico, abre puertas a la derecha desde la vía institucional. La “reforma judicial” constituye una pelea en las alturas que avanza en modificaciones secundarias a una Justicia desprestigiada, que no cambiará su carácter elitista y de clase sin profundas transformaciones debatidas seria y colectivamente.
Por nuestra parte, desde las izquierdas nos cuesta trascender la denuncia o terciar con propuestas que reconstruyan lo colectivo y lo común frente a la supuesta antinomia “mercado-estado”, mantener independencia frente a la “grieta” (que no significa abstención ni neutralidad) y avanzar en la construcción de otro sistema político verdaderamente democrático, con el pueblo como protagonista colectivo. Ante el preocupante crecimiento de las derechas neofascistas se defiende el régimen político existente bajo el argumento que es mejor que lo que puede venir. Parece sensato, pero resulta absurdo y muy peligroso. Las derechas, las únicas que presentan una (ilusoria) alternativa, crecen porque el pueblo ya no aguanta más el orden establecido de una “democracia” con la que “ni se cura, ni se come ni se educa”, en la que reina la impunidad entre los ladrones de guante blanco mientras se llena las cárceles de pobres y ya ha ocasionado más de 7 mil muertes y desapariciones como la de Facundo Castro.
Es necesario incorporar voces de izquierda a las instituciones o proponer mecanismos para perfecciona la “democracia”. Pero no alcanza y es muy peligroso quedar entrampados en la vía institucional. Se trata de recuperar el derecho del pueblo a decidir y a construir sus propias instituciones y a protagonizar las decisiones sobre el conjunto de todo lo que haga a la vida colectiva. Deberá ser, como diría Mariátegui, “creación heroica” y no adaptación a lo existente.
Deuda –pago –deuda – pago, la historia sin fin de la dependencia y desigualdad
La deuda externa, al mismo tiempo que nutre las arcas imperiales refuerza las cadenas de la dependencia. Al empresariado local, que sea fraudulenta, ilegítima e ilegal no le importa en lo más mínimo, ha ganado con ella y seguirá haciéndolo.
La alegría compartida entre el oficialismo y gran parte de la oposición por el acuerdo con los fondos de inversión -más allá de un alivio temporario en los pagos que no va más allá del 2025- remite a la consolidación de un rumbo que coloca en el centro al extractivismo exportador. El país se ordena en torno a la generación de dólares para el pago. Entre la agroindustria sojera para la exportación y la producción de alimentos para el pueblo se priorizará al primero. El impacto sobre el empleo es enorme y desmiente declaraciones optimistas. Según datos del propio Ministerio de Agricultura, un pool de siembra de 17.000 hectáreas de soja y maíz emplea sólo a 21 personas. Esa misma extensión de tierra, destinada a la agricultura familiar con métodos agroecológicos, podría ocupar no menos de 2.500 personas y produciría verduras para alrededor de 2 millones de personas, con fuerte impacto en el arraigo rural, la descentralización productiva y un descenso en la precarización de la vida urbana. ¿A cuál de las dos alternativas deberíamos denominar desarrollo?
Un Fondo como Black Rock se frota doblemente las manos: por el acuerdo en una renegociación que le asegura cobrar la deuda con altos intereses (un 3,5% frente al 0,5% de interés de la Reserva Federal en los Estados Unidos) y porque el aliento extractivista le permitirá importantes ganancias en empresas donde tiene participación, como YPF o Pampa Energía.
Se alega que en las ya iniciadas negociaciones con el FMI no se aceptarán exigencias de reformas laborales, previsionales y tributarias que este organismo requiere. Pero no se advierte que la lógica del sometimiento a la deuda motiva a aplicarlas por cuenta propia. Estas reformas ya están curso de hecho. La película, que es una reedición de otras que ya hemos visto se llama “echale la culpa a la pandemia”, ha caído brutalmente el salario, ha crecido la precarización, el aliento al teletrabajo, la suspensión de gran parte de los convenios, la reforma en el cálculo jubilatorio que dejaría de considerar la inflación, los trascendidos sobre cambios regresivos en la tributación de ganancias y en los aportes patronales. Estos son algunos indicadores que las reformas están en marcha, aún no adopta la forma de leyes cuya sanción, el pueblo ya demostró, tendría un costo político muy alto.
El retroceso en la propuesta de una renta básica universal y los anuncios de un probable plan de $8.000-ligado a un empleo de media jornada para 4 millones de personas-, indican que el hambre y la pobreza no serán prioridad y que siguen buscando la manera de proveer mano de obra barata al mercado al que sí decidieron auxiliar. Los fondos que se destinaron al auxilio empresario son seis veces mayores que los que se utilizaron para los insuficientes planes sociales. Que las políticas públicas sean cada vez menos universales no es menor. La focalización en algunos sectores –aunque se aleguen problemas presupuestarios debido a la deuda y la pandemia – no constituye un “primer paso positivo”. Resultan muy certeras las palabras al respecto de Isabel Rauber quien señala que “las políticas públicas, si no son derechos universales resultan dádivas y, en vez de empoderamiento, fomentan el desarraigo, la no pertenencia y la no apropiación de lo logrado”
Festejar el alivio temporal a los pagos de la deuda externa oculta el entramado de dependencia y desigualdad que se tejen con sus hilos, así como abandonar todo proyecto de independencia nacional y de soberanía popular..
Ya en el año 2.000 el juez Ballesteros dictaminó la ilegalidad de la deuda dando por probados 477 delitos cometidos en su toma. No sorprendería, si se investigara, que la deuda macrista superara tal record. No pagar una deuda fraudulenta de la que el pueblo no vio un peso es sin dudas una cuestión de ética y justicia. No pagarla es también una cuestión de interés de clase, el bienestar popular debería estar por encima del interés de la clase capitalista. Pero todo esto resulta insuficiente y no logra conmover la eficaz hegemonía alrededor de su pago. ¿Quién no escuchó a un familiar, un vecinx, un compañerx de trabajo que, aun sabiendo todo lo anterior, nos dice que “las deudas se pagan”? ¿O alegue que “no tenemos otra que pagar”?
Es que con la deuda se está debatiendo mucho más que de fraudes o de ajustes, se debate un proyecto de país y sociedad. El de los sectores dominantes viene siendo hegemónico, aún fragmentado entre quienes proponen “crecer para pagar” y quienes alegan “ajustar para pagar”. Coinciden en concebir el pago cómo llave hacia el futuro.
Desde los sectores populares y las izquierdas denunciamos la falsedad de tales promesas y lo que sucederá si continuamos pagando. La ecuación es siempre la misma: ellos contraen la deuda, se llevan la plata y nosotros, el pueblo trabajador, la pagamos y nos empobrecemos cada vez más. Pero necesitamos percatarnos que ateniéndonos a la denuncia permanente no logramos transformar la realidad, sino convertirnos en profetas de las malas noticias. Más que concitar simpatías, hay quienes sienten la tentación de “matar al mensajero”.
Podremos superar el “denuncismo” desde la superación de una doble carencia:
Por una parte, la de un movimiento amplio, arraigado por abajo, de suspensión del pago e investigación de la deuda. Podría hacerse realidad desde la convicción de que más allá de declaraciones de “personalidades”, siempre necesarias y valoradas, deberá arraigarse bien abajo, desde barrios, colegios y empresas. Abandonando seguidismos al gobierno que alientan a no hacer olas, así como sectarismos que no se percatan que un proyecto sostenido en la fuerza popular vale más que la “exactitud” ideológica de mil palabras.
Por otra parte, la de un proyecto alternativo que aporte trazos gruesos de sentido, de los que el pueblo pueda apropiarse para repudiar el endeudamiento. No es lo mismo caer en un default que decidir un no pago soberano que retome las riendas de los rumbos del país. Los pueblos que toman el destino en sus manos y repudian las cadenas de la deuda, no son los que más la sufren, sino aquellos capaces de vislumbrar que una patria grande liberada y una sociedad con igualdad y regida por la soberanía popular son posibles. Los ejemplos de Ecuador en el 2007 y de la Argentina rebelde del 2002 abonan en este sentido.
La Argentina como semillero de viejos y nuevos sujetos de transformación que la crisis del capitalismo va pariendo
El triunfo de Alberto Fernández en las últimas elecciones a la presidencia ha resultado útil para sacarnos de encima a Mauricio Macri, pero no habilita a considerarlo un gobierno popular ni a suponer que su contenido de clase y su rumbo estén en disputa. Lo que parecen ser idas y vueltas, sus amagues y retrocesos, reflejan las tensiones de un gobierno que asume con un capitalismo en crisis y con un pueblo que ha demostrado a través de la historia saber resistir y luchar por sus derechos y que hoy puede parecer agua calma, pero “ellos” bien saben que hace falta solo un poco de viento para que las olas crezcan, avancen y se tornen imparables.
Haber elegido a lo más concentrado del empresariado, a la burocracia sindical y a los caudillos provinciales del PJ para festejar el 9 de julio constituye una postal de la alianza de clases y sectores de clase que sostienen a Fernández y con quienes proyecta su gobierno. Algunos paliativos a la indigencia –aunque no a la pobreza- completa la alianza con un sector de los llamados movimientos sociales que le aportan gobernabilidad y con un sector minoritario de clases medias plebeyas y progresistas a la que dirige parte de sus discursos.
A pesar de lo atípico de los tiempos de pandemia, se puede entrever para dónde cincha el gobierno en la disputa por quién pagará los costos de la crisis, lo que no varía con el postergado aporte por única vez a las grandes fortunas… si es que se concreta. También vislumbrar los sujetos negados, aquellos que desde el poder se oculta, en la construcción irreal de un capitalismo “en donde todo ganen”. Sujetos negados que alguien llamó alguna vez los “nadies”, que carecen de la figuración que otorga rondar por las periferias del poder, pero constituyen los potenciales protagonistas y sujetos de transformación. Si no son ellxs no lo será nadie y el país seguirá desbarrancándose.
En un somero e incompleto recuento, desde una mirada que trascienda el ámbito de la producción para abarcar la reproducción social y la acumulación por desposesión, encontramos a las mujeres, doblemente atacadas, en su rol de trabajadoras y en el de quienes sostienen la reproducción de la vida que el capital amenaza. Aunque el gobierno llegue a adoptar alguna especie de legalización del aborto –siempre que valore que le permitirá avanzar en la canalización e institucionalización del masivo y disruptivo movimiento de mujeres y diversidades de género- intenta aplazarlo lo más posible, para no conmover los cimientos del poder, del que la Iglesia es uno de sus pilares en la Argentina. Y para no sentar el precedente de que el deseo pueda imponerse por sobre el mandato y el deber.
Asimismo, se multiplican las comunidades directamente afectadas por el saqueo y la contaminación extractivista de los bienes de la naturaleza. Desde la resistencia surgen nuevos sujetos y organizaciones, como las asambleas socio-ambientales o colectivos de médicos y científicos contra los pesticidas y los cultivos transgénicos. Pueblos originarios enfrentan el mismo enemigo, mientras campesinxs y trabajadores de la agricultura familiar levantan las banderas de la soberanía alimentaria contra el agronegocio. Nacen agrupaciones de jóvenes contra el cambio climático al compás de la movilización global.
Enfrentando el desempleo y la pobreza estructural, trabajadores desempleados, de la economía popular o de barrios precarizados se organizan bajo diversas modalidades y resisten la reconfiguración de los territorios al servicio del capital. El clientelismo, el asistencialismo estatalista o el corporativismo son tensiones existentes y hoy mayoritarias, resistidas con miradas que politizan los reclamos en la articulación de actores y derechos que el capital niega. A caballo de la profundización del extractivismo, del que la especulación inmobiliaria es un componente esencial, se agravan la falta de vivienda y la cuestión urbana, que desde el gobierno se amalgama con “inseguridad” y se encara con métodos represivos.
Lxs trabajadores siguen siendo un componente esencial para la pelea contra el capital. La combativa y masiva movilización de aquel marzo del 2017 que hoy parece tan lejano, al grito de “poné la fecha la p…” está guardada en la memoria popular y podrá reactivarse ante la profundización de los ataques por parte del nuevo gobierno, la impunidad empresaria y la complicidad burocrática que aún en momentos tan críticos que ha puesto al pueblo trabajador en situaciones dramáticas, no ha sido capaz de ponerse a la cabeza de la defensa de los derechos elementales arrebatados. Será entonces tal vez “con la cabeza de los dirigentes” Al compás de las transformaciones en el mundo del trabajo, aparecen nuevos contingentes de trabajadores, como los cientos de miles de jóvenes trabajadores de plataformas que, en condiciones de suma precarización, han comenzado a organizarse sindicalmente y a luchar por sus derechos.
En el capitalismo argentino actual, la educación ha dejado de ser una herramienta integradora y promotora de cierta igualdad. Se bifurca en una lucrativa educación para pocos, junto a otra que cumple la función de producir mano de obra precarizada y de mera contención social. Nuestra pelea ya no se trata sólo de la tradicional lucha docente por el salario y el presupuesto, sino de enriquecerla con una pelea de la comunidad educativa por el derecho a la educación, los derechos de lxs niñxs y adolescentes, por buenas escuelas y por sus contenidos. En cuanto al conjunto de lxs trabajadores, no se trata entonces sólo de expulsar a la burocracia, sino de repensar y transformar las propias organizaciones de pelea sindical, para democratizarlas de raíz, abarcar los nuevos los problemas y abrirlas a la comunidad educativa.
El aumento de la represión y el “gatillo fácil” contra la juventud no constituyen excesos o residuos del pasado sino una política de Estado. Las víctimas son jóvenes y adolescentes pobres. Crecen en todo el país las llamadas “marcha de la gorra”. Familiares, vecinos, amigos/as y profesionales se organizan exigiendo justicia. Desde el poder, con la indispensable ayuda de los medios de comunicación, se intenta aislarlas antagonizándolas con la “inseguridad” vinculándola a los barrios más pobres. Los responsables tanto de los asesinatos de nuestros jóvenes y adolescentes como de la inseguridad se encuentran del mismo lado y las soluciones sólo pueden provenir de la intervención colectiva.
En la resistencia al control social y a la mercantilización de la cultura, brotan colectivos de comunicación alternativa, de arte y culturales, de resistencia digital y de todo tipo de valiosas iniciativas, que bullen bajo la losa mortal del capital.
La lista de sujetos que se van constituyendo se va haciendo más larga al compás de la crisis civilizatoria y de las resistencias –fragmentadas- de los pueblos.
Nombrarlas es casi un ritual en quienes intentan construir alternativas de superación al capital. Sin embargo, a la hora de la construir alternativa política se los deja de lado y se buscan protagonistas entre los políticos y las instituciones del viejo sistema o se emulan sus prácticas.
Izquierdas, fragmentación y proyecto político-social
Siempre fue notoria la contradicción entre la gran combatividad del pueblo trabajador argentino -sostenida en la fortaleza y extensión de su organización de base-con el hecho que a la hora de una proyección política que decidiera los rumbos del país, se terminara delegando en representantes del poder del capital. Resulta tan llamativo este contraste con la gran fortaleza desde abajo, que el historiador Adolfo Gilly lo denominó “anomalía argentina”. En tiempos pasados que ya sólo se recrean en forma ilusoria, la Argentina pudo conciliar intereses y poderes antagónicos -tan contrapuestos como los que esa “anomalía” describe- bajo el techo de un mismo partido político. El escritor Osvaldo Soriano describe en “No habrá más penas ni olvido” la tragedia de cuando esta convivencia comenzó a ser imposible, en una escena en la que un trabajador combativo y su asesino gritan al unísono, uno antes de morir y el otro al apretar el gatillo, “Viva Perón, carajo”. En forma menos literaria y más trágica aún, tanto Facundo Castro como Sergio Berni se referenciaban en el peronismo. Aunque el primero militara en “Jóvenes por la memoria”.
La situación, en tiempos de pandemia, hace más urgente aún construir la independencia del pueblo trabajador de los proyectos del capital que de una u otra manera–ya sea en forma descarada o buscando consensos imposibles- terminan jodiéndonos la vida. Las izquierdas no estamos logrando aportar a esta independencia que cuaje en un horizonte común para las clases populares, horizonte que eludiendo las prioridades del capital, ponga en el centro la reproducción de la vida y la felicidad del pueblo.
Nuestra creciente fragmentación no encontrará vías de solución, en tanto no coloquemos en el centro de nuestras prácticas el aporte a la articulación del pueblo trabajador, fragmentado en múltiples actores sociales. Las peleas sectoriales, si bien imprescindibles para defendernos de los ataques del capital y para la constitución de los actores sociales, si no encuentran modos de articulación social y política, terminan por enmascarar que todas las opresiones tienen raíces comunes que responden a la misma lógica del capitalismo patriarcal y racista. Como sostiene la escritora y militante popular Isabel Rauber, necesitamos superar “… el predominio de la vieja cultura política que separa y contrapone lo social-reivindicativo de lo político-social y de la supremacía de las prácticas que la sostienen. Y cómo, según esa concepción, lo reivindicativo tiene un techo que se transforma en obstáculo para la comprensión de lo político y para la acción política, se considera indispensable “dar el salto” y pasarse a las filas de un Partido Político, considerado el único espacio donde supuestamente se protagoniza la política”[iii].
Las izquierdas partidarias, junto y en plano de igualdad a la gran diversidad de organizaciones que el pueblo creativamente va construyendo, necesitamos superar la escisión entre la “política” -a la que se abocan los Partidos- y la lucha reivindicativa a la que se relega al pueblo. Las clases dominantes pueden soportar mil luchas pero tienen muy claro el peligro que corren de darse esta articulación y acusan de “hacer política” a toda lucha que amenace con trascender las reivindicaciones sectoriales. Las izquierdas no tenemos similar claridad y a la hora de “hacer política” nos atenemos a esa “vieja cultura política” que señala Rauber.
A diferencia de los partidos del capital, rescatamos la lucha popular y participamos de ella, lo que resulta muy valioso. La pelea por conseguir alguna reivindicación, un plato de comida, algunos pesos más es imprescindible, el riesgo que corremos es la despolitización de los/as compañeros/as cuando los temas políticos quedan a cargo de militancia. Doble despolitización en tanto que, si la política implica la acumulación de fuerzas y la construcción de poder popular, desacumulamos ante el desánimo que causa el deterioro constante de que lo que se consigue hoy con la lucha, mañana se pierde en las ofensivas del capital.
Fuera de la referencia del pueblo trabajador, al trascender a la política apenas en su nombre, en el gris terreno de una política escindida, de gestos sin pueblo, las izquierdas mayoritariamente se fueron replegando sobre sí mismas en un juego de espejos, o se adaptaron a proyectos ajenos. Proyectos ajenos que, como el del PJ, más allá del voto, hace décadas ya no constituye una vía de expresión del pueblo trabajador y espacio de diálogo con el mismo.
Recuperando el terreno del diálogo con nuestro pueblo en el terreno de las luchas, del aporte a su articulación unitaria (aunque diversa) y a su construcción como sujeto social y político al mismo tiempo (cosa que el capital no admite), necesitamos superar la tentación de esencializar algún sector del diverso pueblo trabajador elevándolo sobre el resto y a “confundir entonces la propuesta de horizontalidad en las interrelaciones sociales con una determinada forma organizativa”[iv].
Necesitamos anunciar desde hoy el nuevo mundo, la nueva sociedad a construir sobre la derrota de las fuerzas que sostienen al capitalismo patriarcal. Anunciar que un eco-socialismo feminista es posible, necesario y urgente. Pero no servirá hacerlo desde el púlpito y la soledad sino recuperando lo que en germen ya construye y prefigura nuestro pueblo. Desde la identificación de cada componente de nuestro pueblo fragmentado, para su fortaleza y articulación, construyendo fuerza política y social. Desde los movimientos como el necesario para la suspensión del pago de la deuda que podamos construir. Desde el rechazo a la adaptación a lo existente y la recuperación de las tradiciones rebeldes.
Necesitamos una alternativa social y política capaz de construir una conducción no jerárquica común de la diversidad de los sujetos populares, con la capacidad de sintetizar en nuevas identidades plebeyas las diversas tradiciones y bagajes de izquierdas y de todos/as quienes decidan que no quieren más de lo mismo. Puede ser la última y real barrera a los neofascismos que brotan del bárbaro y salvaje capitalismo existente, en el que la humanidad corre el riesgo cierto de perderse para siempre.
[i]https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/1-21638-2006-04-20.html
[ii]Rauber, Isabel. Descolonizar la subjetividad. Hacia una nueva razón utópica indo-afro-latinoamericana. La Habana, Editorial [email protected], 2018
[iii]Rauber, Isabel. Idem
[iv]Rauber, Isabel. Idem
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Fotografía: Contrahegemonía