Por: Marianicer Figueroa A. Otras Voces en Educación. 13/08/2016
En honor al Instituto Educativo Aquiles Nazoa y a la eterna maestra Josefina Rivero
Jorge, mi hijo menor, cursaba el segundo grado en una maravillosa escuela, lamentablemente hoy dia cerrada, y cuyo lema impreso en las camisas de su uniforme rezaba una de esas frases magistrales del poeta eterno Aquiles Nazoa: “Creo en mi mismo puesto que sé que alguien me ama”.
En ella, Jorge transcurrió toda su escuela básica teniendo maravillosas experiencias para aprender significativamente no solo de los contenidos prescritos en el curriculum, sino de la vida misma.
En ese segundo grado a mitad de año, por esas cuestiones laborales que suelen acontecer en las escuelas, le fue asignado intempestivamente una maestra suplente debido a dificultades personales que impidieron que la maestra que tenía terminara el año escolar con ellos.
Como todo cambio a mitad de año, la dinámica de adaptación tanto de los niños y niñas, como de nosotros los padres y madres y de la propia maestra, trajo sus bemoles, no solo por lo que implica adentrarse a cambiar rutinas establecidas ya con el ritmo de la anterior maestra, sino por lo que conlleva a una maestra incorporarse de sopetón a una escuela con una visión humanista de la educación, con un evidente interés de aprender desde todo aquello que tuviese pertinencia y sentido, visión a la que en ocasiones se nos acerca en los centros de formación de docentes, solo desde la teoría y no desde la vivencia práctica.
En este escenario, una tarde Jorge llegó a casa con una tarea que aunque parezca usual en muchas escuelas, no lo era en una escuela como la “Aquiles Nazoa” pues debía llevar un texto escrito producto de un dictado que alguna persona en casa le hiciera. Mi hijo disciplinado en eso de hacer las tareas, me pidió le hiciera el dictado, solicitud que me sorprendió y a la que le contesté que no me parecía que era una tarea con la que aprendiera ese maravilloso arte de hilar letras, palabras, frases e ideas con propósito y con sentido.
En esos días recién había culminado una maestría en lectura y escritura y mi posición ante la escritura reproductiva, era bastante firme en tanto rechazarla como verdadero acto de escritura, a pesar de saber de la funcionalidad que ella tiene si se utiliza didacticamente como estrategia para conocer y apopiarse de la superestructura de los textos. A pesar de ello y frente a la insistencia de mi hijo impulsada por su preocupación de no cumplir con lo asignado, decidí hacerle el dictado que recuerdo empezaba diciendo algo más o menos así: “ Esto es un escrito que mi mama me está dictando sobre su opinión sobre la copia y el dictado, la diferencia que tienen con la verdadera escritura, y la importancia de leer y escribir con sentido sobre todo cuando debemos aprender a ser escritores y no reproductores de ideas” y por allí iba el dictado en el que fui explicando con palabras simples lo importante de propiciar en la escuela desde los primeros grados, escrituras espontaneas y no solo reproductivas.
Jorge, disciplinado y en modo automático copiaba lo que le dictaba, hasta que casi finalizando el texto llegó un momento que se percató de lo que escribía y me dijo que él no iba a entregarle esa tarea a la maestra porque se iba a molestar. Yo lo contuve diciéndole que el dictado lo firmaría con una nota a la maestra en la que me ofrecía a conversar sobre la misma, y así lo hice.
El día siguiente, esperé con ansias la respuesta de la maestra, pero no llegó ninguna. Tuve que esperar una posterior reunión de padres, cuando con una sonrisa nerviosa me comentó que le había parecido muy gracioso ese dictado y me indicó que estaba deacuerdo conmigo pero que esa era la política de la escuela.
El cuento resumido, es que apenas tres o cuatro semanas después, ya teníamos otra maestra suplente en el aula, no porque la hubiesen botado, sino porque cuando hablamos de proyectos educativos, no solamente somos los padres los que escogemos las escuelas que creemos puedan aportar al proyecto social de crianza y formación que se parezca a las ideas que tenemos en familia, sino que las y los docentes con vocación, más allá de un salario y de las condiciones laborales, también permanecen en aquellas instituciones que se parecen a los ideales que han construidos sobre lo que es la educación, la enseñanza, el aprendizaje, la autoridad escolar y principalmente la función social que tiene la escuela en su totalidad.
Así nos los hizo saber Josefina Rivero, la directora de la escuela, cuando nos entrevistó como padres que queríamos que nuestros hijos estudiaran allí, quien después de explicarnos de la praxis de la escuela, nos preguntó: ¿Creen que el Aquiles Nazoa se parece a lo que hacen y predican ustedes como familia?, ¿Creen que nuestro proyecto educativo puede fortalecer y enriquecer lo que esperan sean sus hijos el día de mañana? ¿Les molestaría que Jorge tuviera como compañero en el salón un niño o niña con discapacidad o de una clase social diferente a la de ustedes? ¿Podrán ustedes como familia nutrir esta idea de que creemos en una sociedad justa e inclusiva y que desde esa idea podemos formar ciudadanos responsables de sus derechos y con conciencia de la importancia de defender y respetar el derecho de todos y todas?, y ese fue el examen de admisión, no solo para padres, sino para todo el personal administrativo, docente y obrero que laboraba en la escuela
Pensando en la diatriba existente en torno a la calidad educativa y en esa idea de resemantizarla mas allá de su valoración a partir de los resultados de pruebas estandarizadas en matemática, ciencias y comprensión lectora, el Aquiles Nazoa como espacio de micropolitica educativa fue la escuela que como familia sentimos le brindó la más alta calidad educativa a nuestro hijo, en tanto le permitió en cinco años contínuos asumirse como un ser social en un mundo dispar y lleno de desigualdades, y a entender el lugar del conocimiento en ese contexto y con eso nos damos por servido.
Desde esta perspectiva, si lo pienso ya a nivel macropolítico, el tema de la calidad de la escuela y por ende de la educación, me permite abordarla desde la responsabilidad y las posibilidades que tienen los sistemas educativos de alcanzar los objetivos y propósitos que cada sociedad le determina, lo que implica que es preciso que pueda pensarse, desarrollarse y evaluarse sobre la base del cumplimiento del mandato social que los pueblos le asignan a la educación.
En el caso de Venezuela este mandato queda explícito en diversos instrumentos jurídicos como la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV, 1999), la Ley Orgánica de la Educación (LOE, 2009), la Agenda Alternativa Bolivariana (AAB, 1996) y el Plan de la Patria 2013-2016, en los que se define a la educación como un derecho humano que además de ser humanamente liberador, contribuye a la construcción de una sociedad justa e igualitaria y de cómo utilizar el conocimiento para ello.
Esta posibilidad de que la Educación desde sus diferentes niveles: aula, escuelas, universidades, región educativa, proyecto educativo de país, le proporcione a la “vida una salida” en tanto la educación cumpla su verdadera funcion para la inclusión y la justicia social, puede suceder en tanto se de permiso para “pensar de otro modo” al estado y su vinculación con los organismos internacionales dictadores de modelos hegemónicos para medir la calidad, a los sistemas y políticas educativas, a la escuela, a la labor de directivos, maestros y maestras, de las y los estudiantes, padres y madres, entre otros actores cuyos roles requieren ser replanteados desde lo que Deleuze G. (1995) llama acontecimiento y vida, al referirse con ello a la liberación de la vida de aquello que la aprisiona.
Gracias Josefina por tu sueño educativo, que aportó a nuestro sueño de familia, y sin duda alguna al sueño de un país que apuesta cotidianamente a redefinirse, a pesar de nosotras y nosotros mismos.
Fuente: http://otrasvoceseneducacion.org/archivos/129640
Fotografía: otrasvoceseneducacion