Por: Laura Taffetani. 23/10/2024
La guerra contiene historias de gente de carne y hueso que nos ofrece una realidad imposible de soslayar. Una carta escrita por una niña palestina de 10 años y el relato de una periodista cuya casa fue destrozada son pinceladas del horror. A 82 años del diario de Ana Frank.
El genocidio en Gaza y ahora en el Líbano nos trae imágenes estremecedoras que vemos en línea con pasmosa cotidianeidad. Pero esa guerra tiene historias, historias de gente concreta que nos ofrecen las singularidades necesarias para salir del libreto oficial de los medios masivos de desinformación y explorar con nuestros propios sentidos una realidad imposible de soslayar.
La semana pasada, la Editorial Boltxe publicó una carta que se encontró debajo de los escombros de una casa bombardeada por los sionistas en Gaza.
La carta había sido escrita por una niña palestina llamada Rasha quien, con tan solo 10 años de edad, dejo escrito su testamento:
“Por favor, no lloréis por mí, porque me pondría triste. Espero que mi ropa pueda ser donada a los necesitados, y mis cosas a Rahaf, Lana y Batool. Las cajas de bisuterías deberían ser donadas a Batool. En cuanto a mi paga de 50 shekels mensual, quiero que la mitad sea para Rahaf y la otra mitad para mi hermano Ahmad. Me gustaría que Batool tenga mis juguetes. Por último, por favor, no le gritéis a mi hermano Ahmad. Por favor, cumplid estos deseos”
Para las generaciones que crecimos después del holocausto judío, si hay un ícono que nos marcó en relación el horror vivido por ese pueblo frente al nazismo fue el Diario que escribió la niña de familia judía, Ana Frank, de 13 años de edad mientras se encontraba oculta de la ocupación nazi. Ana, junto con su familia fue descubierta tiempo después y enviada a un campo de concentración donde finalmente murió por las condiciones de detención. Los diarios llegaron a manos de su padre, único sobreviviente y por ello pudimos conocerlos.
¿Cómo podíamos imaginar que ochenta y dos años después, otra niña, en este caso palestina, más pequeña aún, dejara por escrito el testimonio del horror que les toca vivir al pueblo palestino sojuzgado por el “Estado” de Israel, que dice ser judío como la familia de Ana y que fue recientemente acusado por la Corte Internacional de Justicia de la Haya por el delito de genocidio?
Muchos y muchas pensamos que no hay razón de estado alguna que pueda justificar ningún genocidio en el mundo pero pensar que alguna puede ser invocada por quien lo ha sufrido es de una paradoja estremecedora, sólo explicable en la lógica geopolítica del capitalismo global que no duda en convertir en verdaderos infiernos nuestras tierras para obtener los recursos necesarios que permitan sostener y acrecentar sus ganancias.
A poco de conocer la carta de esta niña Palestina, una compañera periodista Wafica Ibrahim, directora del medio libanés Al Mayadeen, nos relató que su casa en un barrio residencial de Beirut fue demolida totalmente por los mismos misiles sionistas que destruyeron la casa de Rasha, sólo que en este caso Wafi no se encontraba dentro y salvó su vida milagrosamente.
Donde había una casa antes, hoy hay un baldío. Cuentan muchos compañeros y compañeras que esa casa era un lugar de puertas abiertas como el corazón de Wafi, que siempre tenía un lugar para albergar las almas militantes de distintos lugares del mundo de internacionalismo sincero. Esa casa hoy es un gran pozo, un pozo que se tragó los mejores recuerdos de Wafi y con ellos seguramente un poco de su vida.
Es cierto que a veces no encontramos las palabras exactas para describir la dimensión del horror pero también es cierto que viene una niña como Rasha o una sonrisa como la de Wafi para volver a imponer orden en este mundo y devolver a la historia su honra y dignidad.
En las historias singulares se abrigan también las respuestas.
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Fotografía: Contra hegemonía web