Por: Jesús Lara. 28/07/2021
En un estudio de 2007 sobre el desarrollo industrial en Guadalajara, que ilustra el callejón sin salida al que lleva el modelo económico en México y su fe ciega en la Inversión Extranjera Directa, los investigadores Kevin Gallagher y Lyuba Zarsky hicieron la siguiente caracterización de AMLO, prácticamente al calor de las recién concluidas elecciones presidenciales de 2006:
“Mientras que (AMLO) defendió la imposición de restricciones al TLCAN, no llamó a un cambio fundamental en la dirección de la política económica mexicana, como sus críticos argumentaron. En efecto, ningún candidato tenía mucho que decir, en público al menos, acerca de cómo promover el crecimiento de las empresas mexicanas, construir un mercado interno en México, o trabajar en nuevas formas para impulsar las perspectivas de avance tecnológico en México[1]”.
Es posible identificar, pues, que incluso el AMLO más “intransigente” del 2006, que, concuerda la mayoría, experimentó una “involución” hacia posiciones más moderadas y pragmáticas para sus campañas de 2012 y 2018, carecía de una propuesta seria que cambiara de fondo el modelo económico de México para generar crecimiento y reducir la desigualdad. Y, sin embargo, ambos elementos siempre estuvieron presentes en el discurso obradorista acerca de la transformación que se buscaba para México. Son ya famosas las declaraciones en que AMLO afirmó que sin crecimiento económico no puede haber bienestar; acto seguido se comprometía a que México creciera a tasas del 4 y hasta el 6 por ciento anuales. Todavía en el Plan Nacional de Desarrollo, se hablaba de promediar 4% durante el sexenio, alcanzando el 6% al final del mismo.
Cuando el estancamiento económico se hizo evidente en 2019, el discurso presidencial tomó un giro inesperado. En lugar de reconocer que la actual estrategia económica -una mezcla de continuidad e improvisaciones- no estaba resultando efectiva, AMLO relegó la importancia del crecimiento económico. La proposición fundamental fue que, aún en el estancamiento o la recesión, el combate férreo combate a la corrupción sería condición suficiente para mejorar la vida de los pobres de México. La política de salarios mínimos y de transferencias monetarias del Presidente alimentaron el ánimo de una parte de la opinión pública, ante la decepción provocada por la austeridad republicana, los recortes a servicios públicos, el aumento en la militarización de la seguridad pública, y un largo etcétera.
Pero la realidad ha terminado por desnudar al discurso. Después de casi medio de millón de muertos tras la pandemia, la crisis económica que provocó, y la falta de medidas para contenerla, sabemos lo que era evidente: la pobreza laboral aumentó en nuestro país y se coloca en máximos históricos, al pasar, en el último año, de 31.7 a 35.3%. Simultáneamente, la masa salarial se contrajo en casi 800 millones de pesos. ¿Cómo sucedió eso a pesar de los aumentos en el salario mínimo? Además de la salida de 1.6 millones de personas de la Población Económicamente Activa, y el aumento de 1.1 puntos en el desempleo abierto, se suma el enrome incremento de la subocupación, que pasó de 8.4 a 13.8%. Del mismo modo, la población que gana más de 3 salarios disminuyó en el último año.
El aumento del salario mínimo, pues, se torna impotente ante la acelerada destrucción de empleos formales y la creciente precariedad laboral, resultadas ambas del estancamiento económico que inició desde 2019 y se convirtió en crisis en abril de 2020. Las transferencias monetarias, incapaces por sí mismas de atenuar la gran variedad de carencias de las masas populares, se ven amenazadas por la erosión de la recaudación del gobierno y manejo caprichoso del presupuesto.
Y, en medio de este panorama sombrío, persiste en el discurso Presidencial la misma idea: que el neoliberalismo -al que AMLO, incorrectamente, identifica con corrupción generalizada de gobierno y empresas – está acabado, y que los grandes problemas del país, los de los pobres en primer lugar, se están solucionando a pasos acelerados.
Pero, si algo demuestra la historia de los países periféricos es que los episodios esporádicos de mejoras en la distribución del ingreso y calidad de vida de las masas populares han coincidido con periodos de acelerado crecimiento económico y, este último, ha sido el resultado de estrategias de largo plazo cuyo objetivo central ha sido desarrollar las capacidades productivas internas para romper la situación desfavorable en que se hayan nuestros países en la división internacional del trabajo. México no es la excepción. En nuestro país, y en gran parte de América Latina, este episodio sucedió aproximadamente entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el final de los años 70s. El Estado asumió la tarea de industrializar al país mediante la sustitución de importaciones, primero de bienes de consumo y después de bienes de capital, implementando gran cantidad de políticas industriales y teniendo ingerencia directa en la actividad económica del país. La “época dorada” o “el milagro mexicano” son algunos de los adjetivos para ese periodo, tras las imponentes tasas de crecimiento de entre el 6 y el 9 por ciento anuales. No es sorpresa, pues, que en varios momentos, AMLO afirmara que el modelo que proponía para México era muy similar al llamado “Desarrollo Estabilizador”, que abarcó los sexenios de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz (1958-1970) y estuvo caracterizado por baja inflación, estabilidad cambiaria y acelerado crecimiento económico.
Ríos de tinta han corrido para defender o atacar ese modelo económico. Afortunadamente, se han alcanzado algunos consensos al respecto. Los más importantes son que el modelo económico de Industrialización Dirigida por el Estado (IDE) generó desequilibrios importantes en el balance fiscal y externo (balanza de pagos), alimentados por una baja recaudación fiscal, altos requerimientos de importaciones para la industria y un sesgo antiexportador de la misma. Al mismo tiempo, no hay duda de que el crecimiento económico y de la productividad fueron muy elevados, cuando se compara con el desempeño en periodos posteriores y ulteriores, así como con el desempeño durante otros países en le mismo periodo.
Sin embargo, hay aún más debate en torno a quiénes fueron los beneficiarios de este acelerado crecimiento económico. Puesto en otros términos, ¿qué tan equitativo fue el desarrollo económico en nuestro país durante la IDE? El análisis de las investigaciones clásicas y recientes sobre el tema, permiten arrojar las siguientes conclusiones:
En primer lugar, el acelerado crecimiento económico fue incapaz de alterar significativamente la profunda desigualdad que ha caracterizado históricamente a la sociedad mexicana. Sin embargo, tampoco hay evidencia de que la desigualdad de ingresos haya aumentado durante el periodo. Lo que se observa es, en contraste un aumento nada desdeñable en la participación de los sectores medios en la distribución del ingreso. Quienes disminuyeron su participación, en cambio, fueron los sectores de menor ingreso (los 4 menores deciles) y el 10 por ciento más rico del país, como se observa en la gráfica 1. Es decir, este fue el periodo de ascenso de la clase media mexicana. Sin embargo, en términos absolutos, el ingreso de todos los grupos por ingreso aumentó significativamente.
Un reciente estudio de Bleynat et al (2020) analiza la evolución de la desigualdad y los estándares de vida en México durante 1800-2015. El resultado más importante es que “en México, mientras que los salarios reales se duplicaron […] el PIB per cápita por trabajador incrementó 8 y media veces”. Esto quiere decir que, durante dos cientos años, los trabajadores mexicanos pudieron apropiarse de una muy pequeña parte del crecimiento económico. Y sin embargo, la mayor parte de esta mejora se obtuvo en el periodo de la IDE. La gráfica 2 muestra una tendencia decreciente del producto por trabajador dividido por el salario. Esto significa que, en el periodo, el salario aumentó más que la retribución al resto de “factores de producción”. Adicionalmente, se observa una clara tendencia ascendente de la medida de bienestar de Allen, que divide el salario nominal entre el costo de la canasta alimentaria para una familia de 3.5 personas.
Del mismo modo, la participación del trabajo en el ingreso aumentó sustancialmente, hasta alcanzar su máximo histórico en 1980 (gráfica 2). ¿Cuáles son los factores que explican estos cambios? En la Gráfica 3 se observa la gran transformación estructural que sufrió la economía mexicana durante el periodo: la urbanización de la población y la fuerza laboral. En efecto para 1963, la mayor parte de la fuerza laboral se encuentra ya trabajando en las ciudades. Pero la tendencia más importante es que este proceso de urbanización no estuvo caracterizado por un crecimiento importante del sector informal. Esto es, la mayor parte de la población que emigró del campo a la ciudad, fue capaz de encontrar un empleo formal. El empleo informal, por su parte, creció apenas en 4 puntos porcentuales.
La transformación estructural de la economía mexicana puede verse más allá de las dimensiones formal-informal que, en estricto sentido, se refiere exclusivamente a la relación entre las unidades económicas y la regulación del estado. La proporción de trabajadores asalariados aumentó de 51.1 a 63.4%. Por otro lado, la proporción de auto empleados cayó de 37.4 a 23.2%, y la proporción de trabajadores en la agricultura tradicional (de subsistencia) cayó de 44 a 24.9%[2]. Son estas transformaciones estructurales las que explican mejor la evolución de los salarios en la industria, en el sector informal y en el campo que muestran en la gráfica 4. La dinámica crecimiento económico → aumento del empleo formal → aumento de los salarios en todos los sectores de la economía, es la que explica la creciente participación del trabajo en el producto y el auge de los sectores medios.
Y es, precisamente, la destrucción de esta dinámica a partir de 1982 la que explica las pérdidas absolutas y relativas de la clase trabajadora y masas populares mexicanas. Desde entonces, la historia de la economía mexicana consiste en la informalización del mercado de trabajo, el deterioro de los salarios, la caída en la participación del trabajo en el ingreso y el aumento de la desigualdad de ingresos. No es sorprendente, pues, que el único candidato que denunció estas tendencias y se comprometió a revertirlas haya terminado por ganar la Presidencia de la República. Pero, del mismo modo, nadie debería admirarse de que esas tendencias no solo no se reviertan, sino que en varios aspectos se agudicen, puesto que no se hace nada esencialmente distinto a lo practicado en los 36 años posteriores.
En resumen, el nivel de vida de las masas mexicanas pudo mejorar en el periodo de la segunda posguerra, en parte por el contexto internacional que favorecía el crecimiento económico, pero fundamentalmente por el modelo económico que puso el énfasis en el desarrollo de las capacidades productivas internas mediante la industrialización del país. Este modelo, sin embargo, incapaz de romper la dependencia y alterar significativamente la enorme desigualdad de nuestro país, cayó por su propio peso, abriéndole de par en par las puertas al neoliberalismo. Las lecciones de la historia son claras: la mejora en la calidad de vida de las masas populares demanda, simultáneamente, un elevado desarrollo de las fuerzas productivas y un contundente golpe a la extrema desigualdad y dependencia. Cada vez queda más claro, sin embargo, que esto no vendrá, ni de las clases dominantes y sus aliados, ni de valientes caudillos inspirados. La organización popular y su gobierno son la única salida.
Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] Gallagher, K. P., & Zarsky, L. (2007). The enclave economy: foreign investment and sustainable development in Mexico’s Silicon Valley. Mit Press: viii
[2] Juan Carlos Moreno-Brid and Jaime Ros. “The Golden Age of Industrialization”. En Development and Growth in the Mexican Economy: An Historical Perspective. (Oxford: Oxford University Press, 2009): 119.
Referencias
Altimir, O., Distribución del ingreso en México: ensayos, vol. 1. Mexico City, 1982.
Bleynat, Ingrid, Amilcar E. Challu, and Paul Segal. “ Inequality, Living Standards, and Growth: Two Centuries of Economic Development in Mexico .” ECONOMIC HISTORY REVIEW, (November 22, 2020).
Frankema, Ewout. “Reconstructing Labor Income Shares in Argentina, Brazil and Mexico, 1870-2000.” Revista de Historia Económica / Journal of Iberian & Latin American Economic History 28, no. 2 (September 2010): 343–74. doi:10.1017/S0212610910000091.
Gallagher, K. P., & Zarsky, L. (2007). The enclave economy: foreign investment and sustainable development in Mexico’s Silicon Valley. Mit Press.
Juan Carlos Moreno-Brid and Jaime Ros. “The Golden Age of Industrialization”. En Development and Growth in the Mexican Economy: An Historical Perspective. (Oxford: Oxford University Press, 2009).
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Fotografía: Cemees