Por: Carlos Escudero Nuñez. Iberoamerica social. 09/08/2019
Resumen: Se analiza la confianza desde un enfoque de la sociología política, buscando identificar en los roles de la colectividad, su funcionalidad como institución articuladora de procesos de participación y consolidación en democracias participativas y legitimas. Reflejar la situación de la confianza como tal, no entendida como una cuestión aislada y subjetiva sino dependiente y sometida a los acontecimientos colectivos sociales, económicos, culturales y políticos. A partir de los elevados niveles de descredito y deslegitimación que se vienen dando hacia las instituciones políticas, los partidos políticos y el Estado, se ha creado un clima de inestabilidad democrática a nivel global, latinoamericana continúa teniendo los índices más elevados de crisis de confianza, movilizando otras crisis, en cuanto a crisis de legitimidad. La incursión al terreno político en los últimos años, de grupos religiosos de índole pentecostal continua a ser una cuestión para debatir, ya que al verse minada la confianza en las instituciones políticas, la confianza del electorado se estaría volcando hacia una confianza estimulada en un providencialismo pentecostés, de forma peligrosa para la frágil laicidad de los Estados democráticos latinoamericanos.
Palabras Clave: Globalización, Confianza, Instituciones Políticas, Desconfianza, Desalineamiento.
Abstract: Confidence is analysed from an approach of political sociology, seeking to identify in the roles of the community, its functionality as an institution that articulates processes of participation and consolidation in participatory and legitimate democracies. Reflect the situation of trust as such, not understood as an isolated and subjective issue but dependent and subject to collective social, economic, cultural and political events. From the high levels of discrediting and delegitimization that have been given to political institutions, political parties and the State, a climate of democratic instability has been created at a global level, Latin America continues to have the highest rates of crisis of confidence, mobilizing other crises, in terms of crisis of legitimacy. The incursion into the political terrain in recent years of religious groups of a Pentecostal nature continues to be a matter for debate, since when confidence in political institutions is undermined, the confidence of the electorate is turning towards a confidence stimulated in a providentialism Pentecost, in a dangerous way for the fragile secularism of Latin American democratic states.
Key Words: Globalization, Confidence, Political Institutions, Mistrust, Misalignment.
Introducción
La confianza es algo que normalmente entendemos como una cuestión abstracta o un fenómeno más bien psíquico que físico, “una cuestión de lo familiar en la vida cotidiana” (Luhmann), los hechos que se manifiestan hacen que la conceptualización que tengamos de la confianza sea una cuestión algo más que solo una palabra mitificada y mediada por el tiempo y las diferencias culturales. En repetidas ocasiones escuchamos desde la pepsicología, que la cuestión de la confianza es un fenómeno que parte de elementos personales e individuales y únicamente propios del sujeto social, -como si la relación «sujeto – objeto» fuera descartable. No hay mayor error en considerar la confianza como algo ajeno a factores sociales, económicos, políticos y culturales. La colectividad moldea la confianza y la hace normativa, esta a su vez, se vincula a nuestras acciones en el medio institucionalizado, que recíprocamente se manifiestan en el sujeto, legitimando o deslegitimando las acciones colectivas. Tener confianza personal, es ya de por sí una cuestión bastante excepcional, fuera del contexto social, si tenemos en cuenta la cuestión del sujeto como entidad institucionalizada, por otro lado, la confianza se verá reforzada a partir de motivaciones externas, como, por ejemplo; la formación político partidista, o mediante una conformación de un colectivo político pluralista.
Los principios de credibilidad, confianza y receptividad en la sociedad global se han visto bastante perjudicados en los últimos años, con las llamadas nuevas tendencias y virajes populistas electorales. Las secuelas que, a partir de la década de los noventa comenzaron a manifestarse en la región, nos llevan a analizar cuáles son las construcciones sociales, políticas, económicas y culturales que pudiesemos replicar dentro de un contexto político y democrático, sin quedar en la reproducción de los modelos de otrora. Los fenómenos de las crisis de legitimidad, crisis económicas y crisis políticas han ido incrementándose, yendo en contravía con la relación simbólica que dejo de existir en el contexto social y el plano político comunitario, las personas estarían dando un viraje, en cuanto al tipo de confianza y a quienes la otorga. En países donde la información y la formación son inconstantes y abundan elementos como las fakenews, la desconfianza seria mucho más fuerte hacia las instituciones políticas en donde los ciudadanos tienen menos formación e información que los que son ciudadanos de países en donde este referente de formación e información es “más fuerte”.
Hoy por hoy, se hace apología de la desconfianza al considerarla como un elemento propio de una racionalidad critica, insatisfecha y no conformista, sin embargo, la desconfianza constante es símbolo de problemas de mayor envergadura en la sociedad actual, puesto que refleja patologías en algunos casos crónica en el cuerpo social. La corrupción, la desigualdad social, las crisis económicas, las crisis políticas, las crisis de legitimidad, entre otras situaciones son propias de una sociedad en donde la desconfianza individual ha ganado terreno por encima de una confianza en la colectividad. ¿Es la pérdida de confianza y sus crisis, vías para la consolidación política de otros actores no-políticos en la región? ¿Al desincentivar la participación colectiva se estaría fragmentando la participación política y por ende la participación y confianza electoral?
Latinoamérica ha hecho avances plausibles en cuanto a la consolidación de las democracias, sin embargo, continúa siendo una de las regiones más olvidadas y desiguales, y que están siendo alcanzadas por movimientos religiosos pentecostales que identifican una problemática en el sujeto olvidado. Aún falta, que estás democracias sean constantes y duraderas, sobre todo que reciban la legitimidad que solo los pueblos saben hacer. Sin embargo, vemos que los niveles de participación política, la poca confianza política y electoral en las instituciones, están haciendo retrocesos. La tendencia parece ser, que en algunos años posiblemente, sea volver a lo básico, tomar las riendas de la sociabilidad y volcarnos a la participación de acciones colectivas, más puntuales, fortalecidas y eficaces, las acciones individuales continuaran, sin embargo, se podrán nivelar con más participación, ya fuesen cooperativas, clubes deportivos, culturales, sociales, sindicales, de lectura, clubes de toda clase y acciones participativas de las diferentes tendencias. Al final, el papel de hacer política democrática será al congregarse para discutir acciones sencillas que luego se pueden tonar complejas y organizadas.
(Des)confianza en las Instituciones Políticas ¿Su razón de ser?
Cuando hablamos de confianza en las Instituciones Políticas debemos entender primero el significado de esta definición, la confianza a priori es vista como un elemento subjetivo en el cual se expresan: valores, juicios, criterios, estos algunas veces llenos de un espectro moralizador dependiendo de la cultura en donde se desarrolle. Algunas veces esta confianza deberá ser reforzada mediante la “legitimización y la legitimidad” (Guillén & Monsiváis, 2017), para que la reciprocidad esperada a nivel de las macro instituciones tenga éxito. Ya que la confianza a nivel societal solo es conseguida mediante acciones consensuadas y legitimizadas, por el orden social. “Marx Weber consideraba que esta legitimidad estaba vinculada al concepto de orden y al de dominación, aclarando que se trataría en todo caso de dominación legitima y orden legítimo” (Ainaga, 2000, p. 38). El concepto de confianza se puede entender también como instrumento de supervivencia del aparato estatal sobre los sujetos, mediante la legitimidad, ante esto, Confucio decía que;
Si el Pueblo fuera conducido apenas por medio de leyes y decretos impersonales y si fuera traído a la orden apenas por medio de castigos, el apenas necesitaría evitar el dolor de los castigos evitando la transgresión por miedo del dolor. Pero si el fuera conducido por la virtud y guiado por el orden el ejemplo y por los ritos en común, el tendrá el sentimiento de pertenecer a una colectividad y el sentimiento de vergüenza al actuar contrariamente a ella y así, se comportará libre y espontáneamente a voluntad. (Belchior, 2015, p. 15)
El ejercicio del poder requiere de un cierto grado de cooperación por parte de aquellos sobre quienes se ejerce. “La autoridad impuesta esencialmente mediante la coerción, la violencia o la amenaza de un castigo no solamente tendrá dificultades para conducirse con eficiencia, sino que será inestable si no consigue construir un apoyo” (Guillén & Monsiváis, 2017).
Los niveles que existen en la confianza como categoría analítica, ejemplo; la confianza personal (en uno mismo), o la confianza en los otros, así como la confianza política y parlamentaria (en los demás), va haciendo que la definición, tome dimensiones duales. Sin embargo, ambas categorías no dejan de ser complementares una a la otra. El punto medular de esta discusión no es en tanto cuanta confianza puede albergar una persona o dejar de tener, si no, cuanta de esta integración de confianza en el cuerpo social está condicionada y condiciona la legitimidad en los escenarios del Estado y las Instituciones que le rodean. ¿Confiamos por desconocimiento? ¿O por familiaridad? ¿Es la ingenuidad parte de la confianza? ¿Y la información parte de la desconfianza?
Niklas Luhmann, define la confianza desde la perspectiva de los sistemas sociales y la complejidad, ya que como menciona; «la confianza representa un riesgo» en donde se deben dar cuatro condiciones para que la misma pueda operar, siendo estas:
Primero, debe haber un mutuo compromiso que debe ponerse a prueba en ambas partes, entre el alter ego, si no se pone a prueba el compromiso, pues no operaria la posibilidad de aceptar o rechazar la apuesta. En segundo lugar; se debe conocer bien la situación exacta en la cual se va a poner a prueba tal compromiso, las situaciones en la cual nos involucramos, tanto para alter como para ego se nos hacen conocidas y por ellos, éstas se nos hacen familiares. Tercero, la confianza sólo puede ser ofrecida más no exigida. No existe un orden del más allá que nos imponga la oferta de confianza puesto que ello implicaría una exigencia en la cual uno no puede tener la libertad de rechazar la oferta. Cuarto; la confianza se gana con el riesgo que ello implica, es decir, se debe esperar que una de las partes acepte la oferta de confianza. (Mariñez, 2013)
La confianza tiene que ver con lo familiar por otro lado, no en cuanto a relación familiar, sino con las circunstancias de la familiaridad de los hechos y fenómenos de lo cotidiano. “En la complejidad de lo social, resulta poco probable que podamos vivir únicamente en un mundo meramente familiar” (Mariñez, 2013). las relaciones que involucran expectativas y vínculos interpersonales, los cuales se hacen cada vez más improbables, no resultan ser suficientes para poder invertir en aquella empresa riesgosa como lo es la confianza.
Con lo complejo de la construcción de la confianza como tal; se requieren entonces de nuevos procesos y/o mecanismos cada vez más diferenciados e impersonales como los sistemas funcionalmente diferenciados. “Luhmann indica que la confianza interpersonal es sustituida por la confianza sistémica, es decir confianza en los distintos sistemas sociales de la sociedad como los sistemas interaccionales, organizaciones y funcionales” (Mariñez, 2013).
Es un mecanismo de reducción de complejidad ante las decisiones riesgosas que tomamos cada día al participar de los distintos sistemas sociales, siendo sólo posible comunicarla como decisión. Ella es la que nos puede garantizar cierta seguridad que orienta el aceptar el riesgo de confiar en el otro, sabiendo que siempre podremos sufrir decepciones en las decisiones que tomamos, más que un futuro que no conocemos. La confianza permite probabilizar que aquel futuro que no conocemos se haga presente y que éste ultimo pueda durar a lo mejor para futuras decisiones. La confianza «en los otros o hacia los otros» se resume en gran parte, en el trabajo de equilibrio de la vida societal, puesto que, si partimos de un nivel de confianza fuerte hacia los demás, podríamos considerar de forma racional que hacia las instituciones políticas podría pensarse que serían diametralmente igual a “niveles elevados de confianza llevan a una mejor integración social de los individuos y a una mayor predisposición para la cooperación” (Belchior, 2015, p. 17).
El trabajo en grupos y colectivos, la participación en organizaciones, así como el trabajo en comunitario refuerza la democracia, y crean procesos que legitimizan la confianza institucional, porque invita a participar en la vida pública política, este sigue siendo un patrón que se verá reforzado a medida que vamos participando en la vida pública de las organizaciones colectivas, el cual no resulta fácil si tenemos en cuenta que muchas de las condiciones que normalmente existen en el plano organizacional y colectivo no estimulan la organización y participación social, mucho menos si hablamos de confiar en colectivo, puesto que este valor social, ha estado muy deteriorado y con el tiempo repercute en la confianza de los individuos y en ese mismo orden en la confianza en las instituciones, en una relación de contrapeso social.
En tiempos de la Italia tradicional, se mencionaba que, la mayor eficiencia de los gobiernos regionales del norte versus los del sur de Italia, se debían en mayor medida al alto grado de envolvimiento asociativo de los ciudadanos; ya fuese en clubes deportivos, en asociaciones de naturaleza; literaria, cultural, social. Putnam (1,993) indicada, que la inexistencia de un fuerte envolvimiento y la participación de los ciudadanos en asociaciones, estaría vinculada a la prevalencia de la ineficiencia y así mismo de la corrupción en los gobiernos regionales, a partir de ahí que el desempeño de las instituciones políticas y de la propia democracia estarían afectadas por el ambiente social, económico y cultural, esto por características de la organización social como; la confianza, las normas sociales o las redes de interacción, que mejorarían la eficiencia del sistema político al facilitar el desenvolvimiento de acciones colectivas coordinadas.
Las instituciones y su modo de funcionamiento son importantes para moldear la relación entre los ciudadanos y el régimen político, en la medida en que aseguran la efectividad de los procedimientos democráticos y envuelven la percepción sobre si el sistema político funciona de acordó con su justificación normativa. (Teixeira, 2018, p. 72)
Una flaqueza en la confianza social y colectiva repercute enormemente en la confianza política y en las instituciones políticas de forma holística, las acciones no deben estar desconectadas de la realidad social, especialmente en una sociedad en donde el acceso a la información se ha convertido en un instrumento democrático legitimado por las estructuras que conforman las instituciones sociales. Putnam alegaba, que serían las redes de contacto y cooperación establecida entre los individuos, el relacionamiento entre estos de forma igualitaria con base en el principio de la reciprocidad, y la confianza interpersonal asociada a la cooperación, aspectos estimulados por el envolvimiento asociativos de los individuos, que facilitarían las acciones colectivas coordinadas.
Para hablar de confianza tenemos que considerar lo opuesto, la desconfianza y en este sentido, la desconfianza política como elemento de deslegitimación política:
La desconfianza política se puede originar por distintos motivos, tales como; la falta de resultados, la frustración y/o cambio de expectativas sociales, el mal funcionamiento regulador de los conflictos de intereses, la falta de ineficiencia e ineficacia o por la corrupción de la clase política. (Jiménez, 2013, p. 132)
Para algunos, la desconfianza política es una señal de que el gobierno y otras instituciones políticas no están desempeñando adecuadamente su papel, cualquiera que sea la razón para que esto suceda «falta de habilidades, recursos, corrupción u otro» si un gobierno no merece, la confianza del electorado se debe a que hay un problema de rendimiento institucional que carece de resolución. La confianza se ve, así como un termómetro de vitalidad del sistema democrático que, cuando apunta a valores negativos, significa la prevalencia de problemas y dificultades en el funcionamiento de esta, que en última instancia puede poner en peligro la estabilidad del propio sistema. Así, la desconfianza puede interpretarse como consecuencia de individuos en democracias occidentales «fruto de la educación superior y el acceso a la información» que, con acceso al conocimiento y sentido crítico sobre la realidad, niegan ser meros receptores de decisiones políticas y aumentan así sus demandas sobre el desempeño del sistema político, contrariamente a lo que se menciona; “los que más confían en la política son también los que más satisfechos están con su propia vida y los que tienen mejores expectativas personales en relación con la misma” (Belchior, 2010, p. 33). La ecuación; “entre más confianza personal, redunda en una confianza hacia las instituciones Políticas o en acciones de mejoría política” (Paramio, 1999, p. 8).
Si analizáramos la política y el nivel de confianza de la población de países del norte global, «indiscriminadamente las comparaciones son necias», tendríamos que esta población tiene un nivel de confianza bastante saludable en cuanto a sus instituciones políticas, sin embargo, también existe un elemento adicional en este plano y es que, el acceso a la información y a la formación, son piezas fundamentales en su constitución social.
No sucede de igual forma en países en donde, el acceso a la información y formación son limitados o deficientes, y abundan los casos de corrupción. Tenemos que tener en cuenta que la persistencia de ese malestar generalizado social, económico, cultural y político en las últimas décadas ha venido incrementándose con las diversas crisis posteriores a los años noventa en todo el mundo, hoy en día, estaríamos hablando de “crisis de legitimidad” (Jiménez, 2013, p.132). La modernidad, y la posmodernidad, (Lipovetsky, 2016), han traído consigo “crisis de confianza” se puede decir que en general la modernidad y su continuo, la posmodernidad ha incubado estas crisis de forma paulatina en los diferentes Estados, los cambios que paulatinamente se han dado, han ido modificando la actitud de los electores al momento de identificarse políticamente, “las actitudes políticas venían asociadas a la clase, la religión o la etnia, es decir a formas de agrupamiento social” (Paramio, 1999, pág. 1).
En el discurso de las rupturas1 sociales y los sistemas partidarios, Jalali (2017) y parafraseando a los politólogos Lipset Seymur y Rokkan Stein.2 Menciona que un principio la conformación y afiliación del electorado a un partido político se hacía por una vía de proximidad ideológico familiar, aprovechando rupturas sociales que los partidos políticos tenían, para atraer a las masas votantes, las cuales por una afinidad en particular quedaban inmersas en el plano que mejor se adecuara el interés partidista o colectivo en formación, por ejemplo; estas rupturas, se dividían en cuatro clivajes que son; El clivaje Centro Periferia; el cual corresponde con la importancia macropolítica que representaba las estructuras de poder en el terreno político y en cuanto a la estructuras externas, El clivaje Estado-Iglesia; como una construcción en donde la representatividad moral, se buscaba sostener con la pertenencia al mismo, el Clivaje Rural-Urbano como esa transición entre el elemento rural hacia una migración urbano y por último el Clivaje Patrones-Trabajadores, por cuanto relación existente y dualidad en la relación de poder. A todo esto, estos clivajes que se mencionan funcionaban a modo de elemento integrador y formador en las decisiones ideológico-partidista en las décadas pasadas, sin embargo, esto con el tiempo fue cambiando y actualmente muchas de las decisiones que el electorado toma, tienen poco o casi ningún matiz ideológico sino más bien está formado por un cariz más formativo y crítico, algunas veces orientado por opiniones de terceros o por simpatía política.
Confianza electoral en tiempo de crisis.
Cuándo nos referimos a la confianza electoral en tiempo de crisis, ¿qué aspectos deberíamos tener en cuenta? ¿a que llamamos “confianza electoral” y “crisis política3”? para empezar, habría que considerar que, en los últimos años las “crisis” han sido muchas, trayendo como consecuencia que los sistemas políticos y, sobre todo, las decisiones electorales en muchos países se hayan visto alteradas por esta pérdida de confianza. La cual legitima o deslegitima el poder institucional, siendo que “todo sistema social convenientemente institucionalizado necesita legitimarse para sobrevivir” (Romero, 1985, p. 177).
Estas crisis de legitimidad esta asociada a los altos niveles de desconfianza, e insatisfacción en relación con las instituciones políticas y las democracias, la construcción de los conceptos de “crisis económicas”, “crisis de legitimidad” o “crisis social” tiene que ver con “procesos de carácter históricos (Romero, 1985, p.179). Más que procesos aislados, y que son acumulativos en cuando a desgaste de credibilidad política, una crisis de legitimidad es una crisis de creencias, según Weber, el cual “indicaba que cuando un cuerpo social institucionalizado entra en crisis, es porque ha entrado en crisis la creencia que se tenía hacia ella como estructura institucional” (Romero, 1985, p. 181).
Podemos considerar que el rosario de promesas políticas incumplidas, así como la corrupción en el sector público, serían dos de los principales elementos que integran esta sensación de vacío de representatividad y sobre todo desconfianza en las figuras políticas, de igual forma en la afectación del electorado hacia la emisión del voto y la participación en la vida política.
Son consecuencias que surgen del sentimiento de desconfianza y poca animosidad en cuanto a las cuestiones políticas por parte de jóvenes que se encuentran “desidentificados” (Paramio, 1999, p. 3). Esta desidentificación que menciona Paramio, hace parte de un desalineamiento de las masas posterior a la década de los años setenta, con las consecuencias que traían las transformaciones de la década, la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo, la caída del modelo de bienestar entre otras cosas hizo que se diera un incremento en cuanto a la sensación de inestabilidad política y social de forma generalizada. Se da un cambio en la orientación analítica del elector racional, ya que se interpreta el menor peso de los mecanismos de identificación como un hecho positivo, esto en relación con un elector cautivo, con escasa capacidad crítica respecto al partido con el que se identifica, estaría apareciendo un nuevo tipo de elector, más crítico, y cuyo principal motivo para la participación política sería la reafirmación de su eficacia como ciudadano para influir en el curso de la política.
Parte de estas transformaciones y sus consecuencias para la recuperación de la confianza nos lleva a analizar el papel de la modernidad y la posmodernidad como elementos que tienen un detonante explicativo en cuanto a la transformación del electorado; dice;
En cuanto a esta desidentificación surgen elementos como el votante frustrado; convirtiéndose en una conducta aleatoria, no estratégica, que puede desarrollar un actor cuando sus estrategias posibles no conducen a resultado algunos, y especialmente cuando la estrategia seleccionada por ofrecer los mejores resultados deja de hacerlo a partir de un momento dado (Paramio, 1999, p. 2).
La posmodernidad al igual que la modernidad significan la instauración de una cultura extremista que lleva “la lógica del modernismo hasta sus límites extremos” (Lipovestky, 2016, p. 151), las conductas adoptadas posteriormente a la modernidad fraguaron los aspectos de lucha en algunos puntos, por otro lado, hicieron liquida los movimientos, que posteriormente se convertirían en banderas de lucha en el votante. Se trataría de una conducta racional, pero de una racionalidad analgésica, que reduciría al mínimo el coste de la decisión y las expectativas sobre sus resultados. Esta conducta en el votante oscilaría en sus manifestaciones entre la resignación (ante la idea de que cualquier opción es mala) y la agresividad (frente a la necesidad de elegir entre opciones igualmente malas).
Si la interpretación anterior es correcta, la extensión de la desconfianza política en nuestras sociedades sería una expresión de frustración. Los votantes habrían perdido primero la confianza en los partidos a los que habían apoyado tradicionalmente, pero al intentar comportarse como electores utilitarios, calculadores racionales, no obtendrían tampoco los resultados esperados. Ahora bien, la confianza instrumental en los partidos de oposición, normalmente a través de líderes que pretenden encarnar una ruptura con el pasado, puede venirse abajo si estos llegan al gobierno y, tras resultado más o menos exitosos, deben encajar un nuevo episodio de crisis.
La consecuencia esperable es una creciente desconfianza hacia la política en cuanto tal, una desconfianza que combina la resignación (da lo mismo quien gobierne) con la agresividad hacia los políticos (solo se ocupan de sus propios intereses). Solo la existencia de alternativas disponibles puede evitar este efecto de deslegitimación de la política.
En democracias de larga duración, o que se perciben como consolidadas, es relativamente fácil estudiar la desidentificación política como proceso tendencial, y el posible crecimiento de la desconfianza política. Se hace complejo cuando por ejemplo se tiene que analizar democracias en regiones que han tenido inestabilidad política y la democracia ha sido recuperado recientemente.
Muchas de las rupturas de confianza y crisis democráticas en el mundo y en especial en países en vías de consolidación de esta, se deben a rupturas en el marco de la buena gobernanza en el contexto de crisis económicas, desigualdades sociales y corrupción, esto trae consigo un debilitamiento en la percepción de la buena gobernanza de las instituciones políticas y en especial de una crisis en cuanto a representatividad gobernativa, y es que la creciente desconfianza en la política y las instituciones lleva a plantearnos las siguientes preguntas: ¿Que grados de confianza puede permitir a los líderes democráticos (elegidos por los ciudadanos) gobernar con cierta legitimidad popular? O, en otras palabras; ¿con que grado de desconfianza popular es posible gobernar democráticamente una sociedad?
Se hace imperante usar este dialogo de preguntas para poder comprender la cuestión que implica la formación de un grado de confianza en un electorado que cada día desconfía más en las opciones políticas y en los “sistemas partidarios” Jalali, (2017).
Por otro lado, si tenemos en cuenta que la “desconfianza política es un detonante para alentar a la desobediencia civil” (Jiménez, 2013, p. 131). Entonces entenderían las instituciones políticas y sus representantes, la necesidad de fomentar el buen gobierno y la participación ciudadana como vehículo articulador de otras capacidades políticas en la sociedad. Claro está, que, la construcción de confianza por sí sola no va a mejorar la confianza en las instituciones políticas, sin que esto se convierta en acciones concretas y participación ciudadana en colectivos sociales.
Confianza en las Instituciones Políticas en Latinoamérica.
Según el informe de Transparencia Internacional del año 2,017, en donde se mide el índice de percepción, en cuanto a lo que piensa la población en cada país respecto a la corrupción, de 180 países encuestados, con un intervalo de confianza del 90%, y una desviación estándar del 20%, encontramos las crisis de legitimidad o crisis de creencias, se manifiestan tendencialmente peligrosas para la confiabilidad y la democracia en el mundo, principalmente para la región latinoamericana.
La tendencia global en razón de los valores de 0 a 100, en donde 100 corresponde a «percepción de ausencia de corrupción» y 0 corresponde a «percepción de muy corrupto» encontramos que países como; Brasil, se encuentran en el puesto 96 de 180 países con un porcentaje de 37.0%, Panamá se encuentra en una situación similar de 96 de 180 países, con un 37.0%, posteriormente encontramos a Portugal en una situación más favorable en relación con los demás países, en la posición 29 de 180 países, con un porcentaje de percepción de la corrupción del 63.0% por ciento. Países como Uruguay se encuentran en el puesto 70 con un 23.0%, Chile en el puesto 67 con 26%, Costa Rica en el puesto 59 con 38%. En Asia encontramos; Singapur en el puesto 6 con un 84%, Hong Kong en el puesto 13 con un 77%. En el resto del mundo los que mejor posición presenta son: Nueva Zelanda 89% puesto 1, Dinamarca 88% puesto 2, Finlandia 85% puesto 3.
Si verificamos la media mundial encontraremos que la misma está en 43,07 una cifra para nada alentadora si tenemos en cuenta que las condiciones globales para elevar la confianza van en detrimento cada vez con mayor aceleración, esto sin dejar de mencionar que en el plano político se elevan más las disputas por la participación a la libre postulación en muchas latitudes, que si bien, son positivas, también generan apatía en el electorado en participar en partidos políticos como tal.
El informe Edelman Trust Barometer del 2,018, revela que “la confianza está en crisis en el mundo” (Edelman, 2018). La población general en las cuatro instituciones claves (empresas, gobiernos, ONG y medios) ha disminuido ampliamente durante el 2,017, y en el 2,018 solo ha aumentado en dos puntos la percepción general hacia los gobiernos. El informe revela que, la gran mayoría no considera que el sistema esté en general funcionando, las preocupaciones sociales y económicas de las personas incluida la globalización, el ritmo de la innovación y la erosión de los valores sociales, se convierten en miedos, lo que estimula el aumento de las acciones populistas que ahora se están desarrollando en muchas democracias del mundo.
El informe latinobarómetro del 2,018, indica sobre cambios y crisis de confiabilidad en Latinoamérica, los declives de la democracia en la región, se acentúa con bajas sistemáticas, así como la percepción de que se gobierna para unos pocos. Estos cambios se manifiestan de dos maneras, en primer lugar, a través de las elecciones, no se puede ignorar tanto las continuidades políticas, como la de Ecuador después de diez años de gobierno de Rafael Correa, como la alternancia en el poder en Argentina. No menos significativas son las elecciones a gobernador que ganó el oficialismo en Venezuela, las elecciones en Guatemala, y en Costa Rica, así como la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil, de la mano del PSL, entre otras. Todas ellas de alguna manera muestran una realidad mucho más difícil de explicar que si hubiera continuidad, business as usual. Sin embargo, no hay explicaciones blanco y negro, no se trata de la simple derrota de la izquierda, ni tampoco del avenimiento de la derecha.
Las pérdidas electorales de la izquierda a ambos lados del atlántico pueden ser interpretadas como una simple derrota de la izquierda. Al mismo tiempo al mirar otras opiniones, actitudes y comportamientos de los latinoamericanos se pueden esbozar otras hipótesis más complejas. ¿Acaso lo que estamos observando no es la reacción, la pausa, que se produce cuando hay grandes avances? ¿A ambos lados del atlántico?
De una serie de preguntas realizadas en el 2,017, por el latinobarómetro sobre el nivel de confianza en la región latinoamericana, el 59% de los encuestados respondió que lo más importante para ellos, es el trato por igual, es decir un componente de la igualdad ante la ley, un 40% respondió que confía cuando cumplen sus promesas, un tercer elemento de las personas respondieron un 33% que confía si son fiscalizadas, un 12% y 13% respectivamente está relacionado con la opinión de los medios de comunicación y la familia o amigos en cuanto percepción general, importan más la experiencia propia que la opinión de terceros.
De esta forma, las respuestas que reflejan las encuestas realizadas por el latinobarómetro, durante los años 2,017 y 2,018 reflejarían una conducta que se comienza a convertir en una constante en la medición sobre la confianza interpersonal en América Latina. Durante el 2,018 el nivel de confianza se situó en un 14%, encontramos que los indicadores reflejan, que la confianza interpersonal está en el punto más bajo de los últimos veintidós 22 años en la región, (Ver grafica N. 1). Países como: Colombia, Uruguay y Guatemala se ubicaban en primer lugar con un 20% positivo, seguido de Argentina y México con un 18%, continúa bajando, mientras Brasil sigue estando en último lugar con un 4% seguido de Venezuela con un 8%. Estos datos simplemente nos indican que los niveles de confianza interpersonal están en su punto histórico más bajo, siendo casi cercanos a la inexistencia en algunos países, con el problema que esto repercute en poca participación social y poco interés en acciones colectivas o partidarias.
Gráfica 1. Mediciones de la Confianza Interpersonal en América Latina durante el año 2,018.
Si analizamos las mediciones que precisamente ha hecho el latinobarómetro en los últimos 22 años, (Ver gráfica N. 2). veríamos que el problema se agudiza para el 2,017 y se mantiene similar durante el 2,018, esto en cuanto a la percepción de confianza interpersonal, con el defecto de que se considera Latinoamérica como la región con el índice de desconfianza más elevado4 de la tierra.
Gráfica 2. Mediciones de la Confianza Interpersonal en América Latina, 1,996 a 2,018.
En cuanto a la confianza que tiene la población respecto a las instituciones; se puede apreciar que la iglesia representa una de las instituciones más representativas por encima del congreso, los partidos políticos y el gobierno, (Ver grafica N.3). La predominancia del evangelismo pentecostés con su orientación política ha tomado fuerzas en los últimos años, casos como las presidenciales en Costa Rica, en donde el evangélico Fabricio Alvarado, ganara la primera vuelta en el año 2018, o en Guatemala con la victoria del actual presidente; Jimmy Morales del Frente de Convergencia Nacional. En Brasil por otro lado, el influyente Pastor Brasileiro, Silas Malafaia, indicaba en su momento que el 80% del voto evangélico estaba de lado de la candidatura de Jair Bolsonaro, dando a entender un respaldo desde las cupulas evangélicas al candidato del Partido Social Liberal. Esto sin duda refuerza la idea de los nuevos actores políticos en el terreno que en otrora fue abonado por los partidos políticos tradicionales y que ante la llamada “crisis de legitimidad” en la forma tradicional de confianza electoral, las masas electorales han tomado nuevos actores, buscando ocupar ese espacio dejado en vacío.
Esta “crisis de confianza” es también una crisis de creencia, de legitimidad y de credibilidad.
Gráfica 3. Medición total de la Confianza hacia Instituciones en América Latina 2,018.
El llamado determinismo religioso ha hecho que muchas de las problemáticas sociales sean trasladadas hacia una llamada solución “mágica”, la cual lo que hace es agravar mucho más las situaciones de corrupción, falta de liderazgo y confianza social, con esto tornando la situación más caótica. Puesto que las debidas separaciones entre Estado-Iglesia se están haciendo cada vez más complejas. El pentecostalismo evangélico comenzó a tomar fuerza a partir de la década de los años 1,980 en Latinoamérica, especialmente en países como Brasil Colombia, Panamá, Guatemala, entre otros, en el caso de Guatemala, de la mano de gobiernos de facto como el de; “Ríos Montt, marzo de 1,982-agosto de 1,983 se destacó no solo por su violencia sino también porque se considera que él fue un evangélico cristiano, con nexos con la derecha religiosa de los Estados Unidos” (Dary, 2018, pp. 329-347). También, a partir de la apertura del llamado “mercado religioso” (Lacerda & Basiliense, 2018, p. 143), en Brasil. Es en este periodo, en donde se comienza a adoptar entre los grupos religiosos, el modelo de “representación corporativa y, en consecuencia, se involucran en la contienda electoral ‘candidatos oficiales’, postulando a cargos en los poderes legislativos municipales, estatales y federal” (Lacerda & Basiliense, 2018, p. 143).
La participación del movimiento evangélico en la política electoral colombiana por otro lado ha tenido varios momentos de auge y declive. Un primer momento, que se podría llamar de “abandono del anonimato público” (Montoya, 2018, p. 239). Sin embargo, casi siempre estos grupos “minoritarios” (Nevache, 2018, p. 385). Han intentado proteger sus intereses como minoría religiosa, por una parte, pero también, para entrar en competencia con la Iglesia católica, que históricamente detenta el monopolio de la influencia política-religiosa en muchos países. “Son pocas las iglesias que lanzan “candidatos oficiales” la mayoría de los candidatos evangélicos están “pulverizados” en partidos de derecha o centro-derecha” (Lacerda & Basiliense, 2018, p. 167). Lo que lleva a que estos detenten y reproduzcan las prácticas clientelistas para acceder a recursos estatales (Lacerda & Basiliense, 2018, p. 170), propio de los partidos tradicionales en muchas situaciones.
“El verdadero éxito electoral evangélico parece ser las alianzas con candidaturas oficiales pentecostales, y la “irrupción pentecostal” en las elecciones y, en particular, en los legislativos brasileños” (Lacerda & Basiliense, 2018, p. 173). Por otro lado, en países como Panamá, con un elevado número de católicos y una mezcla de desigualdades sociales, e inequidades distributivas, hace que encontremos elementos en donde la aceptación evangélica tenga elevado potencial por encima de otros órganos del Estado;
En Panamá, la aceptación de los evangélicos por parte de la población se dio a través de una fuerte acción social ejercida en los barrios más marginales (comedores infantiles, guarderías, escuelas, universidades, programas de reinserción social en centros carcelarios, de atención a adolescentes y jóvenes en situación de riesgo, clínicas de bajo costo o gratuitas, etcétera). Así, se aprovechó el vacío dejado por la poca atención del Estado y la falta de acceso a servicios privados. (Nevache, 2018, p. 392).
Siendo evidente que la participación electoral y la confianza se han mediado a través del vacío dejado por las estructuras del Estado, resulta fácil entender el elemento de confianza dado a los grupos pentecostales, logrando un grado de legitimidad o “creencia” en cuanto al rol que depositan en ellos, por los que no son directamente participantes del credo religioso y por los que apenas inician, “cuando se cae la confianza en las instituciones de la democracia, las iglesias evangélicas la capitalizan” (Nevache, 2018, pp. 392-393). Siendo que el rol del Estado ha pasado a ser fraccionado en múltiples aristas, no parece ser que las instituciones políticas, y mucho menos el Estado estén en capacidad de reorganizar la confianza perdida de forma inmediata, posiblemente a largo plazo.
Conclusión
El mundo se mueve rápidamente hacia el desalineamiento y la desidentificación; encontramos que en los países más industrializados y desarrollados los niveles de confianza en las instituciones políticas son cada vez menos relevantes para su población. Por otro lado, en el caso de la región latinoamericana, el nivel de confianza termina siendo depositado en instituciones religiosas o grupos partidista de índole religioso. Esto con los problemas que conlleva en cuanto a la separación de poderes en un Estado Laico. La confianza interpersonal también es uno de los elementos que se han visto menos favorecidos con el incremento de las presiones sociales, económicas, culturales y políticas a nivel general, la confianza en las instituciones, ha quedado demostrado en estudios, que fortalecen la democracia, sin embargo, son pocos los esfuerzos que se hacen para concretar una participación en organizaciones colectivas, las cuales tendrían como objetivo medular fortalecer el dialogo y el debate en cuanto a instrumento de organización social. La aparición de nuevos actores, en el escenario político latinoamericano, como son los movimientos pentecostales están dejando las bases para que movimientos más orientados a lo religioso y menos a la laicidad, estén ganado terreno político, con sus secuelas de peligrosidad ante los grupos más radicalizados en la región.
El aislamiento, ha demostrado ser una tendencia en crecimiento, sin embargo, las personas están cada vez más orientadas al aislacionismo y la seguridad individual, el sociólogo Gilles Lipovetsky, menciona en su obra la era del vacío, que la sociedad global, la sociedad posmoderna está encaminada a un individualismo exacerbante, que reduce al individuo en colectivo, y por contrario, exalta los valores del individuo en su propia individualidad. Esto con las consecuencias que trae la modernidad como, la incapacidad de participar en la vida política, la incapacidad de organizarse y mucho menos de incidir en su entorno más próximo, con la ventaja para el sistema-mundo que no representa un peligro, sino más bien un instrumento útil o en el peor de los casos, no representa nada. El incentivar a la participación en colectivos fortalece los aspectos más básicos del hombre en comunidad, así como también refuerza valores, principios entre otros aspectos que hacen que la desconfianza y el miedo hacia el otro no predomine en una sociedad global. El trabajo en colectivo hace que no se pierdan los lazos de trabajo conjunto y mucho menos el desarrollo de sociedades más equitativas. Latinoamérica en especial se necesita trabajar en conjunto para desarrollar nuestras capacidades comunitarias de forma sostenida y permanente.
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Fotografía: Iberoamerica social