Por: Paula Moreno / Iván H. Ayala. Rebelión. 19/03/2020
Coronavirus & Género.
En las últimas crisis sanitarias el papel de la mujer no solo ha sido ignorado, sino que menos de un 1% de los estudios académicos posteriores se han dedicado a estudiar este impacto.
El impacto económico del coronavirus todavía no se está sintiendo, pero las medidas que se están proponiendo permiten atisbar la magnitud del mismo. Alemania ha aprobado medidas para proveer de liquidez subvencionada a los sectores afectados y ha presentado un plan de estímulo fiscal de más de 12.000 millones; Italia movilizará 25.000 millones y también está tomando medidas como aplazar los desahucios al igual que Francia; Reino Unido ha anunciado un paquete de 34.000 millones y la UE está planteando estímulos de 25.000 millones. Estas y otras medidas tratan de mitigar el impacto económico y, sin investigar su idoneidad en forma y cuantía, creemos que hay un aspecto que se está dejando totalmente de lado, o que por lo menos no ocupa titulares ni apertura de telediarios: el impacto de género del Covid-19 y las medidas para su contención.
Esta semana se ha decretado el cierre en Madrid, Vitoria, Labastida y La Rioja de todos los centros escolares en todos los niveles, cancelación de actividades extraescolares y lúdicas, centros de día y se restringen las visitas a las residencias y a las casas y residencias tuteladas. La recomendación del cierre de centros escolares se ha hecho extensiva, el 12 de marzo, a todo el Estado. Dicen que el presente es de las mujeres, y también dicen que “para luego” es un tiempo verbal patriarcal porque las urgencias de los cuidados, de la enfermedad o de la atención, no pueden esperar. Un poco eso es lo que tenemos encima de la mesa con todas estas medidas para evitar la propagación y el contagio masivo de Coronavirus. Pero entonces, ¿ahora qué?.
Sabemos, además, que en los últimos procesos de emergencia sanitaria el impacto de género ha sido ampliamente ignorado. De anteriores procesos como en el caso de ébola, el informe del grupo de alto nivel de la ONU publicado en 2017 incluyó un apartado específico sobre impacto de género. El documento recomendaba la inclusión de un análisis de género en las políticas de emergencia sanitaria reconociendo el papel preponderante de la mujer en las mismas. Poco o nada se ha hecho al respecto para incluir estas consideraciones, la tiranía de lo urgente, la rapidez de las actuaciones y la poca incidencia en las políticas públicas del enfoque de género relegan siempre a un segundo plano estas consideraciones. En un reciente estudio, Julia Smith muestra cómo en las últimas crisis sanitarias no solo el papel de la mujer ha sido ignorado sino que menos de un 1% de los estudios académicos posteriores se han dedicado a estudiar este impacto. Aplicar enfoques de género y de interseccionalidad en las políticas públicas permite internalizar todos los impactos a lo largo del espectro social que de otra forma permanecen invisibles. Mucho de este déficit de análisis se debe a que los sectores de seguridad en el mundo están hipermasculinizados.
Algunas vías de impacto de género en las medidas de contención del virus pueden ser las que siguen. La primera de ellas es el reparto de cuidados. Multitud de estudios muestran que las cargas de cuidados es soportada en su mayoría por las mujeres Para muestra, un botón: los datos del INE acerca de horas semanales dedicadas a este tipo de actividades, excepto en el cuidado de nietos y nietas, es siempre superior en el caso de la mujer que del hombre.
En Madrid hay un millón de menores de 14 años que actualmente no asisten a clase, y 250.000 hogares monoparentales, mayoritariamente formados por mujer e hijo/a. El riesgo de pobreza de las familias monomarentales es de más del 50%, y el 52% de esas familias se encuentran excluidas del mercado laboral o extremadamente precarizadas (Save the Children). Si a esto añadimos la mayor precarización a la que están expuestas las mujeres (menores tasas de actividad, mayores tasas de temporalidad y subempleo, brecha salarial) no se hace difícil imaginar el impacto de género de las medidas de contención. En su mayor parte éstas serán asumidas por las mujeres que puedan acogerse a excedencias o bajas. Parar para cuidar. Cobrando o sin cobrar. En 2017, el 92% de las excedencias para cuidado de criaturas menores de 12 años fueron solicitadas por mujeres, también sabemos que el segundo motivo por el que las mujeres dicen que trabajan a tiempo parcial es para cuidar, el primero es porque no encuentran trabajo a tiempo completo.
No podemos olvidar la cara de la diversidad funcional, o discapacidad. En la CAM hay unas 140.000 personas con más del 65% de discapacidad, y que por tanto requieren algún tipo de cuidado. Recordemos también que en la CAM hay casi 30.000 personas en listas de espera en 2019 para recibir los recursos a los que tienen derecho por discapacidad.
Según los datos del Observatorio de Discapacidad, aunque cada vez hay más hombres cuidadores informales, estos siguen dedicando menos horas a estas tareas, y la mayor parte de las personas cuidadoras siguen siendo mujeres en todos los tramos de edad. Cada vez, además, hay más cuidadoras de mayor edad. La persona cuidadora en una situación de normalidad se ve expuesta a situaciones de estrés, sobrecarga física, emocional e incluso aislamiento social por la incomprensión y estigma de la discapacidad. En un momento de emergencia estas situaciones se exacerban. De las cinco residencias para personas con discapacidad de la CAM, al menos en una, hay casos de Coronavirus, y las personas residentes que tienen familiares que puedan hacerse cargo de ellas están siendo trasladadas a casa ¿Qué impacto tendrá en estas familias?
La segunda de las fuentes de impacto viene dada por el caso de las abuelas cuidadoras. Los datos del INE muestran que en “cuidado de los nietos” el tiempo dedicado por hombres y mujeres es el mismo. Tiene trampa. Como podemos ver en todas las demás rúbricas, el tiempo dedicado a cualquier tarea de cuidados es superior en el caso de las mujeres, también en el caso de las abuelas, que son las que se ocupan principalmente de las tareas domésticas, además de cuidar de las y los nietos. Por su parte, los abuelos cuidan de los nietos pero se libran de las tareas domésticas que recaen principalmente sobre las mujeres. De nuevo, la conciliación la hacen ellas.
En tercer lugar, las personas y criaturas que se tengan que quedar solas. ¿Quién cuida en una sociedad cada vez atomizada a gente que está sola y necesita este tipo de servicios? Que tomen la medicación, que se alimenten, que se relacionen. En 2017, el 83% de las excedencias concedidas en España para el cuidado de familiares dependientes o enfermos de larga duración fueron concedidas a mujeres. Pero qué pasa cuando no hay una mujer que coja esa baja y esa situación se traduce en soledad no deseada y más aún con riesgo de enfermedad. Según la Encuesta continua de Hogares del INE, en 2019, 4,7 millones de personas viven solas en España, de las cuales, el 43% de ellas son mayores de 65 años y de ellas, casi el 72% son mujeres. En un sistema donde el gasto social está asociado al mercado laboral, una precaria inserción en el mismo genera unas precarias prestaciones sociales. Las pensiones no contributivas están por debajo del umbral de la pobreza y la mayor parte (70%) son percibidas por mujeres, y la pensión media (de todos los regímenes) de las mujeres es un 70% respecto a la de los hombres. Con estos datos es claro que las atenciones de los cuidados no pueden ser contratados, lo que redundará en un incremento de la soledad no deseada en mayor proporción en el caso femenino.
No es un hecho coyuntural. Ocurre que el Covid-19 pone a prueba las costuras del sistema sanitario y asistencial, sometido a duros recortes durante la crisis: de los casi 40.000 millones de gasto público recortados, 5.000 millones fueron en protección social (excluidos pensiones y desempleo), casi 10.000 en sanidad, 8.000 en educación, 6.000 en cultura y casi 10.000 en vivienda. Se pueden implementar medidas que mitiguen el impacto de género de las medidas del virus, pero sobre todo, se debería mirar a largo plazo y reforzar los sistemas de bienestar. Gálvez muestra que los procesos económicos y políticos generados por las crisis ponen en marcha al menos tres engranajes que generan un empeoramiento de la situación de la mujer con respecto a la situación previa a la crisis: intensificación del trabajo –principalmente el no remunerado–, recuperación del empleo masculino antes que el femenino –con este último más precarizado que antes de la crisis–, y un desmantelamiento de las políticas de igualdad. En momentos de crisis económica por regla general crece el tamaño de la economía informal y doméstica frente a la economía formal o de mercado. Si a esto sumamos los datos anteriormente expuestos sobre el desigual reparto del trabajo doméstico no remunerado entre hombres y mujeres, la disminución de rentas familiares y el desmantelamiento de los servicios públicos podemos entender la necesidad de establecer medidas que corrijan el sesgo de género de las actuales medidas.
Por eso detallamos una serie de medidas que deberían aplicarse a toda la población trabajadora, pero que en cualquier caso deberían aplicarse a familias monoparentales para reducir el impacto de género. Las medidas han de ser a corto y a largo plazo, pero un primer análisis no puede dejar pasar alguna de las siguientes:
1. Generar un observatorio que permita seguir en tiempo real el impacto de género de las medidas a aplicar en un análisis interseccional al menos en lo que concierne las siguientes cuestiones:
– ¿Están siendo las necesidades sanitarias reproductivas atendidas?
– Hay colectivo, en especial, minorías vulnerables, que puedan tener un impacto mayor por desconfianza y/o marginalidad? ¿Cómo se puede llegar a estos grupos?
–¿Cómo afecta al estigma social este tipo de enfermedades? ¿Qué impacto en minorías vulnerables?
–Sabiendo que las tareas de enfermería son ampliamente ocupadas por mujeres, ¿está teniendo la enfermedad un impacto de género diferente? ¿Se toma en cuenta su opinión y problemática en la toma de decisiones? En la crisis del SARS han sido documentados los enormes costes personales y familiares en las enfermeras de Hong Kong.
–¿Están siendo las personas (principalmente mujeres) que se están encargando de los cuidados adecuadamente apoyadas y compensadas?
2. Permitir solicitar teletrabajar en cualquier caso en hogares monoparentales en las zonas donde se establezca cuarentena. La empresa tendrá que justificar una negativa en cuyo caso se concederá la baja automáticamente remunerada desde el primer día al 100%. Estas medidas no dejan de ser temporales pues compartir espacio de trabajo productivo con hijos e hijas sanas en casa, no resulta nada fácil.
3. Crear un fondo financiado por el sector financiero para amortiguar el impago hipotecario debido a pérdidas de empleo acaecidas por Coronavirus
4. Detener ejecuciones hipotecarias en el caso de familias monomarentales
5. Desarrollar mecanismos de cuidados de criaturas para familias monoparentales como guarderías de 0-3 años gratuitas. A este respecto no entendemos por qué la CAM está aprovechando la cuarentena para CERRAR (no abrir) escuelas infantiles. En este sentido, cabría la posibilidad de pensar alternativas radicales que sirvieran para aprovechar este contexto para un reparto de las tareas de cuidados y donde se consiguiera que los varones se impliquen en el cuidado. Podríamos hablar entonces, de reuniones de familias para repartir el cuidado a lo largo de estos quince días en formatos cooperativos y colaborativos, en función de horas disponibles. El reparto de cuidados es una tarea política de primer orden para contener también el impacto de género en esta crisis sanitaria, y por ende, contener el impacto económico y social en la población.
6. Incrementar el mínimo vital en IRPF para familias monoparentales en la declaración de 2020
7. Restitución de derechos consumidos en ERTEs a familias monomarentales en sectores afectados por el coronavirus.
8. Incrementar mínimos por dependencia.
Paula Moreno es técnica de proyectos de igualdad y economía social.
Iván H. Ayala es profesor de economía aplicada en la URJC.
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Fotografía: Rebelión.