Por: Alejandro Saldaña Rosas. Rompeviento. 16/10/2017
Nosotros lo resignificamos con orgullo, como el orgullo gay, primero algo que parece objeto de discriminación se convierte en motivo de orgullo. Todos estamos contentos de ser chilangos.
Juan Villoro
Por su elevada densidad poblacional, la Ciudad de México supongo que es donde habita la mayor cantidad de chairos por metro cuadrado en el país. Por supuesto que no es la única ciudad, pueblo o ranchería donde tienen presencia, en lo absoluto, pero sí tal vez la capital del país es el sitio de mayor visibilidad, resonancia y transcendencia de esa tribu urbana (y rural) en la que se ceban los sombrerazos de la intolerancia y el autoritarismo: los chairos… y las chairas que han ganado a pulso su prestigio y que son la esencia misma del chairismo.
Las barrocas discusiones sobre el significado de la palabra chairo, más allá de sus diferencias, coinciden en que el vocablo tiene un sentido peyorativo asestado en contra de quienes comulgan con ideas de ese algo –bastante nebuloso- llamado izquierda. Si son de izquierda “radical”, “reformista”, de pose, nomás de redes, nomás de marchas, de ambas, veganas, taqueras o del tipo que sean, es secundario: al momento de meter en el mismo saco del vituperio y la denostación, todos somos chairos. Y si además hemos nacido en la Ciudad de México, pues somos chilangos chairos. Como si el estigma fuese por partida doble, en original y copia, sal y pimienta de un guiso de la nueva cocina mexicana que no goza de los afectos de las oligarquías, los yunques, las damas de la vela perpetua, los clones del clan de Atlacomulco ni los deshojadores de margaritas de fecal ralea, entre muchos otros antichairos.
Verdad de Perogrullo: ni todos los chilangos somos chairos, ni todos los chairos somos chilangos. El chilango nace, no se hace, pero también hay chilangos nacidos en cualquier lugar del mundo; chilangos que lo son por residencia, por querencia, por matrimonio, por adicción, por accidente (como Lupita Nyong’o) y hasta por vocación: son esos chilangos que nunca han pisado el chilango (la Ciudad de México) pero lo adivinan en sus pies con rastros de chicle y semen, en sus manos de tamal en guajolota, en sus ojos de anuncio neón sin una letra, en su aliento a metro en horas pico. Chilangos del mundo: ¡bienvenidos!
El chairo en cambio, no nace, se hace. Este hecho se traduce en que hay chairos gringos, chairos españoles, chairos catalanes, chairos griegos, chairos uruguayos, chairos rusos, chairos tepiteños, chairos hologramas, chairos de todas partes. El chairo es universal, si bien las texturas del chairismo son muchas y diversas, como son variadas las expresiones de la izquierda en todo el mundo. La duda está en quién fue el primer chairo del mundo, el chairo 0, el original.
Maniqueamente muchos suponen que el chairo 0 fue Carlos Marx, sobre todo por la profusa prole ideológica que tuvo, pero no, realmente la raíz del chairo original es muy difícil de establecer: su huella se hunde en los más remotos confines de los tiempos, en la medida en que subversivos y rebeldes, esencia misma de la izquierda, han existido siempre.
Y si de rascarle al tiempo y sus muchos derroteros se trata es altamente probable que el primer chairo de la historia no fue chairo, sino chaira. En la más trascendental machincuepa del relato primigenio, Adán fue rescatado del onanismo eterno por Eva, la gustosa de manzanas y serpientes, la subversiva, la desobediente y cachonda que colocó a la humanidad en el curso turbulento de la historia, no en la parsimonia del tiempo eterno del mito y sus aburridos ritos (onanistas) consecuentes.
La paradoja amarra cuando el epíteto de chairo se endilga a quien hace de la subversión del orden establecido, su objetivo de vida. Esto es, el chairo no es el que se conforma y gratifica con la autocomplacencia manual (o con transmisión hidráulica), sino quien va por la manzana de la subversión del árbol y del orden, la transformación del paraíso en los cielos a la lucha día a día en la tierra por la equidad, la paz y la justicia. Así, todos los chairos y las chairas chilangos tenemos en la cabecera de la cama una Eva que nos sacude con temblores y exabruptos, a dios gracias.
El chairo es heredero directo de Eva, la insumisa, la rebelde, la desobediente amante de las manzanas y de la serpiente silente del conocimiento. El chairo en su versión chilanga es hijo de Eva también: insurrecto, bueno para la conjura, el albur y la conspiración y para colmo, feliz aventurero de las más extravagantes combinaciones culinarias. Chairo chilango que se respete es resistente a bacterias, insultos, aguas locas, imecas, imbéciles y vudú.
Las rutas para construirse chairo son muchas, variadas e inescrutables, como los caminos del Señor. Y como los caminos de la vida que no son como yo –ni tú- pensábamos, pero que por circunstancias insondables nos hicieron chairos. Lo cierto es que antes que chilangos, hubo chairos, y chairas. Esto explicaría la amplísima dispersión histórica y territorial de los chairos y la más acotada expansión de los y las chilangos. Por otra parte, es un hecho que las estadísticas oficiales no registran que los chilangos chairos estamos por todos lados, en todos las ciudades, en todos los rincones; rasgo que nos asemeja a la peste bubónica y a la Coca Cola, pero que se explica por la inmensa injusticia que priva en nuestro país y en el mundo entero, y quizás también por nuestra inveterada vocación metiche.
Al chairo le está pasando lo que al chilango hace algunos años: le (nos) tiene absolutamente sin cuidado el apelativo, incluso hay un dejo de orgullo al recibir el que pretende ser un escupitajo en Twitter u otra red social. Chairo –o chaira- ha dejado de ser un calificativo ofensivo para convertirse en un signo de identidad compartida: somos las y los compas madreados por decirse compas, somos el 2 de octubre de cada año aunque la memoria falle, somos el 10 de junio y masacres subsecuentes, somos la asamblea de barrios y las luchas sindicales, somos chairos porque somos zapatistas y villistas de antaño y de reciente cuño, somos chairos porque somos putos, lesbianas, travestis, LGTTB y siglas que no me acuerdo, somos Ayotzinapa siempre, somos herida que no cierra y se enterca en exigir justicia.
Chilangos somos y con chairos andamos, y viceversa.
Porque solamente los chairos más torpes, duros y clavados se ofenden que les digan chairos, lo que pone en duda su convicción chaira. Porque el chairo forjado en marchas, mítines, huelgas, campamentos, solidaridades muchas y sobre todo, al calor de las calentaditas de la policía y sus secuaces, le tiene sin cuidado que le digan chairo, por el contrario, hay un orgullo que se porta puño (o puñeta) en alto. Tampoco lo presume, simplemente es un dato más, un tatuaje acaso, en su biografía chilanga.
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Fotografía: tkm