Por: Luis Bello Estrada. 28/11/2017
La sempiterna llegada de la democracia mexicana, una vez más nos coquetea con su anhelado arribo hacia el 2018. Entre la densa maraña de privilegios, de desigualdad, de corrupción de actores gubernamentales y sus cómplices de poderes fácticos; no es fácil asumir el optimismo. Es claro que a los privilegiados más poderosos e injustos les significa una tragedia el arribo de una condición democrática, ya que ésta sería sustentada por un gobierno que respondería a los intereses del demos (pueblo). La lucha mediática descalificatoria ya está fluyendo, no sólo la desinformación (falta de noticias) sino la malinformación (distorsión de la realidad) son ya desde ahora evidentes en las grandes cadenas televisivas, como en la radio, e inclusive en periódicos y revistas que minimizan temas como los Paradise Papers, pero magnifican un estornudo de la oposición morenista como si fuera una pulmonía de proporciones epidémica.
El riesgo que les implica la democracia a poderosos y mezquinos intereses particulares va desde la condonación de impuestos a multimillonarias empresas privadas trasnacionales y nacionales, hasta la impudicia e ilegalidad de algunos personajes. Por ejemplo; el ex presidente Fox perdería desde muchas canonjías hasta su injusta y millonaria pensión vitalicia. El hampa no queda fuera de la ecuación. Así que no es extraño que la atmósfera informativa esté desde ahora preparando y accionando descalificaciones del necesario y anhelado cambio democrático del 2018. Por otro lado, ya estructura el arribismo para mantener y reproducir los privilegios gozados por la parentocracia oligárquica que por décadas nos saquea y mal gobierna.
El primer argumento descalificatorio y falaz menciona: “La clase política es igual de corrupta toda ella”, usado para desestimar y evitar el voto. Hay que aclarar que la política es sustantivamente “el mayor bien para la mayor cantidad de personas”, por lo que los más de actores gubernamentales actuales, al responder a los intereses de una minoría privilegiada, no son políticos sino cómplices, o empleados de la oligarquía rapaz e, inclusive, socios del crimen organizado, pero no políticos, ni de la clase política, sino de la hampona. Ejemplo los Duarte de Veracruz o los Moreira de Coahuila. También, ese argumento es inválido porque fomenta el abstencionismo de votos. Se convierten, los que lo dicen, en instrumento para que los actores tradicionales corruptos se mantengan en el poder y gocen de injustos privilegios. Así que quien esgrime esa idea, la manifiesta privada o públicamente consciente o inconscientemente, está votando por el continuismo del crimen y se convierte en cómplice del estado actual de las cosas que padecemos. Octubre (2017) se clasificó como el mes más sanguinario (violento) de los últimos 20 años en México y se entiende que nadie en su sano juicio desea que esto continúe.
En el camino a la democracia hacia el 2018, el mayor error que sí podemos cometer es el de creer que el cambio del actor central; Ejecutivo del gobierno federal, nos proporcionará por si sólo y automáticamente la vida democrática que nuestro país requiere. Nadie puede otorgar la democracia y la justicia social a nadie; entre todos, con acciones democráticas individuales, las vamos construyendo. En cada una de las organizaciones en las que participamos tenemos la responsabilidad de democratizarlas. Cada uno de los espacios públicos y formales en los que tomamos parte son susceptibles de habla y acción, por lo tanto, de transformación del autoritarismo que tenemos por siglos asumido. Así, desde humildes espacios de participación es posible transformar la realidad adversa por la que México atraviesa. Las personas somos parte de algún sindicato, unión de trabajadores, sociedad de padres de familia, junta vecinal o alguna otra organización de carácter público que debemos democratizar, dialogando de manera igualitaria, sin pretensiones de poder, decidiendo por la validez de los argumentos, no por quien los emite.
Apostarle al cambio democrático de 2018 empieza por cada uno de nosotros, en espacios públicos y privados; trabajo, organizaciones, y la propia casa con la familia, en donde los relatos de descabezados, secuestrados, vecinos extorsionados, robados y asesinados; y en general de miedo, se transformen en el reconocimiento de nuestros derechos, de las obligaciones del Estado, de la seguridad que nos tiene que proporcionar, de las libertades individuales y de los derechos humanos. Y de cómo nuestros jefes, líderes o representantes tienen que rendirnos cuentas y demostrar que están haciendo las cosas de forma política, respondiendo con el mejor bien para la mayor cantidad de personas.
Fotografía: mexicosocial