“¡La verdad que todos queremos!”
Jorge Salazar García. 17/09/2018.
Este mes de la Patria, históricamente, ha sido funesto para los mexicanos: terremotos, atentados, invasiones y matanzas lo han rebozado de dolor. Nuestra Nación pareciera estar condenada a padecer tragedias públicas sin remedio, como si una fuerza demoniaca poseyera el alma de los sátrapa que la gobiernan. Son muchos los casos que pueden ser calificados como tragedia (suceso de consecuencias funestas que produce gran dolor y sufrimiento) pero únicamente se han elegido aquellos donde los protagonistas principales son los mismos: un presidente tirano y jóvenes estudiantes (víctimas). El primer suceso con esas características lo tenemos en la toma del castillo de Chapultepec en 1847 a cargo del agresor yanqui (13 de septiembre). En esa batalla fueron masacrados los cadetes del colegio militar. Hay indicios históricos sobre la negligencia criminal del traidor Antonio López de Santana quien pudiendo acudir al llamado de Nicolás Bravo no lo hizo, dejando caer la plaza bajo el sable del invasor. El segundo acontecimiento tuvo lugar en Tlatelolco (1968) y aunque la matanza de estudiantes ocurrió el 2 de octubre, la decisión del chacal (Gustavo Díaz Ordaz) fue tomada en septiembre. La tercera tragedia, de lacerante vigencia, la produjo Enrique Peña Nieto al ordenar reprimir a los normalistas de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014. El saldo de heridos, asesinados, torturados y desparecidos sigue manteniendo la herida abierta en el corazón de los mexicanos quienes exigen regresen con vida los 43 jóvenes secuestrados. En los tres casos, los autores intelectuales (o sus descendientes) se han sustraído de la acción de la justicia porque desde los sótanos del poder les extienden un manto de impunidad.
En los actos represivos contra la población civil (Acteal, Aguas Blancas, el Charco, Atenco, Jueves de corpus, San Fernando, Tlatlaya, etcétera) todas las víctimas pertenecen a las clases populares (maestros, estudiantes, campesinos, obreros) y los verdugos generalmente son policías, agentes o soldados cumpliendo órdenes de autoridad. El denominador común en estos genocidios es la ausencia de Justicia. Los culpables no son llevados a juicio, jamás son castigados conforme a la Ley. Viven el reino de la IMPUNIDAD, construido por el establishment modificando a modo las leyes, destruyendo y manipulando expedientes, asesinando a periodistas, criminalizando la protesta y cooptando medios de información.
El caso del secuestro de los 43 normalistas es emblemático; no obstante existir indagaciones independientes que señalan responsabilidad de los tres niveles de gobierno, sus voceros siguen intentando encubrir complicidades. Esa fue la pretensión del exsecretario de gobernación (hoy senador) Osorio Chong el pasado 13 de septiembre, al responder las críticas de su par Félix Salgado, dijo “no (hemos) han podido encontrar la verdad que todos queremos” (https://www.jornada.com.mx/2018/09/14/politica/012n3pol).
Al reconocer que no sabe el destino de ¡43 personas! secuestradas frente a cámaras de vigilancias y decenas de celulares (algunos estudiantes los portaban) la frasecita es si misma una autoaceptación (inconsciente) de negligencia. Además, habría que explicarle a este señor, que la exigencia de los familiares NO es encontrar la verdad que “ ellos quieren”; simplemente demandan JUSTICIA, ya que la veracidad de un evento pasado no depende del deseo o querencia de nadie, EXISTE sin más. Si la autoridad actuó legalmente, debe dejar de ocultar los registros fílmicos de esos aciagos acontecimientos y aceptar la constitución de una comisión de la verdad. Al no abrir al público los expedientes, las declaraciones del senador son una prueba más de que el Estado construyó una mentira histórica para encubrir al ejército, la policía federal y al presidente.
La verdad es cómo un pedazo de corcho puesto sobre el agua, su tendencia es mantenerse en la superficie; se puede ocultar aplicándole una fuerza negativa pero no por ello dejará de existir. Mientras prevalezca la fuerza que lo sumerge seguirá fuera de la vista de todos, pero una vez agotada aquella, su menor densidad lo impulsará a subir, restableciéndose el orden natural. La mentira sería en esta analogía sustituir el corcho por otro material parecido, “dar gato por liebre”. La verdad, no depende de la interpretación subjetiva de alguien, se revela describiendo científicamente un hecho consumado. Nadie la puede crear o destruir a voluntad.
El encargado de investigar los delitos es el Estado, para eso tiene un costoso aparato judicial. Los ciudadanos tienen el derecho de exigirle desempeñe sus funciones de modo genuino. Si el gobierno no puede garantizar la vida, la libertad y la paz, la consecuencia será la instauración del imperio de la ley del más fuerte.
Para acabar con la IMPUNIDAD es necesario seguir evidenciando públicamente las mentiras creadas por la élite burocrática. Este 26 de septiembre podemos hacerlo uniendo nuestra voz solidaria al de las familias de los normalistas secuestrados. Así como no es posible eliminar la realidad matando periodista o silenciando voces tampoco se puede crear una VERDAD por mandato o querencia. Sólo hay que buscarla con tenacidad.