Por: Sacha Lione. ContrahegemoníaWeb. 01/04/2020
Días antes de la cuarentena obligatoria -pero de manera exponencial después del anuncio del presidente argentino-, comenzaron a circular en las redes y en los medios un sinfín de posturas que van desde el punitivismo exacerbado a la solidaridad colectiva. En el presente artículo pretendemos compartir algunos conceptos, debates y aportes de la teoría política para pensar tres manifiestos -en principio “progresistas”- que rápidamente se difundieron y parecen ser compartidos por todo el mundo.
- “Somos responsables”
En primer lugar, una de las frases que circulan de manera masiva pretende “viralizar” la responsabilidad de todxs lxs ciudadanxs. Pero, ¿recién ahora nos damos cuenta de nuestra responsabilidad con el resto de las personas que habitan la tierra? ¿Se habla de responsabilidad personal o responsabilidad política? ¿Se señala con la gorra o se invita a crear lazos comunitarios de solidaridad?Estas preguntan pueden resultar esclarecedoras, ya que algo que en un principio parece “progresista” puede llevar a una intensificación del punitivismo y con ello, de la culpa individual, ambas cosas peligrosas para nuestras democracias. O, por el contrario, puede invitar a potenciarla.
Hannah Arendt, en Collective Responsibility sostiene que hay una gran diferencia entre la responsabilidad colectiva y la culpa moral y/o legal: mientras que la segunda es siempre individual la primera es política ya que da cuenta de la pertenencia a un grupo, a una comunidad de la cual sólo podemos escapar cambiando una comunidad por otra, lo que implica que cambiemos de responsabilidad política, pero nunca podemos abandonarla. A su vez, expresa que no hay ninguna norma moral, individual y personal de conducta que pueda nunca excusarnos de la responsabilidad colectiva. En la lectura de Eichmann en Jerusalem realizada por Iris Marion Young se puede apreciar que para que sea política, la acción debe ser pública y dirigida a la viabilidad -o al objetivo- de la acción colectiva para responder e intervenir en los eventos históricos.
En este sentido, en su último libro titulado Responsabilidad por la justicia, Marion Young da cuenta que la responsabilidad política recae sobre miembros de una sociedad en virtud del hecho de que son agentes morales conscientes de que no deberían ser indiferentes al destino de otrxs. En palabras de la autora: “uno tiene la responsabilidad siempre, ahora respecto a los eventos actuales y también de sus consecuencias en el futuro” (Young, 2011: 104). La responsabilidad política, entonces, no se realiza en soledad sino uniéndonos en la acción colectiva y puede tener la capacidad de transformarlo todo. De manera urgente, debemos prestar atención a las injusticias estructurales que ocurren en nuestra cotidianeidad y, muchas veces de manera subterránea. En plena crisis global, puede ser el momento oportuno para empezar a cuestionar nuestro lugar en el mundo, nuestras responsabilidades políticas, reflexionar sobre las injusticias estructurales y empezar a actuar para transformarlas. El desaf{io es pensar el «después» de la crisis, mientras estamos en ella.
- “Nos cuidamos entre todxs”
Una segunda afirmación que tampoco hace distinciones y se comparte de manera masiva es aquella que pone el cuidado en el centro. Parece así, en principio, que en momentos de crisis lo que nos salva es todo aquello que normalmente se oculta en el patio de atrás del mundo público. Aquello que se realiza “por amor” y no por un salario o por los salarios peor pagos. Aquello tantas veces puesto bajo la alfombra por las teorías políticas, por el mercado, por el Estado. Pero ¿qué entendemos por cuidado cuando compartimos esto? ¿Estamos hablando de lo mismo? Como señala Corina Rodríguez Enríquez (2005), en un sentido amplio se puede decir que el cuidado refiere a todas las “actividades y prácticas necesarias para la supervivencia cotidiana de las personas en la sociedad en las que viven. Incluye el autocuidado, el cuidado directo de otras personas, la provisión de las precondiciones en que se realiza el cuidado (la limpieza de la casa, la compra y preparación de alimentos, entre otras) y la gestión del cuidado” (Rodríguez Enríquez, 2005: 36). Todo este trabajo de reproducción social hoy se vuelve central para hacerle frente a una crisis global, pero no necesariamente va a traer como resultado una redistribución de los mismos al interior de los hogares, ni una mayor responsabilidad del Estado en la sostenibilidad de la vida. Sin embargo, pone en el centro el conflicto entre la sostenibilidad de la vida y la lógica heteropatriarcal y capitalista de acumulación del capital (Pérez Orozco, 2014). Conflicto que no es posible resolver sin una transformación total del sistema, si lo que queremos es una sociedad justa e igualitaria. ¿Va a volver todo a la normalidad cuando esto acabe?
- “Nos salva el Estado”.
Por último, entre lxs más progres, aparece un anhelo con aura de romantización del Estado. ¿Qué Estado? El de Bienestar. Cabe recordar que el Estado de bienestar en su mejor época y forma se basó en la explotación de la naturaleza, en la invisibilización de los trabajos no remunerados, en el expolio de territorios indígenas y se configuró sobre la base de un modelo de familia heterosexual donde se tomaba a los varones (cis) como proveedores y jefes de los hogares. Claro que el mercado no es la solución, y no podemos negociar los derechos adquiridos ni dejar la lucha por más derechos. Se puede tratar de repensar un nuevo Estado de bienestar, entendiendo que estamos en un contexto invadido por las fuerzas de mercantilización. Un nuevo Estado de bienestar que asegure de hecho a las personas contra las incertidumbres, ya que las viejas formas de Estado de bienestar no pueden proporcionar esa protección (Fraser, 2015). Una nueva forma de Estado de bienestar que se corresponda con una concepción de justicia que contemple la retroalimentación entre la redistribución y el reconocimiento en un mundo globalizado (Fraser, 2008).
Todo ello es importante porque si bien el virus no discrimina, como dijo Butler en su última nota, las personas y las instituciones sí lo hacemos. Y en un contexto de diferencias de clase y jerarquías de estatus, algunas vidas valen más que otras. Por ello, coincidimos con Fraser (2008), que se vuelve central pensar la dimensión política de la representación junto a la dimensión económica de la distribución y la dimensión cultural del reconocimiento. Si nos salva el Estado, podemos pensar de qué Estado hablamos y la relación de los Estados con el capitalismo actual. Que, como todas las formas de capitalismo constituye un orden social institucionalizado que abarca mucho más que las relaciones económicas (Fraser, 2019).
Por todo ello, ¿no llegó la hora de cuestionarnos todo? ¿De pensar nuevos mundos donde el Estado no le sea funcional al capitalismo? Frente a una crisis como la actual podemos darnos un horizonte de utopía y pensar, como dice Amaia Pérez Orozco, en una propuesta que dé un vuelco sistemático y que permita poner en el centro las condiciones de posibilidad del buen vivir, diverso, para todas, todos y todes. El desafío se encuentra en emprender una reflexión política colectiva donde se pueda definir “democráticamente a qué vamos a llamar buen vivir y cómo vamos a convertirlo en responsabilidad colectiva” (Pérez Orozco, 2014: 53).
Ahora que somos un poco más conscientes de la precariedad de nuestras vidas, quizás pueda ser el momento de pensar colectivamente la salida. ¿Somos capaces de hacerlo? El panorama no es muy alentador: actitudes vigilantes, un modelo productivo que no está en cuarentena y no para de fumigarnos, y redes sociales cargadas de mensajes clasistas, sexistas, punitivistas e individualistas nos dicen que no va a ser fácil la tarea de construir un mundo mejor.
Por Sacha Lione
* La autora ([email protected]) es Licenciada en Ciencia Política por la UNL, Doctoranda en Estudios Sociales y Becaria Doctoral del CONICET.
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Fotografía: ContrahegemoníaWeb.