Por: Javier Tolcachier. 02/11/2022
Desde una mirada geopolítica, el contexto más general del momento es el intento de los Estados Unidos de detener su caída como poder unipolar y no querer aceptar la consolidación de un mundo multipolar, con reglas de juego mucho más equilibradas que las establecidas luego de 1945, que impusieron una decisiva infuencia estadounidense en el esquema de relaciones internacionales.
Hoy queda ya a las claras que el ascenso de China a potencia económica de primer rango, la recomposición de Rusia como factor de peso en términos energéticos, militares y geopolíticos, la mayor gravitación de India, Irán, Turquía y otros países del Asia, la estructuración en bloques como el BRICS, la ASEAN, la Organización de Cooperación de Shanghai, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la Unión Euroasiática o la Unión Africana de Naciones han desequilibrado el esquema de poder único ideado por los estrategas estadounidenses, promoviendo el camino a una mayor independencia y soberanía en relación a sus apetencias.
Como contraparte, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha ido expandiendo sus fronteras contrariamente a lo acordado en 1990 con el entonces Secretario General del PCUS Mijail Gorbachev. Desde entonces, ha sumado 14 nuevos países hacia el Este, totalizando en la actualidad 30 miembros. Aunque proclama un espíritu defensivo, este bloque ha actuado militarmente en Kuwait, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Siria y Libia, mostrando su carácter ofensivo.
La reciente constitución del eje militar AUKUS entre Australia, el Reino Unido y los Estados Unidos junto a la reunión cumbre realizada en Marzo de este año en el desierto del Neguev entre los gobiernos de Israel, Estados Unidos, Egipto, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos y Marruecos con el objetivo de constituir una alianza fundamentalmente contra Irán, nos hablan de la configuración de un esquema confrontativo contra las potencias emergentes.
El permanente ataque en América Latina a gobiernos de izquierda o de orientación progresista, sumado a eventos de carácter destituyente en zonas próximas a Rusia como los disturbios en Bielorrusia y Kazajistán o la provocación a China con la vista de Nancy Pelosi a Taiwán, nos hablan de una estrategia global en la que Estados Unidos intenta por todos los medios, detener la nivelación de poder mundial y seguir intentando ser potencia única, apoyado sobre todo en el desperdicio de miles de millones de dólares en pertrechos militares.
Por su parte, el hecho de que los países de la Unión Europea, ante sus propias dificultades, comenzaran a volcar su mirada hacia el enorme peso demográfico y económico del Oriente, sobre todo al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, a los fabulosos negocios derivados del proyecto chino de la Franja y la Ruta o al aumento de la provisión de energía barata desde Rusia a través de nuevos gasoductos como el NordStream II, encendió las alertas del Estado profundo estadounidense, quien sin duda alentó la salida del Reino Unido de ese bloque para debilitarlo y alimentó el alzamiento de 2014 en Ucrania. El intento de unir a este país a la OTAN y eventualmente dotarlo de armamento nuclear, fueron un factor desencadenante de la operación militar rusa en curso.
El objetivo estadounidense con esta avanzada es sin duda re-disciplinar a Europa, crear una nueva Cortina de Hierro para impedir la posible cooperación con Asia y que el continente europeo, que nunca dejó de estar ocupado militarmente luego de la última conflagración mundial, no logre alcanzar una mayor autonomía.
Otro aspecto de profundo calado geohistórico en la coyuntura es la ilegítima pretensión de Occidente de continuar siendo la cultura preeminente en el mundo, manteniendo algo del bienestar obtenido del expolio y la vejación de millones de seres humanos en sus antiguas colonias, bienestar que hoy ya se encuentra en franca disminución para la mayoría de sus habitantes .
Desacople feudal y puja supremacista
Al ir perdiendo Estados Unidos terreno en un tablero capitalista financiero y tecnológico globalizado impulsado por sus propias estrategias, parece ahora abordar, como en otros momentos, una táctica de doble hoja. Por un lado, intentando reacomodarse con un relativo desacople feudal en los campos que no le son del todo favorables, sin dejar por otro lado de intentar mantener su supremacía por cualquier medio en aquellos que considera fundamentales, como el control de la economía a través de su moneda como patrón de intercambios, una despiadada competencia tecnológica y su condición de mandamás en organismos internacionales.
El influjo globalizador, la ideología neoliberal y la ilusión del liderazgo único tuvieron un corto auge, apenas poco más de una década, ya que los pueblos, luego del sopor y el dolor de su propagación, retomaron una nueva rebelión contra esas políticas. El fracaso neoliberal se vio profundizado en Occidente con las quiebras especulativas de la banca en 2007-2008. Este malestar social dura hasta hoy canalizándose a través de distintas opciones ya sea a través del apoyo popular a frentes progresistas como lamentablemente también por derecha, a través del avance de nacionalismos o fundamentalismos retrógrados.
La estrategia china va por otro carril, a pesar de usar esquemas comerciales y financieros similares, en un intento por sostener el comercio abierto y las cadenas de valor globales sin mella. El concepto de una “comunidad de destino compartido para la humanidad”, lema central de la diplomacia en la era Xi, es sin duda mucho más prometedora. Cabe sin embargo preguntarse si se corresponde con una traducción en clave actualizada de la perenne búsqueda china de la armonía o es apenas una frase acuñada con el objeto de esconder un elefante detrás de un biombo. Es decir, de demorar una aún más radical reacción adversa del hegemón occidental al crecimiento hoy ya a todas luces visible del país oriental. O quizás, ni una ni otra, sino las dos cosas al mismo tiempo.
La mundialización y la fragmentación social
Más allá de estas tácticas de dos potencias en pugna, la mundialización, es decir, la interconexión total entre las diferentes culturas – muy distinta de la globalización economicista comandada por las transnacionales corporativas – es un proceso ya indetenible y acelerado. Pretender el retroceso en la constitución de esta primer civilización a escala planetaria es no solo anacrónico sino imposible, lo cual lleva a quienes se enrolan en esta reacción, a hundirse en el fango del resentimiento y la violencia frente a la diferencia, un espiral descendente sin posibilidades de mejora personal o social.
Negar la mundialización, es como intentar quebrar el vidrio laminado del parabrisas de un automóvil. Puede estallar por un golpe en numerosas partículas, pero se mantiene unido para que las esquirlas no hieran a los ocupantes del vehículo.
Y precisamente, lo que ocurre con el segundo proceso en curso, paralelo a la mundialización, es una enorme tendencia a la fragmentación, al separatismo, a la ruptura del tejido social, incluso a la división en los ámbitos más íntimos y hasta la contradicción en la propia interioridad.
La fuerza que impulsa esta atomización social es la disolución de lazos asentados en valores que van perdiendo vigencia por la velocidad del cambio social. Pero paradójicamente, un importante contingente humano, arrojado a la soledad, a la exclusión y la falta de referencias incólumes, busca refugio y contención en el pasado, en la promesa de paraísos perdidos, en concepciones conservadoras de mundos ya inexistentes, con la ilusión de detener el tiempo y la historia.
Esta dinámica del mundo interno en las personas ocasiona hoy retrasos en la evolución humana. No advertir este mundo, no comprender la diferencia de velocidades entre posibles cambios en el paisaje social y en el paisaje humano más interno, no invertir energía en el desarrollo de este universo de la conciencia en paralelo a la transformación de indignas condiciones de miseria y exclusión, obstaculiza y enlentece los imprescindibles avances en términos sociales, políticos e interpersonales. Parecen dos mundos distintos, pero son uno y el mismo.
La chance para América Latina y el Caribe
La región latinoamericana y caribeña tiene una gran oportunidad y un papel fundamental que cumplir en este proceso, que puede sintetizarse en tres postulados programáticos.
Acelerar su unidad denegada por los poderes coloniales a través de la colaboración y el hermanamiento en el marco de procesos de integración que contemplen no solo la cooperación interestatal sino la fundamental participación de las organizaciones sociales y las diferentes culturas en este proceso.
Constituirse en avanzada de un modelo de poder descentralizado, condiciones sociales inclusivas y democracia real.
Y finalmente, promover la simultaneidad del cambio social y el cambio interno guiado por una nueva escala de valores humanista, haciendo de la no violencia el eje de una poderosa transformación colectiva.
En definitiva, creando un efecto demostración de una nación continental humanizada, prólogo y antecedente del “otro mundo posible”, la futura Nación Humana Universal.
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Fotografía: Pressenza