Por: Luis Armando González. 05/05/2023
Para comenzar, se tiene que decir que la palabra “modelo”, tal como aquí se utiliza, no tiene una connotación positiva, como usualmente sucede; tampoco se le está dando la connotación de “perfección”. Aquí se utiliza la palabra en el sentido de algo que sirve de (o se toma como) molde (o patrón) a partir del cual se hacen copias más o menos fieles. Y por supuesto que en la milenaria prehistoria-historia de la especie Homo sapiens se han generado no sólo múltiples formas de ejercer el poder político –de dominar a otros—, sino que se han forjado modelos de cómo hacerlo. Estos modelos han trascendido su contexto específico de nacimiento, irradiando su seducción hacia otros contextos y también hacia épocas posteriores. Si se toman en cuenta los 300 mil años de presencia de nuestra especie en el planeta, o incluso si sólo se toman en cuenta los 10 mil años que nos separan del neolítico, cuesta imaginar algo que, en lo relativo al uso y abuso del poder, no haya sido puesto en práctica, una y otra vez, por alguien o algunos (un gobernante, una camarilla) en algún momento del pasado remoto o reciente.
Merece un párrafo aparte el afán de eternidad en el ejercicio del poder que, desde tiempos pretéritos, aparece como ambición y propósito en quienes se erigen como gobernantes o adquieren la potestad de conducción de un macro grupo social. Quizás el sostén de esa aspiración no sea otro que la conciencia de ser mortales, pero la muerte es lo que termina por derrotar –más allá de cuánto dure su poder— a cualquier gobernante. Por eso las dinastías y la institucionalización del poder: el que gobierna no quiere morir del todo, pues lo continuarán –eso es lo que pretende— sus herederos o las estructuras institucionales que preservarán su legado. Por eso, quizás también, el propósito de construir grandes obras de infraestructura, lo que en México se ha denominado obras “faraónicas”.
Estas ansias de perdurabilidad se han emparejado desde tiempos pasados con la aspiración a (e incluso la certeza absoluta de) gozar de un apoyo popular total. O, en situaciones extremas, de la aspiración o deseo, por parte de un determinado gobernante, de ser “uno” con el pueblo. Las proclamas de respaldo popular han emanado de gobernantes y sus voceros (ideólogos, intelectuales) ahí donde se pretendido perdurar “eternamente” en el poder. Así, se ponen a circular afirmaciones como la siguiente: “este líder es popular no solo entre la totalidad del pueblo de su nación, sino a nivel regional, mundial y universal”. Poco importa si eso es real (fácticamente real) o no, o en qué medida lo es. Los críticos y opositores terminan por repetir lo que se considera una verdad inapelable, sin atreverse a cuestionarla. Por su lado, y en distintas y trágicas ocasiones, algunos de quienes se han creído respaldados por su “pueblo” (o por los “pueblos del mundo”) han tomado decisiones trágicas para ese pueblo que supuestamente los adoraba y en cuyo nombre han actuado. Nada más pernicioso que decirle a un gobernante, una y otra vez (sea cierto o no) que la totalidad de un pueblo (ya no se diga de los pueblos del mundo) aprueba y respalda todas y cada una de sus decisiones. Es como si se le estuviera diciendo que, por aquello de vox populi, vox Dei, todo le está permitido.
Volviendo al peso de la historia, el margen de maniobra y las opciones para innovar en las formas de ejercer el poder –o mantenerlo o, cuando no se tiene, conquistarlo— se hacen cada vez más limitados en la medida que el tiempo y las épocas históricas han ido transcurriendo. En el presente, el margen de maniobra y las opciones de innovación en el ejercicio del poder son mucho más escasos que hace cien años, y hace cien años menos que hace doscientos; y, obviamente, cuanto más lejos nos situamos en el tiempo mayores son las posibilidades de innovación en el ejercicio del poder que se pueden vislumbrar.
Claro está que, atrapados en el sesgo del presente, valoramos en demasía el alcance de nuestras posibilidades actuales; creemos que todo lo que hacemos en el presente no se ha hecho nunca, es decir, que no hay precedentes. Asimismo, este sesgo se ve acompañado del sesgo de la autoexaltación, que nos hace creer que todo lo que hacemos es, además de inédito, grandioso y que, incluso, bordea la perfección. Pero no hay nada como un par de buenos libros de historia política –entre los que debería estar El Príncipe de Maquiavelo— para curarse del sopor de la autocomplacencia y la ceguera ante las lecciones del pasado.
Pues bien, ese pasado es aleccionador acerca de los modelos de ejercer el poder que no han dejado de ser copiados –a veces en híbridos espantosos pero eficaces— desde que vieron la luz en sus particulares contextos históricos. Algunos ejemplos ilustran lo que se acaba de afirmar. Para el caso, cabe mencionar el “modelo priista”, fraguado en el México posrevolucionario para encauzar, de manera institucional, las pugnas entre los caudillos y grupos de poder que pretendían conducir a la sociedad mexicana amparados en una legitimidad revolucionaria.
Si se restan los años en lo que se denominó PNR (1929-1938) y PRM (1938-1946), el PRI no vio sacudida su preeminencia hasta 1988, cuando de su seno surgió el PRD, que lo desafió seriamente sin arrebatarle el poder. Este sólo fue cedido en 2000, cuando el PRI perdió la presidencia, ante el PAN, después de más de 50 años de ejercerla de manera continua. Si se suman los gobiernos del PNR y el PRM, fueron 71 años continuos de dirigir “los destinos de México”. No es una eternidad o por siempre y para siempre –como proclama Juan Vargas (Damián Alcázar), en la Ley de Herodes— pero no es nada despreciable. La “dictadura perfecta”, la llamó Mario Vargas Llosa en uno de sus momentos más lúcidos. Se trató de un diseño institucional muy bien ensamblado y hecho para durar; y se lo quiso emular, con distinto éxito, en varias naciones. En El Salvador de años noventa, en los círculos del partido ARENA, corría el rumor de que el propósito era ejercer el poder a la manera del PRI. La “hegemonía de ARENA” fue mucho más corta que la del PRI: 20 años en la presidencia.
Otros ejemplos: a) el chavismo. Se trata de una combinación de caudillismo y control institucional sobre la sociedad, a la que se pretende beneficiar con políticas sociales de distinta naturaleza; dos componentes difíciles de conciliar, y con un punto débil: el caudillo, que cuando falta es difícil de relevar. Lo cual no quita que sea un modelo atractivo y merecedor de ser emulado en distintos rincones de la “patria grande”; b) el castrismo: casa matriz del chavismo, sin duda alguna. La institucionalidad del castrismo fue la de las burocracias comunistas del ex bloque del Este y sus secretariados generales, en cuyo seno encontró acomodo la figura, bien arraigada, del caudillo latinoamericano; el orteguismo: heredero del castrismo, el chavismo y el caudillismo místico centroamericano. Una combinación ciertamente eficaz para controlar a la sociedad y, en especial, a la oposición política, pero amenazada siempre por una potencial pérdida de legitimidad; y la marea rosa: las dos primeras gestiones de Lula, en Brasil, expresan de manera ejemplar algunos de los rasgos de este modelo, entre los que destacan la apuesta por la institucionalidad democrática, la modernización económica y el diseño de políticas públicas destinadas al bienestar y la inclusión. El híbrido filosófico del “buen vivir” se convirtió en referencia de los gobiernos de la marea rosa, principalmente, en Ecuador, bajo la conducción de Rafael Correa; y en Bolivia, bajo el mandato de Evo Morales.
Lo que se ha enlistado son unos pocos ejemplos de ejercicios de poder que han sido emulados, con matices y mezclas, en distintos lugares. Y, seguramente, lo seguirán siendo, junto con otros muchos –franquismo, estalinismo, nacional socialismo, fascismo, peronismo, republicanismo, etc.— que vieron la luz en el pasado lejano o en el pasado reciente. Si se pone todo lo que ya se ha hecho en cuanto al poder –uso, abuso, manipulación, control, y un largo etcétera— lo nuevo por inventar es muy poco. A lo sumo, un matiz o un énfasis, pero a partir de un inmenso lote de recursos e instrumentos ya utilizados y reutilizados por quienes precedieron a quienes llegan recién a la política.
Por supuesto que quienes recién llegan a esas lides (y sus seguidores) pueden creer que lo que hacen cuando ejercen el poder es algo inédito, es decir, una innovación absoluta. Lo creen porque no dado un vistazo al lote de recursos políticos heredados, en cuyo interior seguramente se encuentra eso que se considera novedoso. Quizás lo novedoso sea la manera de copiar; ya lo decían los profesores de antes: “hasta para copiar hay que ser creativos”.
San Salvador, 4 de mayo de 2023
Fotografía: https://assassinscreed.fandom.com/es/wiki/El_pr%C3%ADncipe?file=Nicola.jpg