Por: Luis Armando González. 10/02/2022
Introducción
Dirigir la mirada a África confronta a los seres humanos actuales con su pasado, pues cualquier individuo del presente, sin importar su color de piel, educación, condición económica, religión o ubicación geográfica tiene sus ancestros en este continente. Es decir, el conocimiento de la historia africana es clave para la comprensión de la historia de otros continentes –otros pueblos, sociedades y civilizaciones—, misma que sólo fue posible a partir, primero, del surgimiento de la especie Homo sapiens en tierras africanas (hace unos 250 mil años); y, segundo, debido a los desplazamientos migratorios de miembros de esta especie que fueron poblando los continentes a lo largo de miles de años, dando lugar una diversificación de la misma que llega hasta el día de ahora. No es inusual escuchar, en ambientes salvadoreños, que de África se sabe poco. No es cierto: de este continente y sus poblaciones, del pasado y del presente, se sabe mucho, pues la investigación paleontológica y paleantropológica y arqueológica ha venido dedicando, desde el siglo XIX, sendos esfuerzos a ello. Otra cosa es que en nuestro medio se conozca poco de África, pero esa es una deficiencia de quienes nos preocupamos poco por ver más allá de la punta de la propia nariz.
De ahí que el interés que motiva este ensayo sea ofrecer una mirada global de este continente para quienes, a lo sumo, tienen algunas nociones vagas del mismo, o unas nociones formadas por modas de distinto pelaje que suelen reposar un presunto “exotismo” africano o, peor aún, en África como lo absolutamente “extraño”. Una aproximación medianamente rigurosa la realidad africana, del pasado y del presente, no avala esas afirmaciones que definen a lo africano como “territorio de la otredad” o algo semejante. No hay tal “lejanía” de lo africano respecto de lo no africano, a no ser en la imaginación de literatos y pensadores que, a diferencia de los racistas de antaño que buscaban esclavos, quieren encontrar en la africanidad unas claves de redención de la humanidad (no africana).
En el relato que sigue a continuación no se encontrará nada de ello ni nada que haga referencia a esa palabra tan de moda, aunque confusa, que es “decolonizar”, pero sí un profundo respeto y agradecimiento por el legado de ese continente y sus poblaciones ancestrales a la humanidad actual: ahí está su cuna. No se trata de un relato científico en el sentido estricto de la palabra, pero sí inspirado en la lógica y los criterios mínimos de la ciencia, en especial los de la refutación empírica. Así, cada argumento y evidencia aquí presentados pueden (y serán) ser refutados con otros mejores, tal como lo exige el avance del conocimiento científico. Sin embargo, se trata de un ensayo, es decir, un ensamble bastante libre de argumentos y evidencias que no busca establecer ninguna tesis concluyente sobre el tema tratado. Es más bien un compartir lo que se ha leído y encontrado en distintas fuentes, algunas de ellas especializadas, sobre África y su historia. Por eso el título: “África: algunos conocimientos básicos”.
1. La geografía
La historia antigua de África (que usualmente se suele llamar “prehistoria”) trata de esas dinámicas en la que se fraguan los primeros pasos de la especie Homo sapiens y los primeros poblamientos de los distintos continentes. Por su parte, la historia africana moderna trata de dinámicas más recientes –a partir aproximadamente de 1400 en adelante—, que es cuando África comienza a convertirse en teatro de disputas de carácter internacional; lo que no excluye los tensiones y conflictos locales que van a acompañar la historia de África hasta los tiempos actuales. Historia apasionante, trágica y llena de dolor la de este inmenso continente, al que sólo a partir del siglo XX se le ha reconocido de pleno derecho, gracias a la labor incansable de científicos de primer nivel, su lugar como cuna de la humanidad actual.
El estudio de África hace imperativo iniciar con una mirada global del continente, lo cual necesariamente debe iniciar con su geografía, ubicada en el contexto mundo, para luego pasar a la identificación de la diversidad de naciones que la integran. A partir de ello se pueden abordar algunas de los aspectos más llamativos de este continente, como es el caso del peso decisivo del desierto del Sahara en su configuración histórica, cultural y económica, las conexiones (y desconexiones) geográficas de África con otros continentes y la peculiar importancia de Sudáfrica (la nación sudafricana) en el continente. Estos aspectos serán tratados desde distintos ángulos y matices a lo largo de toda la asignatura, por lo cual en este momento nada más se hará una exposición sumamente general de ellos.
En el presente, el continente africano constituye una masa geográfica bien definida no sólo por límites fronterizos, reconocidos internacionalmente, sino por límites naturales. El más llamativo de estos límites naturales es el que mira hacia las costas del atlántico sudamericano, concretamente la superficie que abarca la costa de Brasil. Es casi imposible que no llame la atención el parecido entra ambas zonas geográficas. Esa semejanza obedece a que hace entre 150 y 120 millones de años se dio la separación entre las dos masas continentales (Europa Press, 2014) que, hasta entonces, habían estado unidas un continente denominado Gondwana, “que incluía los actuales Sudamérica, África, Australia, Antártida e India hace aproximadamente 500Ma.” (Servicio Geológico Mexicano, 2017). Por supuesto que hay diferencias extraordinarias entre ambos márgenes de costa, tal como lo divulgó en 2014 la agencia Europa Press:
“La separación de América del Sur y África creó márgenes asimétricos. Cuando América del Sur se separó de África hace entre 150 y 120 millones de años, se formó el Atlántico Sur y Brasil se separó de Angola. Los márgenes continentales formados a través de esta separación son sorprendentemente diferentes: a lo largo de 200 kilómetros de ancho de la costa de Angola, se han detectado capas muy finas de la corteza continental, mientras que el margen homólogo brasileño cuenta con una brusca transición entre la corteza continental y oceánica. La separación de América del Sur y África creó márgenes asimétricos. Geocientíficos del Centro Alemán de Investigación de Geociencias (GFZ, por sus siglas en inglés), la Universidad de Sydney, en Australia, y la Universidad de Londres, en Reino Unido, han descubierto que el centro de la ruptura, donde la corteza continental adelgaza activamente por las fallas, no se mantuvo fijo durante la ruptura continental, sino que se desplazó lateralmente… La separación de América del Sur y África creó márgenes asimétricos. ‘Hemos podido demostrar que las fracturas son capaces de moverse hacia los lados durante cientos de kilómetros –afirma el doctor Sascha Brune, del GFZ—. Durante el movimiento de la ruptura, la corteza de un lado de la grieta se debilita por el material caliente que aflora del manto de la Tierra, mientras que el otro lado se mantiene un poco más fuerte porque la corteza es más fría. Nuevas fallas se forman sólo en el lado débil y cálido porque aquellas del lado duro se vuelven inactivas’” (Europa Press, 2014).
En el estudio elaborado por el Servicio Geológico Mexicano, titulado Evolución de los continentes, se anotan tres momentos esenciales en el proceso que condujo a la formación de los continentes tal y como se pueden visualizar en el presente. Estos son esos momentos:
- “Ruptura y movimiento de los diversos continentes del Gondwana. La Antártida y Australia, que ya se mantenían suturadas, se separaron de Sudamérica y África, mientras que la India se separó del supercontinente Gondwana y empezó a moverse hacia el norte”.
- “Sudamérica y África empezaron a separarse, el extremo oriental del mar de Tethys empezó a cerrarse debido a la rotación de Laurasia y al movimiento de África hacia el norte siendo este movimiento el precursor del presente mar Mediterráneo”.
- “Para fines de la era, Australia y la Antártida ya se habían separado, la India había llegado casi a la mitad del Ecuador; Sudamérica y África se habían apartado ampliamente; Groenlandia se había separado por completo de Europa y un rift la alejaba de Norteamérica para formar una masa de tierra aparte” (Servicio Geológico Mexicano, 2017).
En las imágenes que se muestran a continuación aparece esta secuencia; es importantes fijarse en la última, pues es la que refleja el estado de los continentes, y de África en particular, en la actualidad.
Imagen 1
Evolución geológica de la tierra (a partir de hace unos 208 millones de años hasta el presente)
Fuente: https://www.socialhizo.com/geografia/formacion-de-los-continentes-tectonica-de-placas
En el presente, pues, África constituye un continente con un perfil geográfico bien definido. Visto de manera general, ya se mencionó la cara geográfica que mira hacia América del Sur. Un inmenso océano (el Atlántico Sur) se interpone entre ambas geografías. La comunicación primero marítima y luego aérea facilitó, en tiempos recientes, los vínculos entre ambas, pero durante milenios, después de la separación, el contacto humano entre las dos regiones fue imposible. En un mapa más completo, como el que se presenta a continuación, se pueden visualizar la relación de África con otras regiones del mundo.
Comenzado con las regiones más distantes, África se haya lejos –geográficamente y en el presente— de Centro y Norteamérica, de Groenlandia y del Polo Norte. Asimismo, se haya lejos de Australia y de la Antártida. Entre estas regiones y África la separación geográfica está impuesta no sólo por la distancia, sino por océanos. Con otras regiones, aunque la distancia llega a ser inmensa, existe una conexión por tierra o la separación marítima no es insalvable. En su momento se verá que estos “puentes” con otras regiones han sido cruciales en la configuración histórica, cultural y política de África. En conjunto África ha configurado su historia a partir de sus vínculos geográficos, directos, con Europa y Asia. En esta línea, un espacio de interacciones y de influjos entre África (concretamente naciones del norte de ese continente, como Marruecos, Argelia y Túnez) ha sido el Mediterráneo.
En esta zona, España, Portugal, Italia y Turquía fueron, decisivamente entre 1400 y 1600 (cuando se configuran las bases del África moderna) vehículos de relaciones económicas, políticas, culturales y militares entre ambos continentes (Maalouf, 2006). Sin embargo, desde siglos anteriores el Mediterráneo fue el espacio de relaciones estrechas, no siempre pacíficas, entre pueblos, sociedades y culturas de ambos lados. Sólo por mencionar un ejemplo de las relaciones-interacciones, en este caso religiosas, entre África y Europa, cabe mencionar al famoso teólogo San Agustín (354-430 a. C.) que era, precisamente, originario de una región que ubicada en lo que es ahora Argelia.
Los otros puentes importantes entre África y otro continente –esta vez Asia— se ubican, por un lado, en la zona del Mar Rojo; y, por otro, la conexión directa entre Egipto, Israel, Siria y Jordania, y de ahí hacia el interior del continente asiático, pero en lo inmediato en contacto con –de nuevo Turquía—, Arabia Saudita, Irán e Irak. Una inmensa región de cultura, primero, árabe y, posteriormente, musulmana, a partir del desarrollo del Islam, con la predicación de Mahoma (570-630 d.C.), la difusión del Corán y la organización de territorios y sociedades a partir de esas enseñanzas. ¿Cuántas naciones integran África? En el siguiente mapa se ofrecen el listado y localización de las 54 naciones africanas (Tabuenca, 2018):
Imagen 2
Mapa político de África
Fuente: https://espanol.mapsofworld.com/continentes/africa/el-mapa-de-africa.html
Por último, la mirada a la geografía de África pone en la pista de la enorme diversidad en la flora y la fauna de ese continente. Al que otras naciones y regiones, los recursos naturales y la topografía de sus territorios ha dado a los pueblos y naciones de África condiciones distintas para encarar los desafíos de la supervivencia desde tiempos remotos. Desde que se formó tal como es ahora (hace unos 5-10 mil años) el desierto del Sahara ha sido determinante en la historia de las poblaciones africanas. Lo fue antes de ser un desierto, pues el surgimiento y expansión de las primeras poblaciones humanas (de la especie Homo sapiens) son inseparables de esa zona de África antes y después de volverse un desierto. La imagen que sigue a continuación muestra este inhóspito desierto –de una extensión casi del tamaño de EEUU o China— que, sin embargo, alberga a varias naciones: Argelia, Chad, Egipto, Libia, Marruecos, Mauritania, Malí, Níger, República Árabe Saharaui Democrática, Sudán y Túnez.
“Lo que es hoy el árido, caliente e inhóspito desierto del Sahara, en el norte de África –dice William Márquez (Márquez, 2017)—, era una región de sabanas y praderas frondosas con algunos bosques y el hogar de cazadores y recolectores que vivían de una variedad animales y plantas, sostenidos por lagos permanentes y grandes cantidades de lluvias. Eso fue entre hace unos 5.000 y 10.000 años, un período conocido como el ‘Sahara verde’ o ‘Sahara húmedo’. Es difícil imaginar que el mayor desierto cálido del mundo, que tiene una precipitación anual de apenas entre 35 y 100 milímetros, hace unos miles de años recibía lluvias hasta 20 veces más intensas” (Márquez, 2017).
2. La historia más antigua de todas
La historia de antigua de África no sólo es apasionante, sino que está revestida de una importancia sin igual. Se tiene que partir de una aclaración previa: cuando se habla de historia de África se hace referencia a la presencia y obra de seres humanos en ese continente; y lo mismo aplica, obviamente, a otros continentes, pues no tiene sentido hablar de historia sin seres humanos. Distinto es hablar de la formación y evolución de los continentes y de la vida, en lo cual, por cierto, África tiene una relevancia singular ya que su peculiar ubicación, climas y conexiones con Europa y Asia –y en tiempos remotos con América del Sur— fueron cruciales para el desarrollo de formas vivientes diversas, entre ellas los grupos homínidos de los que evolutivamente emergieron distintas especies del género humano, incluida la especie Homo sapiens (National Geographic. S.f.).
La historia de la humanidad, tal como lo revelan ciencias como la paleontología, paleantropología, biología molecular, psicología evolucionista y genética, comenzó en África. Es decir, la historia antigua de África es la historia más antigua de todas (se le suele llamar prehistoria); más que la de Europa, que la de Asia, que la de Australia y que la de América, por la sencilla razón que es en África en donde comienza la historia humana o lo que Robin Dunbar llamó la “odisea de la humanidad”. Comentando las ideas de Dunbar, dice Ignacio Topete Lara:
“La cuna es África, el ambiente es de sabana y perilacustre. El animal es un ‘simio erguido’, genéticamente obligado a la bipedestalidad, naturalmente seleccionado por su condición de homínido con una pelvis ‘preparada para… equilibrar el peso del tronco, y… proteger las vísceras’. Pero los homínidos han poblado el planeta por más de tres millones de años, por eso, y a guisa de comparación, a la vez que de deslinde, separa velozmente de su obra a los Homo sapiens del resto para dejarlo ‘abandonado’ en su supervivencia, solitario, arrojado a la naturaleza, obligado a ser, desde hace 28 mil años, el único ejemplar de homínido sobre la tierra. Como subespecie cumpliría muy bien con [el] dictum existencial sartriano de ser arrojado en el mundo, solitario y condenado a ser responsable de los demás miembros de su especie (al menos, agregaría)” (Topete Lara, 2008, pp. 232-233).
La separación evolutiva de la especie Homo sapiens de sus parientes homínidos sucedió, según algunas de las dataciones más recientes, hace aproximadamente unos 250 mil años (Bermúdez de Castro, 2021). A propósito, este investigador anota que significa “Homo sapiens”. Dice lo siguiente, primero para aclarar los términos de “género” y “especie”:
“El médico sueco Carlos Linneo (1707-1778) nació a principios del
siglo XVIII, por lo que no pudo conocer las ideas que un siglo más
tarde desarrolló Charles Darwin. Aunque la formación de Linneo se centró en la medicina, su inclinación por la botánica, la zoología y, en general, por la relación entre todos los seres vivos, le llevó a la observación metódica de la naturaleza. Linneo fue capaz de distinguir unos seres vivos de otros, aunque en apariencia fueran muy similares, y se le ocurrió la necesidad de poner un nombre a las entidades biológicas que era capaz de diferenciar. En 1758, en la décima edición de su libro Systema Naturae, publicado en 1735 y ampliado hasta 1770, propuso que cada una de las entidades debería tener un nombre y un apellido. El primero podía ser común para algunas entidades similares, mientras que el segundo permitiría diferenciarlas cuando ello fuera necesario. El nombre sería genérico (el género), mientras que el apellido sería específico (la especie)” (Bermúdez de Castro, 2021, p. 21).
Y, en concreto, sobre el Homo sapiens dice esto:
“Linneo no tuvo reparos en admitir nuestra naturaleza animal y tuvo que asignar un nombre a la especie a la que pertenecemos. El término binomial Homo sapiens, el «Hombre sabio», reflejaba las circunstancias de la época histórica en la que Linneo vivió y trabajó. Admitía nuestra entidad natural, pero la racionalidad, la sabiduría y la autoconciencia eran criterios diferenciales de primer orden. Éramos
la única especie del género Homo, un nombre que no podíamos compartir con otros seres parecidos. Solo cuando se interpretaron correctamente los fósiles que fueron llenando los armarios de las entidades científicas y las casas particulares, tuvimos compañía. En la actualidad, hablamos con naturalidad de Homo habilis, Homo erectus, Homo antecessor y Homo neanderthalensis” (Bermúdez de Castro, 2021, p. 22).
A estas alturas es firme, desde criterios científicos, que el género humano incluye varias especies humanas, una de las cuales es la Homo sapiens, a la que pertenecen todos los habitantes humanos de la tierra en el presente (mujeres, hombres, blancos, negros, morenos, altos, bajos, etc.). La única sobreviviente del género es, precisamente, la Homo sapiens; las otras ya se extinguieron. Con una de ellas, la Homo neanderthalensis, coexistieron, en Europa, los sapiens, hace unos 40 mil años (Arsuaga, 2001). Una de las más antiguas es la especie Homo habilis (hace unos 2. 3 millones de años) también de origen africano.
Los especialistas, en general, aceptan que las especies del género humano, dada su estructura psico-biológica (y con diferencias entre ellas), tuvieron destrezas tecnológicas que, en ciertos aspectos prefiguran, el punto de arranque tecnológico de la especie Homo sapiens. Sin embargo, es esta última la que logra ir mucho más allá de lo alcanzado por sus especies hermanas, en particular de los neandertales. Así, hace 250 mil años, en África, comenzó a desarrollarse la primera (originaria) historia de la humanidad, es decir, las primeras creaciones culturales (muy cercanas al principio de lo creado por los humanos no sapiens), pero con unas potencialidades de innovación y creatividad que, con el paso de los milenios, trajeron a los humanos hasta el presente.
La investigación paleontológica, paleoantropológica y arqueológica ha profundizado, desde el siglo XIX en adelante, en el conocimiento científico de los primeros tiempos de la presencia de la especie Homo sapiens en África. Detalles importantes son inaccesibles dado que lo que se tiene para acceder a ese pasado son restos fósiles que, aunque cada vez más ricos, son escasos respecto de lo que fue la riqueza natural y humana en esos tiempos. Asimismo, se han rescatado de los estragos del tiempo y del medio ambiente piezas arqueológicas que, pese a ser una muestra limitada de lo que hubo, reflejan la versatilidad y creatividad de la especie Homo sapiens. Al respecto, anota Luis Sánchez (con datos de 2013):
“En Sudáfrica, los restos más antiguos de Homo Sapiens los tenemos en el complejo de cuevas de Klasies River Mouth, con una datación entre 120.000 y 90.000 años, los cuáles están quemados y presentan marcas de corte en superficie las cuáles parecen indicar, a diferencia de los restos de Herto, que fueron consumidos en un acto de canibalismo. Con una antigüedad de unos 115.000 años están documentados restos fósiles de Homo Sapiens en Border cave. Pero como apoyo al registro fósil, el registro arqueológico nos dice que hace entre unos 300.000 y 200.000 años aparecen de forma progresiva una serie de innovaciones tecnológicas y culturales que se desarrollan dentro de un marco que conocemos como la Middle Stone Age (MSA).Y es en este período en el que debemos buscar, a partir de la evidencia arqueológica, el origen del Homo Sapiens. Su origen y su expansión por el continente africano quedan reflejados en el registro en función de todos esos cambios que se van dando paulatinamente. Algunas de las evidencias a las que nos estamos refiriendo y que caracterizan la MSA son:
– Generalización de las industrias sobre lascas y soportes que pueden ser enmangados.
– La variabilidad regional de los complejos tecnológicos
– Transporte de materias primas a larga distancia
– La utilización del hueso como materia prima para la fabricación de arpones o punzones.
– Aprovechamiento de los recursos marinos y el procesamiento de vegetales para la preparación de alimentos.
– Aparición en el registro arqueológico del ocre y de colgantes con carácter “simbólico”.
La evidencia arqueológica nos revela la existencia de una variabilidad regional en la tecnología, pero bajo el denominador común de la utilización de la talla Levallois o Discoide para la producción de lascas, y por una industria que parece destinada a la producción sistemática de puntas, que serán las que en gran parte marquen los distintos estilos regionales” (Sánchez, 2013).
El siguiente mapa de África muestra los distintos tecno-complejos identificados por los investigadores y las fechas a los que se adscriben los mismos.
Imagen 3
Tecno-complejos africanos
Fuente: https://prehistorialdia.blogspot.com/2013/03/el-origen-de-homo-sapiens-y-su.html
3. Las migraciones
El mapa anterior refleja expansión africana de la especie Homo sapiens. Aquí se origina la historia humana. Esta es la historia verdaderamente antigua –más antigua—de los seres humanos actuales, todos descendientes de unas poblaciones Homo sapiens que iniciaron su recorrido biológico y cultural en África hace unos 250 mil años. Esas poblaciones cubrieron el continente y se expandieron en sucesivas oleadas migratorias fuera de (y de regreso a) África hasta que sus descendientes –todos los humanos de la actualidad— ocuparon los distintos rincones del planeta. Grupos de Homo sapiens se movieron, con el correr de los siglos, en camino a Asia, a través del oriente medio, llegando hasta China. Esto hace aproximadamente unos 100 mil años. De Asia, hace unos 15-20 mil años, grupos migrantes pasaron a América y poblaron el continente. Otros grupos ocuparon Australia. Otros migraron hacia Europa, hace unos 60-40 mil años, en donde se encontraron con poblaciones neandertales con las que coexistieron e incluso convivieron sexualmente (Carbonell, 2008). Con todo, cabe señalar que, como sostienen Guido Barbajani y Andrea Brunelli, “el debate sobre sobre cuánto nos mezclamos con los neandertales y sobre si verdaderamente todos (atención: todos) los que están fuera de África tienen en su genoma un poco de ADN neandertal sigue abierto y lo estará todavía un tiempo” (Barbajani y Brunelli, 2021, p. 96). Y añaden:
“Pero no existen dudas de que algún cruce se produjo. Podemos afirmarlo porque en Rumanía se halló un esqueleto anatómicamente moderno de hace 40.000 años, ‘Oase 1’, del que se obtuvo (…) un ADN con un claro componente neandertal… Así pues, está probado que alguno de nosotros, salido de África hace de 50.000 a 60.000 años, tuvo algo más que un tonteo con un neandertal. La cuestión es si, con los datos disponibles, cabe concluir que toda la población humana de Eurasia y Melanesia tiene algún antepasado neandertal. Esto, decididamente, es más difícil de demostrar. El hecho cierto es que, en nuestro camino fuera de África, se produjeron encuentros con formas humanas distintas y que tales encuentros no carecieron de consecuencias genéticas… En el fondo, estas observaciones confirman lo que ya habíamos intuido desde hace tiempo: todos somos bastardos” (Barbajani y Brunelli, 2021, pp. 96-97).
Los neandertales se extinguieron dejando sola, desde entonces, a la especie Homo sapiens. Como resume González, a partir de una revisión de literatura especializada:
“Así, lo humano como algo puramente humano, incontaminado por lo no humano, ha sido puesto en jaque por las investigaciones genéticas que revelan las relaciones sexuales y la descendencia fértil entre Homo sapiens y Homo neanderthalensis. Y es que estos últimos también eran seres humanos, lo mismo las principales especies del género Homo: Homo habilis, de hace unos 2,3 millones de años; Homo rudolfensis, de hace unos 1,9 millones de años; Homo ergaster, de hace unos 1,8 millones de años; Homo georgicus, de hace unos 1,8 millones de años; Homo erectus, de hace unos 1,5 millones de años; y Homo antecessor, de hace unos 900 mil años (Carbonell y Tristán, 2017; Arsuaga, 2019). Desaparecidos los neandertales, hace unos 30 mil años (después de una presencia en la tierra que inició unos 127 mil años atrás), fue el tiempo –como anota Juan Luis Arsuaga— de los primeros representantes europeos, llegados de África, de la especie Homo sapiens: los cromañones. “Desde entonces somos los únicos humanos y los únicos homínidos sobre el planeta” (Arsuaga, 2019, p. 77)” (González, 2021).
No siempre la especie Homo sapiens estuvo sola en el mundo. Antes de su salida de África hace 100 mil años otras especies humanas (pertenecientes al género humano) habitaban en distintos puntos del globo, y con algunas de ellas –con las que no se habían extinguido— se encontraron los Homo sapiens una vez que comenzaron a migrar desde África. Las migraciones humanas africanas poblaron los continentes una vez que hace unos 100 mil años poblaciones salieron de África por segunda vez. De nuevo, González resume los planteamientos de especialistas al respecto:
“Evidencias fósiles y genéticas indican que fue en África donde surgió –no abruptamente, sino evolutivamente— la especie Homo sapiens, hace unos 150 o 100 mil años [esta cifra se ha extendido hacia unos 250 mil años atrás]. ‘La prueba paleontológica apunta hacia África como el lugar de origen de nuestra especie y los datos que han obtenido los biólogos moleculares estudiando poblaciones actuales no lo desmienten’ (Arsuaga, p. 105). Nuestra especie ha tenido un largo recorrido, desde su salida de África y su posterior irradiación por el mundo, hasta el tiempo presente, cuando su éxito reproductivo –que es lo que cuenta en las especies biológicas— está fuera de toda duda. Richard Dawkins aclara el significado de esa ‘salida’ de África por parte de nuestros ancestros humanos: “la frase ‘salir de África’ ha sido utilizada por Karen Blixen para referirse al gran éxodo de nuestros antepasados desde el continente. Pero se produjeron dos éxodos distintos, y es importante no confundirlos. Hace relativamente poco tiempo, quizá menos de 100 mil años, bandas errantes de Homo sapiens con aspecto muy similar a nuestro, dejaron África y se diversificaron, dando lugar a todas las razas que vemos en el mundo hoy en día: inuit, nativos americanos, nativos australianos, chinos y todas las demás. La frase ‘salir de Àfrica’ se aplica a ese éxodo reciente. Pero hubo un éxodo anterior, y estos erectus pioneros dejaron fósiles en Asia y en Europa, incluidos los especímenes de Java y de Pekín. El fosil más antiguo conocido fuera de África se encontró en Georgia, en Asia Central, y de denominó Hombre de Georgia: una criatura diminuta cuyo cráneo (…) se ha datado con métodos modernos en 1,8 millones de años de edad” (Dawkins, 2015, p. 174)” (González, 2021).
Así las cosas, todos los habitantes de la tierra en la actualidad –todos los seres humanos— descienden de ancestros africanos. Todos son “afrodescendientes” no en el sentido que se da a la palabra en EEUU o en algunos ambientes académicos –que se refieren a poblaciones esclavas africanas modernas—, sino en un sentido histórico y biológico fundamental: las estructuras genéticas de los humanos actuales descienden de poblaciones humanas africanas de hace 250 mil años y la historia de los humanos actuales tuvo sus inicios en África, cuando los primeros Homo sapiens hicieron modificaciones a una tecnología heredada de sus ancestros (humanos, pero no sapiens) o crearon nuevas tecnologías. Como se dice en Veus CCCB, a propósito de las ideas de Guido Barbujani:
“De acuerdo con el conocido genetista italiano Guido Barbujani, la historia evolutiva de la humanidad revela que ‘todos somos africanos’. De hecho, si quisiésemos conocer a un ‘verdadero’ europeo tendríamos que remontarnos a hace más de 30.000 años, cuando los últimos neandertales se extinguieron definitivamente. Nuestros ancestros son un grupo de individuos que habitaba en África oriental y hace 60.000 años se extendió con éxito por todo el planeta, mezclando su ADN hasta producir el de la humanidad actual. La historia de su viaje desde África, de las grandes migraciones prehistóricas que poblaron el planeta, está escrita en nuestro código genético y contribuye a explicar, según Barbujani, lo que sabemos hoy sobre la biodiversidad humana.
De alguna manera, indica Barbujani, nos parecemos mucho a los atunes y los topos. A los primeros porque, como los humanos, tienen un alto nivel de movilidad geográfica y esto ha propiciado que durante milenios hayan intercambiado genes con individuos de procedencias muy diversas. A los segundos porque, como especie, hemos sido capaces de adaptarnos a ambientes muy diversos, desde los más cálidos hasta los más helados. La movilidad, la capacidad de adaptación y el mestizaje, las características del migrante, están inscritas en nuestro ADN. En una afirmación no exenta de provocación explica Barbujani que todos somos inmigrantes africanos, con un ADN muy diverso, pero, aun así, parientes” (Veus CCCB, 2013).
“África es un continente especial –dicen Guido Barbujani y Andrea Brunelli—. Las huellas de nuestra larga permanencia en su suelo antes de lanzarnos a la conquista de los restantes continentes se quedaron ahí, muy evidentes, en nuestro genoma… retrocediendo un poco en el tiempo, tenemos muchos antepasados en muchos sitios distintos, pero si retrocedemos más nos encontramos todos en África. Esto vale para toda la humanidad y explica por qué gran parte de nuestro genoma es idéntico en la totalidad de los seres humanos, mientras que la parte que no es idéntica es un traje de arlequín, un conjunto de piezas que encontramos diseminadas un poco por todos los continentes… Precisamente, por la distribución de esas piezas variables de ADN hemos podido entender que tal vez salimos de África por la ruta meridional” (Barbujani y Brunelli, 202, pp. 85-88).
Al migrar, esas poblaciones ancestrales llevaban consigo no sólo herramientas, usos y costumbres, sino un cerebro potente capaz de memorizar, contar historias, inventar escenarios, ponerse en el lugar de otros y enseñar a los demás cómo hacer las cosas. En los seres humanos, anota González:
“la vena agresiva y violenta… y de dominación, de los primeros (chimpancés), se junta con la vena de empatía, de los segundos (bonobos), y que consiste en ‘hacerse una idea de las ansias y necesidades de los otros y ayudarles a satisfacerlas’ (De Waal, 2018, p. 16). Es decir, estamos armados biológicamente para ponernos en lugar de los demás, ya sea para ayudarlos o para dominarlos; y el órgano biológico que lo hace posible es nuestro cerebro, que es el que produce una ‘mente humana’: un ‘órgano extremadamente especializado y sensible, formado en los humanos por alrededor de un billón de células, de las cuales unos cien mil millones son neuronas’ (Sánchez Ron, 2019, p. 64)” (González, 2021).
Aquellos humanos (Homo sapiens) que surgieron en África hace 250 mil años pudieron crear los primeros trazos de la historia humana –una historia que no se ha detenido desde aquellos tiempos lejanos hasta el presente— porque estaban dotados de un cerebro potente capaz de producir una “mente humana” y de orientar las energías corporales, individuales y colectivos, hacia la búsqueda de las mejores condiciones de supervivencia. En África se originó, pues, la historia de la humanidad. La historia antigua de África no sólo es una historia absolutamente antigua –antes de ella no hay historia ni prehistoria—, sino que la historia más antigua de todas las historias posteriores, desarrolladas en distintos continentes por descendientes de las primeras poblaciones que se instalaron en los distintos continentes y que continuaron muchas veces con escaso o nulo contacto con África sus propios recorridos históricos.
De las poblaciones humanas que se quedaron en África (después de que una parte de su población saliera del continente hace unos 100 años) lo que se puede conocer se atiene a restos fósiles y arqueológicos que ciertamente son insuficientes para hacerse una idea, siquiera aproximada, de sus formas de ver la vida, sus creencias, sus formas de hablar y comunicarse y, en resumen, de su cultura. Ecos de esa cultura ancestral se encuentran en variadas creencias africanas del presente, pero sólo se trata de ecos (sumamente lejanos) dado el tiempo transcurrido desde entonces y las ideas y venidas de poblaciones e ideas que siempre se han dado desde y hacia África. Y de sus descendientes europeos y asiáticos las evidencias de su cultura proceden de hace unos 30-40 mil años (Domínguez, 2019) y, más firmemente, desde hace 10 mil años, cuando poblaciones humanas inventaron la agricultura e iniciaron una pauta de desarrollo histórico que fue seguida, a veces de manera independiente, por otras poblaciones humanas (como las mesoamericanas). Finalmente, de las pocas evidencias dejadas por los Homo sapiens africanos se tiene un dijo de hace unos 73 mil años, tal como se refleja en el dibujo en piedra de la ilustración siguiente:
Imagen 4
Dibujo en piedra de hace 73 mil años
Fuente: https://www.elindependiente.com/futuro/2018/09/12/primer-dibujo-conocido-la-humanidad-73000-anos/
Por último, de esta pieza, dice Santiago Campillo: “hace unos 73.000 años, en el Paleolítico, un ser humano tuvo la genial idea de trazar unas líneas sobre una lasca de roca, decorándola con un esquema que solo un ser consciente podría diseñar. Escondida en la cueva de Blombos, en el sur de África, un pedazo de piedra ha descansado durante milenios hasta que un equipo de arqueólogos ha dado con ella. Estamos ante la misma piedra: la que constituye por el momento el ejemplar más antiguo de arte pintado por nuestra especie conocido. Este hallazgo supera los dibujos paleolíticos encontrados hasta la fecha por decenas de miles de años. Y probablemente era parte de un dibujo más grande” (Campillo, 2018).
3. El neolítico africano
Si se quiere comprender la historia reciente de África se tiene que partir de lo siguiente: hasta donde las investigaciones actuales permiten sostenerlo, hasta hace unos 10 mil años, cuando se inventan la agricultura y la ganadería en el Oriente Próximo (Science, 2013) la historia de África fue muy semejante a la historia de Asia, Europa, Australia y América. Es a partir de entonces –con lo que se conoce como la “revolución neolítica”— que Asia-Europa siguen un curso de desarrollo distinto al de la mayor parte de África. Para entender la importancia del neolítico es clarificador iniciar con esta cita de Guillermo Altares:
“El Neolítico es el periodo más importante de la historia y uno de los más desconocidos por el gran público. Con la adopción de la ganadería y la agricultura se crearon las primeras ciudades, nació la aristocracia, la división de poderes, la guerra, la propiedad, la escritura, el crecimiento de población… Surgieron, en pocas palabras, los pilares del mundo en el que vivimos. Las sociedades actuales son sus herederas directas: nunca ha tenido tanto sentido hablar de revolución porque dio lugar a un mundo totalmente nuevo. Y tal vez fue también el momento en el que empezaron los problemas de la humanidad, no las soluciones. Sopesar si fue una desgracia o una suerte algo que ocurrió hace 10.000 años y que no podemos revertir puede resultar absurdo, pero es importante tratar de conocer cómo se produjo aquel paso y saber si mejoró la vida de las poblaciones. El motivo es que fue entonces cuando la humanidad comenzó a transformar el medio ambiente para adaptarlo a sus necesidades, y cuando la población de la tierra empezó a crecer exponencialmente, un proceso que no ha hecho más que acelerarse desde entonces” (Altares, 2018).
La presencia humana, de la especie Homo sapiens, en el planeta cambió drásticamente a partir de entonces, aunque “el paso de una economía de caza y recolección a otra de producción agrícola no fue instantáneo y ocurrió en diferentes momentos en los distintos continentes” (Barbujani y Brunelli, 2021, p. 134). Las fases aproximadas fueron los siguientes:
“Trigo, cebada, olivo, guisantes y lentejas en el Creciente Fértil desde hace 10.000 años; arroz, soja, cítricos, castañas y té en China desde hace 9.000 años; más arroz, algodón, caña de azúcar, plátanos y nueces de coco en la India y en el Sudeste Asiático desde hace 7.000 años; más o menos en el mismo periodo, maíz, judías, cacao y calabaza en Centroamérica, y patatas, pimientos y más judías en los Andes; finalmente, hace de 4.000 a 2.000 años, en África central, sorgo, mijo y café; en cuanto al tomate, quizá procede de Perú, quizá de México. A partir de los llamados centros de origen del Neolítico, estos cultivos (y paralelamente la cría de ganado) se difunden por todas partes” (Buarbujani y Brunelli, 2021, p. 134).
¿Y el neolítico en África? Investigaciones recientes indican que las influencias neolíticas llegaron a África oriental desde Asia, hace unos 5 mil años, cuando grupos de pastores que viajaban del norte de Sudán hacia el sur llevaron consigo tecnologías y habilidades, lo mismo que una mentalidad, que favoreció el surgimiento de la agricultura en esta parte de África que mira directamente a (y conecta con) Asia.
Las investigaciones referidas –de las que es figura clave la arqueóloga Mary Prendergast— revelan que “hace 5.000 años… los pastores iban viajando desde el norte hacia el sur por la reseca sabana con sus vacas, cabras y ovejas. Y no se sabe bien cómo las aprovechaban, porque aún tenían intolerancia a la lactosa. Es fácil imaginarles nomadeando de un lado a otro, no de forma muy distinta a como hoy siguen haciendo ahora los fulani (o peul), los turkanas o los masais que habitan al sur del Sáhara y por el Este del continente. Pero ¿son los mismos que en el pasado? Es precisamente la genética, nueva gran herramienta para los arqueólogos, quien ahora nos da nuevas pistas…” (Tristán, 2019). ¿Qué revelan esas pistas? Lo siguiente:
“Gracias al ADN antiguo de 41 individuos del Neolítico (unos 5.500 años) de Kenia y Tanzania han descubierto que los pastores que comenzaron a llegar desde el norte sudanés se mezclaban con los cazadores/recolectores que habitaban el Valle del Rift hasta formar un grupo genético homogéneo, en un proceso que duró unos mil años. Más tarde, ya en la Edad de Hierro, hace unos 1.200 años, llegaría una nueva oleada de migrantes ganaderos, que también se fundieron con las poblaciones ya asentadas. Son los pueblos nilóticos (masai, samburu, luos, datooga, dinka…) que hoy habitan buena parte del Rift y que siguen siendo, sobre todo lo demás, pastores. El estudio también detecta ya en aquellos nómadas la huella genética de los bantúes que llegaban del oeste, aunque aún en poca proporción: en el yacimiento de Deloraine Farm hallaron ADN de un niño con ascendencia occidental, confirmando así la propagación (más tardía) de la agricultura y de las lenguas bantúes (Tristán, 2019).
El neolítico africano aún está siendo objeto de intensos estudios. Lo más llamativo es que no siguió las rutas de desarrollo que tuvo en Asia y Europa, regiones en las cuales, la agricultura y la ganadería se articularon con importantes actividades comerciales y una urbanización creciente. La invención de la escritura, hace unos 3 mil años, significó otra revolución (una revolución cultural) para Asia-Europa, pues catapultó su quehacer social, económico y político por derroteros que cristalizaron en las civilizaciones de oriente y occidente (en este último caso, la civilización griega). Lo que vino después es la historia, bastante conocida, de Asia y Europa. En cierto modo, hace entre unos 5 mil y 3 mil años, se fragua un distanciamiento entre África y Asia-Europa, mismo que conduce en dos direcciones distintas, sin dejar de relacionarse, el desarrollo de las respectivas sociedades.
Dos zonas geográficas fueron importantes en las relaciones que África tuvo con Europa y Asia desde el neolítico, zonas que siguen siendo vitales en el presente de África: en primer lugar, la cara nororiental del continente africano, que lo vincula a Asia-Europa, a través del Mar Rojo, con la región árabe de lo que ahora son Yemen, Arabia Saudita y Omán. Y hacia el norte, por tierra, pasando por Sudán y Egipto con Israel, Palestina, Jordania, Irak, Irán, Siria y Turquía (puente con Europa). En el mapa siguiente se visualiza esta conexión de África oriental con Asia-Europa. En segundo lugar, la cara occidental del continente africano, que lo coloca del lado del océano Atlántico y, en lo que es más relevante para la conexión con Europa, del mediterráneo en su parte norte.
4. África: entre Occidente y Oriente
Las dos conexiones señaladas, de África oriental en dirección a Asia y la de África occidental van a ser decisivas para la historia de ese continente (y sus sociedades) a partir de la Era actual, es decir, la que se suele identificar como después de Cristo (d.C.). Esas conexiones van a convertir a África un espacio de cruces de influencias provenientes tanto de Occidente (Europa) como de Oriente. Comenzando con la presencia e influencias europeas desde del lado occidental de África las mismas cobraron fuerza en los primeros siglos de la Era actual, con la expansión del imperio romano. La fuerza expansiva de este imperio se hizo sentir, obviamente, no sólo en territorios africanos, pero lo importante es que la “romanización” llegó a los mismos. Los romanos no llegaron a estos territorios con fines bondadosos: la anexión de territorios al imperio significa impuestos, materias primas (granos básicos, minerales, metales, maderas, textiles y mano de obra, e incluso reclutamiento para los ejércitos romanos). África no fue irrelevante para Roma, al punto de haberle dado al emperador Sepitimio Severo, conocido como el “primer emperador africano de Roma”.
Y como se anota en Ancient origins:
“Septimio Severo nació en una prominente y rica familia de magnates del aceite de oliva en Leptis Magna, en lo que hoy es Libia, en el año 145 d.C… Su hambre de éxito lo llevó de África a Roma en 161, donde sus contactos le dieron acceso a las poderosas filas del Senado. Septimio murió finalmente en el 211 d.C., en York (conocida en ese momento como Eboracum), la ciudad capital de Britannia, la provincia romana del norte. Fue su pariente, Cayo Septimio Severo, quien habló y lo recomendó al entonces emperador romano Marco Aurelio cuando llegó por primera vez a Roma. Severo ascendió rápidamente a través de varios cargos de estado, conocidos como cursus honorum y para el año 170 había ganado el poder político que tanto deseaba al ser admitido en el Senado… Severo ganó su reputación como un guerrero despiadado después de masacrar a los rebeldes en esta magnífica victoria [en la Batalla de Lugdunum]. Después de la batalla, la cabeza de Albunus fue cortada y enviada a Roma. Y así fue como el titular libio se encontró marchando hacia Roma, bajo el disfraz de vengador de Pertinax, solo para ser proclamado emperador por los senadores. De un solo golpe, Septimio Severo se convirtió en el hombre más poderoso del mundo y el primer africano en convertirse en Emperador del Imperio Romano, que se extendía desde el Medio Oriente hasta el Atlántico y desde África hasta Gran Bretaña en el norte. Durante los primeros quince años de su gobierno, aplastó a los enemigos de Roma, asegurando las fronteras del Imperio Romano, antes de que su deseo de gloria lo llevara más al norte” (Ancient origins, 2021).
En el mapa que sigue a continuación se pueden visualizar los territorios africanos (en verde, amarillo y rosado) bajo el dominio romano a inicios de la Era actual, es decir, el África romanizada. Al respecto cabe citar lo siguiente: “Los territorios africanos en el mapa y extensión del Imperio Romano comprendieron el espacio geográfico entre el Golfo de Gabés y la costa atlántica de Marruecos, de esta manera, integraba las provincias de Aegyptus (Egipto), África Proconsular (Libia y Túnez), Cyrenaica et Crete (Libia), Mauritania Cesariense (Argelia y Marruecos), y Mauritania Tingitana (Marruecos). Bajo toda esta concepción territorial, fue casi imposible para la Antigua Roma evitar cualquier amenaza de guerra, asimismo, fue insostenible su manejo administrativo. Aun así, el mapa y extensión del Imperio Romano, marcó el futuro histórico de muchas de las naciones de estos tres continentes” (Cultura 10. ORG, s.f.).
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África romana
Fuente:
https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%81frica_romana#/media/Archivo:Africae_romanae_Urbes.jpg
Esas influencias occidentales, fraguadas bajo el imperio romano, permitieron la llegada, a África, de la cultura cristiana hacia los siglos IV y V d.C. En efecto, es en esos siglos que el imperio asume la religión cristiana como religión oficial, lo cual facilita la expansión de la misma por los territorios del imperio. África, en la zona romanizada, no fue la excepción. Y así, se puede hablar de un África cristianizada que nació en aquellos primeros siglos de institucionalización del cristianismo. Un hijo de este tiempo fue el teólogo y padre la Iglesia San Agustín, nacido en Tagaste (en la actual Argelia) en 354 d.C. Agustín fue decisivo en la construcción de la Iglesia imperial romana y su continuidad posterior en la Edad Media.
El imperio romano se derrumbó (siglos V-VI d.C.), pero, durante la Edad Media, el cristianismo siguió extendiéndose, desde Europa, hacia África. La historia moderna de África –una historia que puede fecharse, de manera aproximada, a partir de 1400— es inseparable de esta relación con la Europa cristiana que, como ya se vio, afianzó el cristianismo en una amplia extensión del territorio africano hasta el presente. Ese “puente” cultural construido en los siglos previos fue la plataforma para que la Europa de 1400 –una Europa que comenzaba su expansión de conquista de territorios no europeos— implantara en África dominios coloniales que sobre los que se edifica la historia moderna africana. Es decir, esta historia es inseparable del expansionismo colonizador europeo que, al igual que a otras regiones del globo (por ejemplo, a América), se hizo sentir en África desde 1400-1500. Las estructuras sociales africanas, su economía, su política y su cultura no se pueden explicar a cabalidad si no se toma en cuenta su sometimiento colonial y uno de sus componentes más trágicos y perversos: la esclavitud, pues en los circuitos comerciales dominados por los europeos el tráfico de esclavos africanos ocupó un renglón privilegiado.
Hacerse con el control de territorios africanos significaba, para las potencias coloniales europeas, hacerse de metales, minerales… y nativos africanos para mantener el comercio de esclavos. La ONU ha rendido homenaje a los esclavos que se revelaron en 1791, fijando el 25 de marzo como el “Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y su Abolición”. Al respecto, en un documento de la institución anota lo siguiente:
“Durante más de 400 años, 15 millones de hombres, mujeres y niños fueron víctimas del abominable comercio transatlántico de esclavos, escribiendo así uno de los capítulos más oscuros de la historia de la humanidad… En la noche del 22 al 23 de agosto de 1791, un grupo de hombres y mujeres, arrancados de África y vendidos como esclavos, se rebelaron contra el sistema en Saint-Domingue (hoy Haití) para obtener la libertad y la independencia. El levantamiento desencadenó acontecimientos que finalmente condujeron a la abolición de la trata de esclavos. En 1997, la UNESCO estableció el 23 de agosto como Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición para rendir homenaje a todos los que lucharon por la libertad, y para continuar la enseñanza acerca de su historia y sus valores. El éxito de esta rebelión, dirigida por los propios esclavos, es una profunda fuente de inspiración hoy para la lucha contra todas las formas de servidumbre, el racismo, el prejuicio, la discriminación racial y la injusticia social que son un legado de la esclavitud. La Ruta del Esclavo, puesta en marcha por la UNESCO en 1994, examina las causas y modalidades de funcionamiento de la esclavitud y la trata negrera, así como de las problemáticas y consecuencias de la esclavitud en el mundo. A través de la investigación, el desarrollo de materiales didácticos, la preservación de archivos, documentales y tradiciones orales y los lugares de la memoria relacionada con la esclavitud, la iniciativa tiene por objeto contribuir a una mejor comprensión del impacto de esta historia en nuestro mundo moderno, resaltar las transformaciones globales y las interacciones culturales, y contribuir al diálogo intercultural” (ONU, s.f.).
Los europeos no sólo se valían de la fuerza, sino de un discurso según el cual los negros (africanos) no eran seres humanos plenos, sino unos humanos “inferiores” o, en el peor de los casos, unas bestias de carga. Daban por descontado estos europeos que ellos eran “superiores”, es decir, unos seres creados aparte por decisión divina, seres en los que los rastros de animalidad se habían borrado. No es casual que la España, la Italia y el Portugal católicos, que conectan casi inmediatamente con África occidental, hicieran de esta zona no sólo un teatro de sus disputas, sino que establecieran bases coloniales que, como en el caso de España en Marruecos, todavía perduran. La ilustración siguiente muestra a la llamada “África española” (y también las colonias francesas en la zona) hacia 1956:
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África española (en amarillo)
Otro foco de influencias en África se origina en su lado oriental, en concreto en la zona de contacto con las sociedades árabes. Una zona en la que domina la religión islámica a partir del año 600 d.C., cuando la doctrina elaborada por Mahoma (570-632 d.C.) y recogida en el Corán se propaga mediante guerras de conquista y de conversión de quienes profesan otras creencias. Al respecto, es conveniente tener claros los significados de las expresiones “islam” y “musulmán”; y también es bueno no confundir árabes con musulmanes o seguidores del Islam. He aquí un texto que los aclara:
“Islam se refiere a la religión monoteísta practicada por los musulmanes. Su dios es Alá, su profeta Mahoma y el Corán es su libro sagrado. Los seguidores de esta religión practican durante un mes al año el Ramadán, que consiste en un ayuno durante las horas del día. Es una religión practicada por millones de personas en todo el mundo. Musulmán es por tanto toda persona que practica la religión del Islam y nada tiene que ver con el fundamentalismo islámico. Tampoco hay que confundirlo con árabe, que se refiere al pueblo originario de la península arábiga y que habla la lengua árabe. Mientras en los países árabes hay muchas personas que practican el cristianismo, millones de personas practican el Islam en países tanto de Oriente Medio como del Sudeste asiático y del África subsahariana. De hecho, el 80% de los musulmanes no hablan árabe” (ACNUR, s.f.).
La predicación de Mahoma tuvo su foco de origen en una cueva, en el monte Hira, cerca de Meca, en la actual Arabia Saudita. En esa cueva,
“Donde había pasado seis meses en meditación solitaria, le vino la visión a Mahoma. El ángel Gabriel le levantó de la cama con una orden severa: «¡Predica!» Frotándose los ojos el asombrado Mahoma preguntó con voz entrecortada: «¿Pero qué debo predicar?». De repente, su garganta se contrajo como si el ángel estuviera ahogándole. Y de nuevo vino la orden: « ¡Predica! » Y, de nuevo, el asustado Mahoma sintió el apretón asfixiante. «¡ Predica!», ordenó el ángel por tercera vez. «¡Predica en nombre del Señor, el Creador que creó al hombre de un coágulo de sangre! ¡Predica! Tu Señor es clemente. Es el que ha enseñado al hombre mediante las escrituras lo que no sabe». Según la tradición islámica, fue así como un oscuro comerciante árabe de La Meca recibió la inspiración para predicar la palabra de Dios en el año 6 10 de nuestra era” (El País, 1979).
Y esa predicación, iniciada por Mahoma y continuada por sus seguidores, dio lugar a una expansión del Islam hacia distintos puntos del globo durante los siglos siguientes (González, 2001.
“La expansión del islam es uno de los fenómenos más asombrosos de la historia. En apenas diez años, tribus nómadas de Arabia seguidoras de la doctrina de Muhammad (Mahoma) arrebataron al Imperio bizantino sus posesiones en la franja sirio-palestina y en Egipto, mientras que su triunfo sobre el Imperio persa les reportó las tierras de Irán e Irak. Como comentó Napoleón, si el cristianismo necesitó trescientos años para conquistar medio mundo, el islam solo necesitó veinte. Un siglo después de la muerte del Profeta, el ámbito de dominación árabe era enorme: del río Indo al Atlántico y del Sahara a los Pirineos, el Cáucaso y Asia central. Buena parte de este período de expansión se produjo bajo el gobierno de los omeyas, una dinastía de califas que rigió el islam de mediados del siglo VII a mediados del siguiente y que se prolongaría en la España musulmana entre los siglos X y XI” (Martínez Laínez, 2019).
Interesa aquí las influencias islámicas en África; y, en efecto, las mismas dieron lugar, con el correr los siglos, a lo que se conoce como “África islámica”, un inmenso territorio que se concentra en lo fundamental desde la mitad del continente hacia el norte, tal como se aprecia en el mapa que sigue a continuación.
Imagen 7
África islámica (en verde)
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Religi%C3%B3n_en_%C3%81frica
Se trató de un proceso, llamado de “islamización de África”, que duró varios siglos en los cuales una extensa región africana (y las distintas sociedades ahí instaladas o que migraban) fueron asumiendo no sólo la religión musulmana, sino sus estructuras legales y políticas. La expansión islámica, pues, abarco los dos extremos de África del norte, el oriente y el occidente; y en ella jugaron un papel decisivo las poblaciones locales no árabes que se asimilaron a la nueva religión. Como señala Juan Ahmad González Barahona:
“El África negra occidental (Bilad al Sudan “país de los negros” para los árabes) tuvo sus primeros contactos con el Islam en el siglo VIII, desde el norte de África y a través de las vías fluviales del Senegal y el Níger con beréberes procedentes del Magreb. A parte de las conexiones político-militares, fueron sobre todo las relaciones comerciales fundadas y establecidas sobre las rutas de caravanas transaharianas las que propiciaron la difusión de elementos de la cultura islámica de forma gradual…
Se pueden establecer tres niveles de aceptación o imbricación del Islam
en la sociedad africana occidental. En primer lugar, el Islam se transmite de élites a élites por medio de pactos y la dominación. Es un establecimiento “institucional” y no impregna al grueso de la población, aunque sí lo da a conocer como algo venerable y digno, de la misma forma que era vista la aristocracia. En segundo lugar, el dominio de unos reinos por otros afecta a otras capas sociales y se establecen relaciones económicas. A través de la comunicación interpersonal el Islam se familiariza y populariza… Muchos de los grandes imperios de África occidental aceptaron el Islam, unas veces por imposición de otros (almorávide, almohade) y otra por convencimiento o interés de sus líderes. Sea como fuere, el Islam que se extendió en África occidental ya poseía unas señas de identidad y un origen africano, pues al contrario de lo que pasó en el noreste de África, en el occidente no eran ya árabes, sino bereberes los que propugnaban la fe islámica” (González Barahona, 2007).
La expansión del Islam coexistió y entró en conflicto con los bastiones cristianos afincados en el occidente africano. La historia de África, desde el siglo VIII d. C., está marcada por la coexistencia y los conflictos entre cristianismo e Islam. Durante unos diez siglos (desde el año 700 hasta el año 1400) el Islam estuvo a la ofensiva; son los siglos de su gran expansión territorial, que, entre otras zonas, le permitió ocupar la península Ibérica desde el 711 hasta 1492. En este año, precisamente, los reyes católicos expulsaron a los musulmanes culminando un largo periodo de guerras, pues
“la guerra entre musulmanes y cristianos en la península comenzó en 711. En este año, fuerzas militares de bereberes marroquíes y árabes cruzaron el estrecho de Gibraltar y derrocaron rápidamente al reino visigodo. Al-Ándalus, como los invasores llamaron a los territorios que habían conquistado y que comprendió, en un momento determinado, casi toda la Península Ibérica, se convirtió en una provincia del Califato Omeya con su capital en Damasco, Siria. Cuando el califato perdió el control sobre sus provincias occidentales, como resultado de la revuelta bereber de 740, el príncipe omeya exiliado Abd Al-Rahman asumió el control sobre Al-Ándalus. Después de que uno de sus descendientes, Abd al-Rahman III, se proclamó califa en 929. El nuevo califato de Córdoba experimentó un siglo de prosperidad y se convirtió en un centro de producción e interacción cultural. Sin embargo, desde el año 1031, las guerras civiles y las redadas de invasores bereberes pusieron fin a este siglo de oro” (Vallen, 2022).
África fue escenario de esos conflictos, pero no todo fue destrucción o guerras. Las influencias musulmanas, y cristianas, dejaron legados culturales en el arte, la arquitectura, las leyes, las costumbres y las instituciones que aún perduran. Cuando se produce la expulsión de los musulmanes de la península Ibérica, el mundo está cambiando: se inicia la época de conquistas europeo-occidentales que sentarán las bases de un comercio internacional controlado, primero, por España y Portugal, y segundo por Inglaterra, Francia y Holanda. Justamente cuando España expulsa a los musulmanes, Cristobal Colón pone pies en el Nuevo Mundo. La colonización de América se hará realidad en los dos siglos siguientes, una vez finalizadas las guerras de conquista. África también se convierte en foco de empresas colonizadoras y d tráfico de esclavos, como ya se dijo.
En fin, la historia moderna de África –ese tramo histórico que inicia aproximadamente en 1500 y que llega hasta bien entrado el siglo XX— no se puede entender sin el peso de dos grandes influencias culturales, política, religiosas, legales e institucionales: las provenientes de Europa y las provenientes de Asia (en concreto, de la región árabe del continente). Esas influencias cristiano occidentales y árabe islámicas han moldeado la identidad del continente, que, por su parte, añadió a la mezcla sus tradiciones y practicas locales. Se trata, pues, de un continente sumamente complejo.
La derrota del Islam en España, su retroceso y la expansión colonial europea a partir de 1500 no dieron lugar a la abolición de las costumbres, religión y prácticas de los musulmanes africanos, pues las estructuras coloniales, la esclavitud y el racismo occidentales se asentaron sobre ellas. Estas estructuras coloniales, la esclavitud y el racismo, y culturas religiosas islámicas, cristianas y locales, sirvieron al capitalismo que hacia 1700 sentaba sus bases de manera firme. A partir del siglo anterior, como indican Guido Barbuijani y Andrea Brunelli, el esclavismo alcanzó “dimensiones planetarias” (Barbujani y Brunelli, 2021, p. 194). Y si en Europa los esclavos africanos catapultaron a Gran Bretaña, en América catapultaron a la nación que en el siglo XX se puso a la cabeza de los países capitalistas: EEUU. Como se dice en la reseña del libro de Eric Williams Capitalismo y esclavitud,
“La esclavitud, promovida y organizada por los europeos en el hemisferio occidental entre los siglos XVI y el XIX, no fue un hecho accidental en la historia económica moderna. Antes bien, fue una pieza crucial en los primeros momentos de la formación del capitalismo mundial y del arranque de la acumulación en Gran Bretaña. Entre mediados del siglo XVI y la abolición en 1888 del tráfico en Brasil, más de 14 millones de personas, principalmente de África Occidental y el Golfo de Guinea, fueron arrancadas de sus comunidades de origen para ser deportadas a las colonias europeas de América. El «ganado negro» permitió impulsar lo que podríamos llamar la primera agricultura de exportación: la economía de plantación. Sin lugar a dudas, sin las riquezas de América y sin los esclavos y el comercio africanos, el despegue económico, político y militar de los Estados europeos, y especialmente de Gran Bretaña, hubiese quedado limitado a una escala menor; quizás definitivamente menor. La cuestión que despierta la lectura de estas páginas es por qué esta relación, por evidente que sea, sigue siendo todavía tan extraordinariamente desconocida” (Traficantes, 2011).
5. Fin del recorrido: el presente africano
En esta última sección se exponen los dos grandes ejes problemáticos que marcan a África en el presente. Los aspectos que aquí se plantean de manera general serán tratados, junto con otros y de manera más detallada en las siguientes unidades de la asignatura. Un primer asunto que debe tocarse, así sea brevemente, tiene que ver con lo que se entiende por “el presente” de África. La expresión puede referirse a las dinámicas que caracterizan a este continente, a sus sociedades y sus naciones, en el momento en el que se redacta este documento. Pero no es esa la acepción que aquí de da a la palabra “presente”, sino que más bien se hace referencia al periodo histórico durante el cual las sociedades africanas libran luchas anticoloniales y se definen como naciones independientes. Este periodo histórico adquirió su perfil inicial en las primeras décadas del siglo XX, cuando en África se fraguan unos “movimientos de liberación nacional” que impulsarán los procesos de resistencia y de lucha anticolonial que a la postre –y a lo largo de ese siglo e incluso hasta inicios del 2000—irán dando lugar a la configuración de los Estados africanos tal como actualmente se los reconoce. David Soler anota, al referirse al Sur de África, que
“Para entender la actual configuración y los problemas de los países del sur de África es vital echar la vista atrás. Desde el siglo XIX los europeos establecieron colonias de poblamiento estos países, en los que, desde 1870, tenían un gran interés por tratarse de lugares estratégicos para el comercio entre enclaves portuarios y para la explotación de minerales. Después de sufrir la presencia de los colonizadores durante décadas, en el siglo XX afloraron movimientos nacionalistas decididos a acabar con los Gobiernos de la minoría blanca, movimientos que defendían la igualdad entre personas por encima de la raza y un sistema de socialismo marxista que redistribuyera la riqueza entre la población negra. La contundente respuesta de los poderes coloniales hizo que adoptaran tácticas guerrilleras para presionar a los Gobiernos que, ante la amenaza de una independencia a las bravas como en otros lugares del resto del continente y la presión internacional, acabaron cediendo. Así, los movimientos de liberación pasaron de un día para otro de luchar en el exilio a constituirse como partidos políticos y tomar el mando de sus países” (Soler, 2019).
Las estructuras de dominación coloniales en el Sur de África, además de dar lugar a una explotación abusiva de los recursos y de los seres humanos, generaron prácticas de exclusión extremas, sostenidas por creencias racistas intolerables. Añade Soler:
“En el sur de África se había establecido un sistema colonial más sofisticado que en el resto del continente. A diferencia de muchos otros territorios, donde los occidentales llegaban solo para explotar sus recursos, los colonos europeos vieron la oportunidad de establecer allí a un grueso de su población y recrear un sistema similar al occidental, con instituciones fuertes, leyes exigentes y un sistema capitalista. Sin embargo, este sólo se aplicaba a ellos, los blancos, relegando a la mayoría de la población negra a ser ciudadanos de segunda. En países como Sudáfrica y Zimbabue, Gobiernos integrados por blancos incluso lideraron la independencia de su metrópolis, perpetuando durante décadas un sistema de segregación racial desde dentro” (Soler, 2019).
Los movimientos de liberación nacional marcaron de manera decisiva la historia reciente de África. Su lucha de anticolonial les llevó enfrentarse no sólo a las estructuras políticas y económicas coloniales, sino, en distintos momentos, al racismo que se instaló en esa región a manera firme, con efectos perversos en convivencia social y los derechos humanos. Fue una lucha prolongada y dolorosa la que libraron las distintas sociedades africanas para liberarse del poder colonial y alcanzar su independencia. Sudáfrica, Mozambique y Angola ejemplifican lo que se acaba de anotar.
“Sudáfrica empezó a independizarse del Reino Unido en 1934, pero los gobernadores locales impusieron un sistema de segregación racial que denigraba a la población negra hasta 1994, cuando el Congreso Nacional Africano (ANC por sus siglas en inglés) liderado por Nelson Mandela ganó las primeras elecciones democráticas. Cuatro años antes el Gobierno del apartheid había aceptado su fin y dejó de ocupar la vecina Namibia, que se independizó y en la que tomó el poder la Organización del Pueblo de África del Sudoeste en Namibia (SWAPO por sus siglas en inglés). Una década antes, en 1980, la Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF por sus siglas en inglés) había conseguido acabar con el Gobierno racista de Ian Smith, ya que el país había conseguido la independencia en 1965 pero seguía estando controlado por una minoría blanca.
Por su parte, las colonias portuguesas de Mozambique y Angola habían conseguido la independencia en 1975, pero no fue hasta 1992 y 2002 respectivamente que tuvieron paz tras las guerras civiles que ganaron el Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO) y el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA). A estos dos movimientos y a los anteriores les apoyó desde el principio el Chama Cha Mapinduzi (CCM), movimiento de liberación que llegó al poder en Tanzania tras luchar por la independencia de 1961” (Soler, 2019).
Estos procesos de liberación y de lucha anticolonial en África fueron seguidos de cerca por algunos movimientos políticos latinoamericanos, y por sus líderes, que también estaban empeñados en procesos de cambio, encaminados no al anticolonialismo, sino a implantar el socialismo y el comunismo en América Latina. En concreto, los partidos comunistas y las organizaciones revolucionarias (guerrilleras) desprendidas de ellos se sintieron cercanas a las luchas africanas, que, asimismo, se insertaban en un contexto mundial de guerra fría. Una cercanía que no sólo era retórica, como lo ejemplifica la participación del Che Guevara en el Congo y Angola (1965). Sobre la participación del Che en el movimiento de liberación angoleño, dicen Cintia Barbagelatta y Gerardo Tassistro:
En cuanto al proceso independentista en Angola en 1965, el comandante Guevara sostuvo en el Congo Brazzaville entrevistas con la dirección del MPLA. Como fruto de dichos encuentros se establece el compromiso solicitado por los patriotas angolanos; la ayuda al movimiento guerrillero contra el colonialismo portugués. Las contribuciones antes mencionadas, fueron claro está, aprobadas por el Partido Comunista de Cuba. El Che tocó suelo africano en compañía de más de un centenar de internacionalistas. Constituían la llamada Columna Uno, dispuesta a entrenar y pelear junto a los lumumbistas. Durante la permanencia en Zaire, los patriotas cubanos libraron acciones combativas en condiciones de extrema adversidad sin ser vencidos. Sin embargo, la ausencia de un movimiento patriótico vertebrado con el cual colaborar los llevó a interrumpir la misión. Una segunda columna marchó al Congo Brazzaville. Esta tomó el nombre de Batallón Patricio Lumumba. Su objetivo era primordialmente ser la reserva de la columna del Che, a cuya fuerza se uniría si fuera necesario y en el momento indicado… A comienzos de 1966, sin cumplir con sus aspiraciones político-militares, Guevara abandona África a través de Tanzania. En La Habana, mientras tanto, se celebra la Conferencia Tricontinental, un esfuerzo de coordinación política y militar para desarrollar los movimientos revolucionarios armados en África y América. En ausencia de Guevara, Fidel Castro le entrega el control de sus internacionalistas a su nuevo protegido, Amílcar
Cabral”(Barbagelatta y Tassistro, 2017, p. 13).
Más allá de las valoraciones que se hagan de la participación cubana, especialmente, en el Congo y Angola —una participación que se hizo firme en esta última nación a partir de 1975— lo cierto es que la misma se dio en un contexto de guerra fría, en el que dos bloques (el bloque capitalista y el bloque socialista) se disputaban el control África (y de otras regiones del planeta), y Cuba jugaba un papel en esa disputa a favor del bloque socialista (aunque sin un respaldo total de la ex URSS). En suma,
La intervención cubana en la guerra angolana duró más de 13 años. En ese tiempo, más de 350 000 cubanos pasaron por Angola, 11 veces mayor que Cuba y a 11 000 kilómetros de distancia, Océano Atlántico de por medio. Jamás un país del Tercer Mundo había emprendido un empeño militar de tal envergadura. Las armas y el resto de la logística fueron puestos por la Unión Soviética. Los cubanos pusieron la carne de cañón. En pocos meses, Cuba llegó a totalizar alrededor de 70 000 soldados en Angola. Pasado el peligro inicial, la cifra se estabilizó en unos 40 000. La confrontación Este-Oeste impidió que el conflicto entre los tres movimientos guerrilleros que combatieron a los portugueses, el MPLA de Agostinho Neto, la UNITA de Jonás Savimbi y el FNLA de Holden Roberto, fuese otra guerra civil más en el continente africano. La URSS apoyó al MPLA. Estados Unidos, Sudáfrica y China, en una extraña concertación, favorecieron a la UNITA. Cuba se involucró militarmente para que los marxistas del MPLA lograran instalar su gobierno en Luanda, pero tuvo que permanecer allí durante más de una década para apuntalarlo. Los cubanos y las FAPLA nunca lograron controlar totalmente el territorio angolano. Las guerrillas de la UNITA, dirigidas por Jonás Savimbi, se convirtieron en la más terrible pesadilla de los generales cubanos. En julio de 1988, luego de la costosa y prolongada batalla de Cuito Cuanavale, las tropas cubanas consiguieron la retirada sudafricana del sur de Angola. Los acuerdos de paz se firmaron entre Cuba, Sudáfrica, Estados Unidos y la Unión Soviética en 1988. Fue uno de los últimos episodios de la Guerra Fría” (Cino Álvarez, 2015).
Lo que siguió después, una vez que la guerra fría llegó a su fin con la desaparición de la ex URRS fue la recomposición de las naciones africanas en el nuevo escenario mundial dominado por el capitalismo neoliberal globalizado. Esta recomposición sacó a relucir dos dinámicas: las tendencias autoritarias incubadas en la historia del siglo XX africano y las ansias democratizadoras de quienes buscaban (y buscan) instalar regímenes democráticos en sus naciones. El conflicto autoritarismo-democracia es central en las sociedades africanas de la actualidad; a dado lugar a prácticas violentas en las cuales, asimismo, se han hecho presentes viejas rencillas, diferencias étnicas y religiosas, que han servido de justificación para atrocidades extremas, como lo pone de manifiesto el asesinato en Ruanda, en 1994, de al menos un millón de personas de la etnia tutsi por parte de miembros radicales de la etnia hutu (France24, 2019). Asimismo, “sólo diez de los 54 países [africanos] –dice Darío Mizrahi— son democracias plenas. En los demás hay regímenes autoritarios o híbridos, en los que libertades políticas y civiles esenciales están cercenadas. Muchos dictadores cayeron en los últimos años, pero casi todos fueron reemplazados por otros, no por líderes democráticos” (Mizrahi, 2019).
El otro eje central en la actualidad africana es superar unos niveles de pobreza extrema que golpea a buena parte de su población forzada o a morir de inanición o a emigrar; esto tiene que hacerse en el marco de un capitalismo que tiene un interés especial en los recursos naturales de África, pero no en el bienestar y felicidad de los pueblos africanos.
Los indicadores macroeconómicos –dice Manos Unidas— apuntan a un periodo de prosperidad en el continente africano. Con excepción del Norte de África, que sufre de los efectos de las revoluciones de masas, el crecimiento del PIB en el resto del continente ha sido positivo desde 2001, con un promedio del 5% por encima de la media mundial del 3%. Sectores como telecomunicaciones, banca, transformación de los productos agrícolas y la construcción civil están ganando fuerza en la economía…A pesar de los relativos avances, África sigue siendo el continente más pobre del mundo. Con el 13% de la población mundial, el continente acoge el 33% de la población pobre del mundoy alcanza el 1,6% del PIB global. Todavía un cuarto de la población sufre de desnutrición. Hasta 2012 la mitad de las muertes infantiles a nivel mundial ocurrían en África. Más de la mitad de las personas del continente –62%– vivían en chabolas y solamente el 16% tenía acceso a agua potable por tubería” (Manos Unidas, 2021).
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Fotografía: Luis Armando González