Por: Marcelino Guerra Mendoza, Lucía Rivera Ferreiro y Roberto González Villarreal. Contacto: [email protected]
Los maestros salvan vidas, así, literal. Se sobreponen a su propio miedo y organizan evacuaciones, les cantan o cantan con sus alumnos, les infunden ánimos, los calman y acompañan hasta que sus padres llegan, no los abandonan a pesar de la ansiedad y desesperación que, seguramente, sienten por encontrarse con los suyos.
Arriesgan su propia integridad, como la maestra Claudia de preescolar, que se armó de valor y sacó a sus 45 alumnos por una ventana, al darse cuenta de que la puerta estaba atorada (https://www.elsoldemexico.com.mx/mexico/sociedad/maestra-heroina-salva-a-45-ninos-en-medio-del-terremoto-256042.html). O el maestro Javier de una secundaria en Ecatepec, al que una barda le aplastó la mano mientras rescataba a sus alumnos; en la faena perdió dos dedos.
Otro maestro de nombre Lauro, se ocupa de recordarnos a todos que, antes de hacer un mal comentario sobre los maestros, tengamos siempre en cuenta esto: “con o sin evaluación, ser maestra(o) es no poder salir corriendo por tu hijo a su escuela porque tienes a muchos hijos adoptivos llorando y temerosos. Es conservar la calma para transmitirla, aunque en el fondo te estás muriendo de miedo; es actuar y tomar decisiones, aunque realmente quisieras que alguien te diga que hacer; es parar el tráfico y caminar por las calles haciendo vallas para salvaguardar la integridad de los niños. Es limpiar lágrimas, abrazar tanto que los brazos no alcanzan…y saben? Eso no me lo enseñaron en la licenciatura, eso nace del fondo de mi alma. Gracias colegas porqué así como yo hoy estuve con mis niños, hoy otros maestros estuvieron con los míos” (https://www.facebook.com/lauroantonio.vicentemolina?hc_ref=ARSAm6B3i2d5vJUisLtV13vHDYVwe0Cs5y-SqqUEg07SViFyBgwFdrkkX3HW8M-ePdo
Esta vez, los angustiados padres de familia no reprochan ni reclaman, al contrario, agradecen la protección, el cuidado, el consuelo y la compañía. “Infinitas gracias a todos los maestros que estuvieron atentos. Mil gracias a las maestras de mi hija, que al verla con una sonrisa, supe el gran trabajo que hicieron”, dijo Sofía, una madre, que también es maestra. Ante la desgracia, se multiplican los gestos amables; los atribulados padres son pródigos en palabras de agradecimiento que parecían olvidadas. Pero además, los padres también exigen hacer a un lado intereses mezquinos; “ya dejen de hacer este show”, clama una de las madres del colegio Rébsamen, al tiempo que demanda el retiro de los medios, las autoridades y los militares para que ellos, como comunidad, se organicen y levanten de nueva cuenta, el lugar donde estudian sus hijos (https://proyectopuente.com.mx/2017/09/21/dejen-hacer-este-show-dicen-padres-escuela-rebsemen-en-aristegui-noticias/).
También los alumnos agradecen a sus maestros y desde luego a los vecinos, que prestos y dispuestos, salvaron vidas; al mismo tiempo, exigen a las autoridades corregir sus errores. Como Derek, alumno rescatado del mismo colegio Rébsamen (http://proyectopuente.com.mx/2017/09/22/nino-rescatado-del-colegio-rebsamen-agradece-a-vecinos-exige-a-autoridad-ponerse-las-pilas/), quien nos recuerda que luego del sismo del 7 de septiembre, protección civil revisó el inmueble, asegurando que la escuela no presentaba daños ni riesgo alguno.
Padres y maestros se comunican, hacen llamados, se convocan mutuamente, como en la Delegación Iztapalapa, para exigir a las autoridades una cuidadosa revisión de muros y estructuras; juntos demandan garantías de un retorno seguro a clases.
Las escuelas organizan brigadas, reúnen y llevan víveres a quien lo necesita, codo a codo, con la comunidad. Como en la escuela de la maestra Ana en Tlapehuala, Guerrero; o como en Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos del estado de Michoacán, plantel 21.
Otra vez, como en el 85, el 19S17 nos recuerda que, en las escuelas, entre padres, maestros y alumnos, hay vínculos, una energía colectiva quizá adormecida que hoy fluye incontenible, abriendo múltiples posibilidades para encontrarse, mirarse, reconocerse igual de vulnerables, igual de necesitados unos de otros, capaces de abrazar y dejarse abrazar, buscan estar juntos para conjurar el miedo.
Todo esto es señal de algo tan vital como importante: de las ruinas que deja esta catástrofe, pueden surgir alternativas, formas nuevas de relación, prácticas distintas. Hay dolor, pero de una clase muy especial, uno que abre rendijas y espacios propicios para dar rienda suelta al deseo y necesidad de estar y hacer cosas juntos.
Estamos ante una oportunidad de derribar la narrativa de la reforma educativa, esa que ha logrado instalarse en las mentes de muchos. Esa que rechaza toda forma de organización, que no se cansa de denostar al gremio magisterial y cualquier forma de representación colectiva. La misma que ha adjudicado a los maestros todos los males habidos y por haber de la educación nacional.
Porque la reforma privilegia el aislamiento, igual que la responsabilidad de uno sobre uno mismo, antepone la acción individual a la colectiva; niega la fuerza del nosotros, pretende enterrar para siempre cualquier vestigio de lo común, que es precisamente todo lo contrario de lo que hoy estamos presenciando.
El terremoto, con toda la destrucción y dolor que ha dejado tras de sí, nos recuerda que sin un nosotros, la propia existencia es imposible. Nos regresa a lo vital: la auto-organización, la creatividad, la solidaridad genuina, sin imposturas ni rigideces, al encuentro de los diferentes que se encuentran en lo común.
El terremoto hace aflorar responsabilidades compartidas, también la exigencia colectiva; maestros, padres y vecinos, muestran el rostro de una comunidad educativa donde no caben pruebas como Stalling, PLANEA o PISA, donde no hay evaluación del desempeño docente ni normalidad mínima que se interponga, regule y limite un elemental y profundo deseo de ayudar. Toda esa parafernalia reformista se reduce a nada, cuando sin mediar más nada, los padres muestran un agradecimiento sincero ante la rápida y efectiva respuesta de los maestros, esos que TELEVISA y sus socios, han demonizado hasta el cansancio.
Los gobiernos le temen a la energía colectiva desbordada; a pocos días del terremoto, se empeñan en controlarla. Les urge que estemos separados, lejos unos de otros, les preocupa y molesta la espontaneidad de vernos juntos para ayudar, saben bien que de ahí puede surgir el impulso necesario para exigir y vigilar su proceder. Les preocupa y mucho, no poder contener una fuerza que se desborda e irrumpe por fuera de los límites que han trazado ellos mismos.
Precisamente gracias a la anormalidad que impone un hecho trágico, los cauces y límites oficiales se descarrilan. En la anormalidad se abre la posibilidad de vigilar directamente al vigilador, de frenar oportunismos de políticos sin escrúpulos, de actuar sin intermediarios, dando y recibiendo apoyos en forma directa, de mano en mano. ¿Seremos capaces de darnos cuenta y aprovechar este impulso?