Por: JUAN MANUEL CINCUNEGUI. Nuestras Voces. 25/01/2018
Una parte considerable del esfuerzo comunicativo del gobierno argentino y de otros gobiernos latinoamericanos en esta nueva dispensación neoliberal en la región está dirigido a convencer a sus poblaciones que el saqueo a las riquezas naturales colectivas por parte del poder corporativo transnacional, y el recorte a los derechos fundamentales de la ciudadanía están justificados en vista a las necesidades globales del país y su futuro. Es conveniente recordar que la ética de los gobernantes y la ética de los gobernados no es coincidente. Los actuales gobernantes creen que su posición de liderazgo es fruto de algún tipo de superioridad que justifica sus prerrogativas.
Bryant S. Turner cita en Vulnerability and Human Rights (1) el estudio de Kevin Bales sobre la esclavitud económica en India, un tipo de esclavitud – nos dice Bales – que es fruto del endeudamiento de los individuos en relación con sus prestamistas.
De acuerdo con Bales, al abordar fenómenos de estas características tenemos que tener en cuenta que las éticas que subyacen a las dos partes en pugna (el prestamista y el deudor esclavizado) no son coincidentes. Las creencias de los propietarios no son las mismas que las creencias de los esclavos. Lo que Bales demuestra con su investigación empírica y lo que se pone de manifiesto en los testimonios de los involucrados es que los propietarios de estas personas no ven necesariamente como negativa la esclavización de otros individuos. Todo lo contrario, el propietario cree que la pérdida de derechos por parte del individuo esclavizado es el resultado del precio que desembolsó para apoyar al devenido esclavo en la tarea de su subsistencia.
De esta manera, nos dice Bales, la relación que se establece entre el propietario y el esclavo es paternalista y patriarcal. Los esclavos son reducidos a una condición infantil. Entre las prerrogativas de los propietarios se encuentran el disciplinamiento y el castigo de los esclavos. Esto con respecto a las normas.
Pero, además, en lo que concierne a la justificación subyacente, el propietario asume su condición como natural, como un don divino, o como el fruto de una superioridad cultural o civilizacional del propietario sobre el esclavo.
La discusión de Turner sobre Bales se enmarca en su discusión sobre la teoría del reconocimiento, cuyo texto seminal lo encontramos en la Fenomenología del Espíritu en el capítulo sobre la conciencia. Turner nos recuerda que una parte considerable del tiempo y del esfuerzo que dedica el propietario (el amo) para el sostenimiento del orden social está dirigido a demostrar (y convencer implícitamente) al esclavo por qué motivo la esclavitud no solo no es ilegal, sino que no es mala, sino beneficiosa para la sociedad en su conjunto desde el punto de vista económico, justificando de este modo las normas paternalistas y las necesidades que produce.
En contraposición, los testimonios de ex-esclavos recogidos por Bales demuestran que ninguno de ellos duda de la absoluta maldad de la práctica de esclavitud que padecieron. Si a esto agregamos la larga historia de rebeliones de esclavos en las Indias occidentales británicas, comprendemos que el control de esclavos dependió, en última instancia, no en la persuasión, sino en el uso concertado de la violencia como amenaza (3).
Ahora bien, la teoría de reconocimiento no está circunscrita a las relaciones individuales, sino también a las relaciones entre comunidades y estados. Una parte considerable del esfuerzo comunicativo del gobierno argentino y de otros gobiernos latinoamericanos en esta nueva dispensación neoliberal en la región está dirigido a convencer a sus poblaciones que el saqueo a las riquezas naturales colectivas por parte del poder corporativo transnacional, y el recorte a los derechos fundamentales de la ciudadanía están justificados en vista a las necesidades globales del país y su futuro.
Es conveniente recordar que la ética de los gobernantes y la ética de los gobernados no es coincidente. Los actuales gobernantes creen que su posición de liderazgo es fruto de algún tipo de superioridad (natural, social o incluso “divina” o “kármica”) que justifica sus prerrogativas.
El disciplinamiento y el castigo social se asume como parte de los deberes de un tipo de poder que se concibe paternalista y patriarcal, y la educación que se promueve está dirigida a justificar la opresión concertada y la estigmatización de los rebeldes frente al esquema de poder excluyente y opresor.
Por otro lado, la exigencia continua de reprimir la protesta social, de encarcelar a los líderes opositores, silenciar a las voces disidentes, o asesinar ejemplarmente a miembros de las minorías más vulnerables, demuestra que los pueblos no aceptan de buena gana está ética que naturaliza la explotación, sino que la conciben como inherentemente perjudical y moralmente deplorable.
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Fotografía: Nuestras Voces