Por: Arturo Rodríguez García. Notas sin Pauta. 21/10/2017
La cita fue en Paseo de la Reforma. Era junio de 2011 y unas semanas antes había conocido a Marina y Jose. El camellón lateral sur estaba convertido en un auténtico tianguis multicolor, como todos los tianguis pero este, era una aparición extraña, inverosímil:
Las mesas revestidas de temporalidad funcional, mostraban libros; había cajas acomodadas, como en mercado sobre ruedas, pero en lugar de frutas y verduras, contenían más libros y un cartel: $5.00 pesos o 15 o 20… Al alcance de cualquier bolsillo un inagotable acervo de clásicos y las más diversas temáticas. De los toldos colgaban tendederos como suelen colgar los de dvds pirata, pero en lugar de estos había poemas gratuitos, impresos en hojas de colores, palabras en verso para la eternidad.
La música que salía de los altavoces no era de perreos reguetoneros, sino un ska pegajoso, posiblemente de la legendaria y contestataria banda Salario Mínimo. Jose es un melómano sin petulancia, tolerante a las concepciones estéticas de los demás, e involuntariamente, llegamos a su pasión, el rock progresivo. A la distancia vi a Marina junto a su madre, Paloma, anfitrionas del colega Alejandro Sánchez, que llegaba a presentar su libro.
El tianguis llevaba año y medio de pasar de un lugar a otro, casi siempre en espacios comunitarios, desde que se instaló en Cuautepec Barrio Bajo en la delegación Gustavo A Madero a principios de 2010. Era un baldío tan peligroso que nadie se atrevía a pasar hasta que llegó la Brigada Cultural para Leer en Libertad, y el escritor Paco Ignacio Taibo II embelezó a los vecinos con sus relatos. La descripción de Marina es vivaz, heredera de las hipnóticas narraciones de Paco. Semanas después, los vecinos se organizaron, gestionaron un gimnasio y un comedor comunitario al que pronto se añadió una biblioteca donada por la brigada. Cuando se enteraron, los de Cuautepec Barrio Alto, y otras comunidades de la ciudad, empezaron a pedir donación de libros.
Aquella vez fue mi primer acercamiento a la Brigada.
Yo sabía, por algunas notas periodísticas, que Paloma Saiz, había dejado el gobierno capitalino, por diferencias con Elena Cepeda –hoy primera dama de Morelos que aspira a duplicar período con la postulación de su hijo para suceder a su marido–, que en ese tiempo era secretaria de Cultura. Diferencias, concepciones de la cultura, inconciliables.
Desde hace años los gestores culturales de muchos gobiernos se han vuelto más facciosos, son círculos de amigos para beneficiar amigos y, no conformes, han convertido los programas en una vil agencia de contratación de espectáculos con cargo al erario. Bajo la divisa “todo es cultura” –en realidad una fórmula de dar recursos a la televisión que corresponde con la promoción personal de los gobernantes–, la onda grupera y las estrellas del canal de las estrellas se chupan los de por sí escasos presupuestos destinados al fomento cultural.
En contraste a esa tendencia, Paloma Saiz había implementado en dos años una serie de programas excepcionales: “Para leer de boleto en el Metro”, que regalaba tomos para el trayecto; “Sana leyendo”, que repartía libros en hospitales; “Letras en guardia”, que daba libros a policías y, “Libros en llamas”, que hacía lo mismo con bomberos. A Cepeda no le gustaban esos programas y todo se complicó cuando intentó modificar fechas de la Feria Internacional del Libro del Zócalo 2009 (FIL Zócalo), pero ya estaba todo programado y hacerle caso implicaba un enorme esfuerzo presupuestal, así como la cancelación de autores nacionales y extranjeros.
Paloma se fue y decidió articular desde la sociedad civil la socialización de la cultura que el gobierno de supuesta izquierda rechazaba. Dos meses después de dejar el cargo como directora de la FIL Zócalo, realizó el primer tianguis librero y, hasta aquel encuentro de junio de 2011, ya llevaba cerca de 50 tianguis en barrios y comunidades pobres.
Lo hizo con pura voluntad, articulando sus amplias relaciones en el mundo editorial que cedía excedentes o remanentes a precios bajos. También con el mundo de las letras, el arte y el periodismo que cedían sus derechos sobre obras, juntó algunos patrocinadores solidarios y, comenzó a regalar ejemplares en los tianguis y, luego, en el Metro. Su segundo tiro para el trayecto: 250 mil ejemplares, en la Línea 2, en enero de 2015, como parte de una segunda tanda que proponía fomentar que se regresaran los libros para reuso, algo que increíblemente atendieron los usuarios en un 70 por ciento de devoluciones.
En el tiempo que quedaba al gobierno de Marcelo Ebrard, la brigada pudo instalarse, no sin obstáculos y permisos retrasados que amenazaban con suspender, por ejemplo, el tianguis de la Alameda, ese lugar de paseo popular. Patentaban las trabas el encono de Cepeda, explicable sólo en el carácter faccioso de una gestión cultural con talante autoritario.
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El primer año del regreso del PRI a la Presidencia, fue también el del regreso de la represión. La Ciudad de México, con la sociedad más politizada y participativa del país, empezó a resentir los gases, toletes y escudos policiales, rebajada la imagen institucional cuando añadieron a su equipo palos, tubos, piedras y cadenas. Los policías como pandilleros.
El jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera se alineó fácil y rápido, a la necesidad presidencial de disuadir todo brote de protesta social, algo que ha marcado su administración y constituye una grotesca regresión en las libertades fundamentales conquistadas a sangre y llanto por los capitalinos.
En septiembre de 2013, para que Enrique Peña Nieto pudiera encabezar la primera ceremonia del Grito de Independencia, un enorme campamento de maestros inconformes con la Reforma Educativa, fue desalojado con furia. Aunque los profesores estaban retirándose pacíficamente del Zócalo, gobiernos federal y de la ciudad, no tuvieron miramientos para el atropello.
En el Centro Histórico capitalino, los dos gobiernos, el de Mancera y el de Peña Nieto, ordenaron un cerco policiaco que –con un poco más de discreción y merced a los numerosos espectáculos intrascendentes que se montan–, ahí sigue. Muy pocas son las protestas que pueden llegar al Zócalo, repleto desde varias cuadras de antimotines y agentes de civil, que lo mismo golpean una marcha de invidentes –sí, de invidentes—que borran pintas de cal frente a Palacio Nacional, cuando se exige justicia por los asesinatos de periodistas, un reclamo que dirigido a Peña Nieto, el mancerismo repudia.
En el mes que siguió al primer Grito de Peña Nieto –llena la plancha del Zócalo de acarreados mexiquenses, puro clientelismo—el cerco policiaco se mantuvo hasta el anuncio de aplazar la feria del libro de octubre. No querían retirar el cerco policiaco y Mancera alegaba que la feria se realizaría hasta que hubiera “condiciones”. En respuesta, Paco Ignacio y Fabrizio Mejía Madrid convocaron a escritores y lectores, a tender un cerco de libros.
Quizás sea por su profundo conocimiento de la historia que Paco hace épica cada una de sus batallas. Aquello fue conmovedor, ingenioso, en verdad antepuso la pluma a la espada, los libros a los escudos y macanas. Ganó la pluma, pero sobretodo ganaron los lectores pues antes de que el cerco de libros se realizara, Mancera retiró el despliegue policiaco. Aun así, el cerco librero se realizó y durante varias horas escritores y lectores repartieron gratis los libros de la Brigada, textos de Fabrizio, y poemas de Taibo.
“Logramos que el Zócalo se abra para los libros. Es una reconquista cultural”, celebró Fabrizio en sus redes sociales.
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Paloma y Paco Ignacio construyeron un espacio de libertad. Fui beneficiario de ello. En 2015, las ferias de libro de diferentes ciudades del país no quisieron programar la presentación de “El regreso autoritario del PRI”, mi libro –en una ocasión inclusive me cancelaron el mismo día “por el tema”. Muchos medios de comunicación se negaron a conceder un espacio. Salió una semana antes del despido de Carmen Aristegui de MVS, y nadie quería hacer enojar al gobierno. Se enteraron Marina y Jose, me llamaron y programaron una presentación que ella misma condujo denunciando la censura. No he sido el único favorecido.
El problema con los libros de periodistas, libros-reportaje, la no-ficción, es de difusión. Un buen trabajo periodístico, publicado en un medio de comunicación, puede llegar a millones de personas, hoy más que nunca, con un click. Un libro se coloca en estanterías, se presentan fragmentos o entrevistas en alguna sección de ciertos medios –conforme a los más variados intereses y caprichos personales o editoriales de quien toma decisiones–, y se programan algunas presentaciones –no demasiadas—en ferias libreras a las que asiste casi el mismo público: 20 o 30 o 50 interesados heroicos que van de una presentación a otra, toman la palabra y compran un tomo… pero en ocasiones ni ellos.
Claro que hay casos excepcionales de ventas por 100 mil ejemplares, 200 mil cuando más. Son best seller en un parámetro que promedia unos 7 mil ejemplares de venta en libros periodísticos; buena venta, 15 mil ejemplares. Un editor –medio en broma, medio en serio—me dijo que los libros motivacionales, de conspiraciones o fantasías eróticas que sacan a las amas de casa del tedio –publicaciones de precariedad testimonial y pobreza narrativa que se venden por millones–, son los que permiten la aparición de numerosos títulos periodísticos que no son negocio.
Las oficinas de comunicación social y relaciones públicas gubernamentales, siempre atentas a evitar el escándalo de sus jefes, por los libros ni se preocupan. La censura en realidad es mala política comunicacional, si se piensa que es más devastador un hashtag y 140 caracteres denunciando al censor, que la tinta derramada en 300 páginas.
Uno puede plantearse sobre el periodista ¿por qué escribe un libro? Por ganar dinero? Por cobrar prestigio o fama? por hacerse un nombre entre pares que muy seguramente no lo leerán?
En realidad, un periodista escribe un libro porque considera que tiene algo que contar, algo que debe darse a conocer a mayor detalle y que supera los cuando mucho 10 mil caracteres promedio del reportaje largo en un medio. Es la misma motivación que lo lleva a publicar una noticia, reportaje o crónica: descubrir algo que está oculto, despejar lo que está en tinieblas; informar aquello que se desconoce; aportar los elementos que permitan al lector comprender determinado asunto que es de interés público.
El esfuerzo es enorme. Hay que alternar el trabajo cotidiano: la cobertura de lo que el jefe de la respectiva redacción cree noticiable; horas de trayecto para reportar lo que se diga en un discurso al que hay que poner atención, por tedioso e irrelevante que sea; entrevista improvisada de banqueta sobre los temas más variados –ponte al día para no errar sobre el programa nuclear, la inversión hidráulica, la política exterior, el hecho de sangre, el negocio energético o el más reciente escándalo de la farándula nunca como ahora tan implicada en la vida política–; presión para ser el primero en “subir” la nota; segunda versión más detallada; el imprevisto incidente que altera la agenda; cuida la redacción, el orden y sobretodo el enfoque.
O bien, sacrificar ingreso por libertad: hazte freelance. Eso implica armar los trabajos necesarios para ver si los puedes colocar por un retribución modesta; sumar reservas para los días de sequía; programar un presupuesto austero; ubicar las fechas de certámenes a los que pueda presentarse algún trabajo, agendar un tema y cuidarlo para ser premiado y poder ingresar un dinerillo extra; invertir en equipo cuando se pueda (porque a veces una memoria SD vale lo mismo que pagan por un texto y que, de todas maneras, en la redacción si estuviera en nómina no proveerán… vaya, que ni grabadoras entregan y cuestan lo que muchos periodistas ganan al mes).
En una u otra modalidad laboral, hay que apartar espacio para escribir el libro que leerán muy pocos. A la presentación estelar llegará la gente que te quiere, tus amigos y familia, tus fuentes –a veces agradecidas y otras encabronadas por el tratamiento–, algún amigo oficiará de presentador y habrá un espacio de firmas y dedicatorias en las que se adoptará el tono del que le habla a la posteridad. Venderás 7 mil ejemplares o menos, con mucho esfuerzo –y si te lo distribuye Sanborns, que no siempre quiere– y a veces quedarás debiendo parte del anticipo que te dio la editorial a la firma del contrato.
Así que la idea del libro no es hacer rico al periodista sino contar, socializar una situación que el aparato editorial no ayuda mucho a socializar. Y de repente, está la Brigada Cultural “Para Leer en Libertad” que te lleva a barrios y comunidades a las que nunca llegaría uno de tus libros. Y ahí estás, hablando con gente de los oficios, obreros y oficinistas, mujeres y hombres de la baja burocracia, empleados del comercio formal o comerciantes ambulantes, amas de casa, jóvenes con interés en saber… estás ahí, gracias a la Brigada, en el mundo real.
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Un asiduo a los tianguis, ferias y remates de la Brigada Cultural fue Javier Valdez Cárdenas, el periodista sinaloense asesinado a tiros el pasado 15 de mayo. Un crimen que, como todos los crímenes de periodistas, sigue impune.
La situación es frustrante. En lo que va de este año van 11 asesinatos de colegas y, cuando mataron a Javier Valdez hubo un breve, efímero, momento de solidaridad de cierto sector oenegero, de los intelectuales que al menos se expresaron en su cuenta de Twitter o en algún artículo. Para entonces, ya se contaba el asesinato en marzo de Miroslava Breach, corresponsal de La Jornada en Chihuahua, como Javier lo era en Sinaloa. Ambos, gozaban de prestigio profesional, eran conocidos en la Ciudad de México lo que suponía les confería mayor visibilidad y, por lo tanto, seguridad. Cuando varios colegas convocaron a empapelar la fiscalía especializada en el asunto, sólo vi, discreta, solidaria, sin procurar reflectores, a Elena Poniatowska. Ningún escritor más.
Hubo un acto presidencial. Peña Nieto juntó a los gobernadores y, básicamente, les dijo que los asesinatos de periodistas eran de su competencia y los llamó a hacerse responsables. Anunció cambios en los programas que para entonces ni presupuesto tenían. Dos o tres foto-reporteros fueron los únicos que expresaron su inconformidad, sólo para ser intimidados al salir de Los Pinos, por el Estado Mayor Presidencial.
Luego, cambió la agenda, los intelectuales pasaron a otras cosas, la llama de esperanza que se había encendido en el gremio pronto fue braza exigua.
De mayo a la fecha, los tianguis de la Brigada Cultural han insistido en programar conversaciones, mesas redondas, diálogos y los libros del periodista sinaloense, que en megáfono virtual, difunden en directo por sus redes sociales. En estos días, la carpa más concurrida de la FIL del Zócalo, lleva por nombre “Javier Valdez Cárdenas” y es de la Brigada Cultural “Para Leer en Libertad”.
Los colegas –amigos de Javier y periodistas muy reconocidos—Alejandro Almazán, Daniela Rea y Emiliano Ruiz Parra, con la Red de Periodistas de a Pie, presentaron un proyecto a la Brigada Cultural. Así nació el libro “Romper el silencio. 22 gritos contra la censura”, que recoge el testimonio de colegas de todo el país sobre la forma en que lidian con la amenaza persistente, el horror de ver caer compañeros, las presiones de los poderes formales o criminales sobre sus redacciones, y en fin, con el largo listado de agresiones contra periodistas, que son contra la libertad de expresión. Como siempre hace la Brigada, el libro en su edición impresa es de distribución gratuita y en digital de descarga libre junto con 161 libros más para quien lo desee.
Paloma, Paco, Marina, Jose y su equipo, han aportado una vez más a la construcción de la libertad que tanta falta nos hace. Como pocos han dedicado estos años a socializar la lectura, pero también las problemáticas por las que atraviesan nuestras libertades, proporcionando al gremio un espacio de denuncia y al público, la posibilidad de comprender, con “Romper el silencio”, la terrible amenaza que el callar representa no sólo para los periodistas, también y principalmente para la sociedad. Por eso, quise escribir este texto sobre ellos.
Sobre “Romper el silencio” y para ir a los libros gratuitos de la Brigada, da click aquí
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Fotografía: notassinpauta