Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 21 de julio de 2018
Anomalisa (Charlie Kaufman & Duke Johnson, 2015)
Si alguien ha sido capaz de revestir sus constantes artísticas a lo largo de su obra (no tan extensa hay que decir) sobre un manto que se remoza sin dejar de lado el sello que lo caracteriza, ese es Charle Kaufman, otrora guionista que se hiciera de un nombre no sólo por sus permutaciones temporales sino también por la derivación de sus argumentos dentro de un colectivo que extrapola sus deseos carnales, anhelos de profesión y devenires personales entre el éxito social y el sentimiento interno de derrota. Es por ello que en esta su segunda entrada al terreno como realizador (co-director en realidad) e incursionando por vez primera en los terrenos de la animación, no se deja deslumbrar por las atribuciones propias de esta técnica sino que la divide claramente por un lado en un onirismo que corresponde a esa estrategia visual tan suya, mientras por otro se atribuye un manejo del naturalismo que rompe los esquemas más nativos de la propia práctica escogida. De esta forma, claro, genera nuevamente esos quiméricos laberintos en que tanto disfruta colocar a sus personajes.
La historia resulta simple en un primer plano narrativo: un renombrado hombre de ventas arriba a una ciudad para dar una esperada conferencia magistral, dedicada esta a varios de sus admiradores y partidarios que se han alojado en el mismo hotel; ordinario espacio en el que se centrarán los detalles, inocentes y espontáneos –naturales si se quiere– pero que harán de la experiencia de nuestro protagonista una desventura llena de desconcierto y confusión hasta el punto del colapso. Como es usual en el mundo de Kaufman, las figuras estarán empequeñecidas por ellas mismas; frustradas en su entorno bajo la presión de las expectativas. Con los ecos de un pasado acidulado que resucita a cada tanto se auto-ensombrecen y no encuentran, ni hacen el intento por hallar una salida a ese ciclo de medianía que les pauta el ritmo de vida.
Apoyados por la naturaleza del método escogido para la construcción del escenario cinematográfico, los realizadores de esta cinta dan un valeroso paso ante la deshumanización de su cosmos. Y es que salvo la pareja protagónica, todos los demás figurantes tienen la misma voz y el mismo rostro sin importar su sexo, género, status social o cualquier otra diferencia que pudiera hacerse. Ante la queja de una generación que pide a gritos la igualdad y que enarbola la objetividad como estandarte de unión –abandonando sin sazón las propiedades mismas de la intimidad, del individuo y sus causas particulares que le constituyen– habremos de pisar entre los pasillos y recovecos del entramado la uniformidad de la fatiga, del descontento y la irritación que no permite avanzar, que no exige otra directriz mas la que conlleva al desvarío y el frenesí.
Atados los elementos con la partitura de Carter Burwell, circundantes notas que flotan entre el hastío y la pesadilla: sobre la cadencia plena de las estancias y el lascivo afán por concretar la faena, el monótono vació con el que intenta manejarse el guion acaba ocasionalmente por extenderse más de la cuenta en secuencias que si bien son claves y quedan sinceramente a medias de su tono, son igualmente precedidas y sujetas a otras que tienen una plenitud de concordancia con los temas de la película. Por su parte, la paleta de colores que otorga la sensata fotografía de Joe Passarelli inunda los espacios con esa trivialidad que le pesa hasta en los ojos a nuestro “histrión” central. Y en ese encierro nos aislamos, nos respondemos y reflejamos para ver el desmayo de un campo emotivo que siempre estuvo atado a la excentricidad de las pretensiones normativas y propias de nuestros días.
Anomalisa concluye, pues, en un ejercicio de sucesiones con un grado de invariabilidad mínimo; escaso. Nos presenta un retrato austero pero retador donde las interpelaciones rozan las fronteras de la necedad y el menester. Sus alcances son tan cotidianos que nos afrentan con miedo y dolo; las insinuaciones en su interior son acechos que nos hacen dudar de nuestra hegemonía pasional. Y es que al final bien podemos ser entes sumamente complejos o bien meramente máquinas vivientes en cuyo interior solo se encuentra un engranaje sentimental inanimado.
Anomalisa de Charlie Kaufman.
Calificación: 3 de 5 (De Regular a Buena).
Fuente:
https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=2106547336290309&id=1598949577050090
Fotografía: devianart.com