Por: Gastón Germán Caglia. Iberoamérica Social. 30/10/2016
Las reflexiones acerca del tiempo, y su uso, son patrimonio de todas las sociedades; la vida moderna impone la obsesión por el tiempo y la temporalidad y los requerimientos funcionales que recaen sobre ella. Ninguna la puede evadir y menos agotarla. La gran pregunta que tengo es: ¿Que esperan los que esperan? A la que podría agregarle: ¿Y qué esperan los que ya no esperan?
Estas preguntas, que acometen a los filósofos, sociólogos y pensadores varios de café, pueden sonar como una anécdota para alguien que no tiene que esperar, en el sentido más práctico de la idea, dado que en verdad todos pasamos largas horas de nuestras vidas esperando. Esperamos por el transporte público, en las rutas viajando, en las colas de la farmacia y del banco, a que nos atienda el médico, etc. Planteado así aparece un simple juego de palabras, mas no lo es.
Toda esta inquisición se inició cuando, en función de mi trabajo, que no amerita tiempos de espera, tuve que concurrir a un Centro Asistencial para personas de bajos recursos que funciona bajo la órbita de un organismo descentralizado del Estado a los fines de gestionar algunas cuestiones propias de mi trabajo como empleado de la justicia.
Como quien debía atenderme no se encontraba en ese momento me retiré y regresé a las dos horas o más. Grande fue la sorpresa cuando observé que, como en una postal, obviamente estática, la sala de espera era un fiel reflejo de la situación que observé dos horas antes. Esto significa que las mismas personas estaban sentadas en el mismo lugar y en la misma posición. Hasta los niños que son quienes más rápido se aburren y comienzan a armar escándalos propios de su edad, se encontraban disciplinados por la espera de sus padres.
A estos pobres niños también se lo podría definir como a los que esperan a los que esperan. Y esto es así dado que la gente pobre que recurre al Estado por ayuda tiene que esperar para casi todo, su temporalidad se ve deformada por las largas sesiones de espera. Muchos de los que están ahí saben a qué hora deben llegar pero no a qué hora saldrán. Y mucho menos si saldrán con su problema resuelto. La vida cotidiana, en particular de quienes requieren de estos servicios sociales es en gran medida heterogénea, pero no es simplemente heterogénea sino también jerárquica. Esta jerarquía además, se modifica según las diferentes estructuras económico – sociales y normalmente la gente pobre que espera ser atendida en su reclamo-necesidad-urgencia se encuentra en una incertidumbre generalizada respecto a sus derechos-necesidades.
Muchas de las resoluciones respecto a su espera, no ya a sus reclamos, se fundamentan en los perversos pronunciamientos de una computadora (“el sistema se cayó”, “no me figura en el sistema”, “no se han cumplimentado los plazos”, etc.) o de un empleado administrativo que se encuentra abocado a otros menesteres, y así podría seguir la lista de excusas. Y así es como nos convertimos en esclavos de las máquinas (y “los maquinistas”). Ellas si bien no se inventan a sí mismas, nos fuerzan a ponernos a su servicio, aunque todo resulte de decisiones y actividades humanas en definitiva.
Esta puede ser entendida como una inquietud inexplicable y como no pueden quedar sin explicación, la fantasía es la que recurre en su ayuda. Fantasía tétrica que remite a que sin haber llegado al futuro, algunas personas estén viviendo dentro de una película distópica como “Brazil” en donde un Estado opresivo doblega, quiebra y en definitiva, vence.
Lentamente, comencé a recordar algunos adagios de mi profesión: “si te apuras las cosas pueden salir mal”, “la gente pobre no valora lo que hacemos por eso deben aprender a esperar por algo que en definitiva es gratis para ellos”.
Así el concepto de ESPERA se convierte en una forma manifiesta de imponer los efectos del poder sobre las personas pobres. Dentro de esta dinámica sociocultural de espera se vivencian los conceptos de cancelación del turno, su demora inusitada, su postergación indefinida o apurando los plazos y haciendo perder el “turno”, generando el emplazamiento de todo o el agobio generalizado.
Así la incertidumbre que genera gestionar los problemas para esta gente se acrecienta por medio de la promesa y el compromiso que les genera el presentarse en día y hora señalada. Quizás por eso tenemos la impresión de que el tiempo no existe porque es tan breve que no se puede tomar en nuestras manos o tan elástico que no podemos abarcarlo con nuestros brazos.
Es que visto con ojos “economicistas” todos los seres humanos en las sociedades hipermodernas llevamos a cabo acciones que probablemente no tengan los resultados esperados en el tiempo esperado. Así en definitiva la vida se va en la eterna espera para ser atendido, algunos más rápido que otros, pero todos al servicio de la espera.
En definitiva, y prometo volver sobre este tema más adelante, ser pobre conlleva la carga filosófica, sociológica y práctica de esperar, esperar y esperar.
Fuente: http://iberoamericasocial.com/esperan-los-esperan/
Fotografía: artehistoria