Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro, Marcelino Guerra Mendoza. 03/05/2019
¡Es que no iba a ser fácil! Nadie lo dijo. Nadie lo pensó. Nadie lo creyó. Menos aún si el gobierno de AMLO se presenta a sí mismo como parte de la 4a. Transformación Nacional. Una gesta histórica a la altura de la Independencia, la Reforma y la Revolución. Más que un gobierno: un gran movimiento de transformación nacional. Anti-neoliberal, pero no anti-capitalista. Así lo ha dicho. Así se presenta. Así hay que considerarlo.
Gobierno y movimiento. Sí, el gobierno de AMLO surge de un movimiento electoral, que recoge demandas, canaliza emociones, esperanzas y deseos, para traducirlos en acciones, instituciones, modos de hacer, conceptos, marcos de referencia, políticas, programas, campañas, entre tantas cosas.
Ahora bien, un proceso histórico se desenvuelve en múltiples campos, siempre en tensión; en México, por ejemplo, los problemas de las desigualdades sociales se entremezclan con los derivados de las transformaciones recientes, como la reforma educativa, los megaproyectos, las minerías, los de seguridad, desapariciones, agua y derechos humanos. Solo para citar los más relevantes en este momento.
Las tensiones en los campos se tienen que gobernar; es decir, dirigir, controlar, administrar y/o resolver. Si el gobierno compartiera la anterior dirección general de esos procesos, que llamamos racionalidad neoliberal, entonces únicamente se trataría de administrar los conflictos; esto se logra con represiones, compras de voluntades, amenazas, desconocimientos, negativas o con algunas concesiones, según sea el caso.
El problema aparece cuando el gobierno dice no compartir este modo de pensar y actuar, se declara anti-neoliberal y tiene que encarar los viejos problemas, más los problemas de la gestión neoliberal, más los problemas de su propia gestión.
Aquí las dificultades son mayores. Por ejemplo, es evidente que la denominada mafia del poder hará hasta lo indecible para bloquear, obstaculizar y denostar al gobierno de AMLO. Es lógico: cualquier fuerza política que ha medrado durante decenios va a resistirse a todo. Eso es obvio; por tanto, debe estar contemplado en las acciones gubernamentales que eso ocurrirá. Desmantelar las bases materiales y comunicativas de esa fuerza debe ser un objetivo no solo del gobierno, sino del llamado movimiento de transformación nacional. No tener eso en cuenta es una debilidad estratégica mayor.
Las dificultades, entonces, son mayores; se trata de cuestiones muy, pero muy complicadas, porque la 4ª. T debe responder a las demandas y a los problemas de la vida de la población, pero también enfrentar a la mafia en todos lados y cambiar las condiciones, los modos de plantear problemas, de atenderlos y de fijar otros objetivos. Es decir: tiene que lidiar con la cotidianidad, con las fuerzas de la mafia y cambiar la racionalidad neoliberal. ¡Un desafío mayúsculo! Nadie puede pensar que algo así será fácil de lograr.
Una y otra vez enfrentará problemas. No solo de los adversarios, sino también de la población que exige respuestas. Y las dificultades son muchas. ¿Cómo podrá cambiar las condiciones en que se atienden los problemas con personajes provenientes del PRI, PAN, PRD, MC del PES, o de la antigua izquierda reconvertida, sin experiencia, conocimientos y capacidades de gobierno? Es un tema muy conocido: ¿cómo gobernar en la 4ª. T si traen consigo las formas de pensar y actuar, y reproducen todos los vicios de los gobiernos anteriores?
Así encontramos a gobernadores, senadores, diputadas, síndicas de la 4ª. T en todo el país que se comportan exactamente igual que sus predecesores. Ejemplos sobran, para qué insistir en ello.
El mayor problema, sin embargo, es el asunto de la prudencia -vamos a llamar así, como en los antiguos manuales de gobierno, a la disposición de recursos para plantear y resolver dificultades estratégicas-.
Nos explicamos: AMLO quiere encabezar la 4a.T, dice que es anti-neoliberal, pero sus estrategias gubernamentales reproducen puntualmente la lógica de sus antecesores. Nada hay distinto en el manejo de la deuda, la fiscalidad, el presupuesto y los megaproyectos. ¡Nada! Incluso ha perfeccionado los mecanismos de disciplina salarial, ha establecido programas de atención a la pobreza neoliberalmente concebidos, como esas becas individualizadas, como el control del gasto público imponiendo topes y uniformando a la baja salarios y prestaciones.
En materia económica, su programa no se diferencia en nada del de los anteriores gobiernos del PRI y el PAN. En términos de seguridad tampoco; más aún, lo que no hicieron los anteriores lo ha conseguido él: una Guardia Nacional dirigida por miembros de las fuerzas armadas, por ejemplo. Lo mismo en los megaproyectos: un tren en la última selva; un aeropuerto en zonas vulnerables; un corredor trans-ístmico. De la reforma educativa ni se diga, no la modificó, solo quitó algunos de sus aspectos más agresivos, otros los profundizó.
¿Por qué lo hace? ¿Cuál es la lógica de todo esto? Dice que busca crear condiciones para detonar la inversión privada, empleos y dinámicas de crecimiento económico regional que impulsen el desarrollo nacional. Eso es lo que dice. Una vieja lógica, nada nueva, que ya ha mostrado sus límites durante muchos años.
Y si es la misma racionalidad anterior, ¿por qué suponer que sus resultados serán distintos; más aún cuando son los mismos inversionistas que durante tantos años le impidieron llegar al gobierno? Peor: con las mismas restricciones: presupuesto atado a la deuda; infraestructura gubernamental deplorable; amenazas y jaques permanentes del capital a sus proyectos y acciones anticorrupción, etc.
El problema estratégico es que sigue preso de las decisiones del capital, que una y otra vez amenazará con generar disturbios macroeconómicos (especulación, salida de capitales, inflación); pero también políticos (denuncias, amparos, cuestionamientos, campañas mediáticas y digitales). Al mismo tiempo, su relación con los movimientos y la población que lo llevó a la presidencia se resquebraja por la prioridad programática del capital en sus acciones, por la continuación de las mismas políticas y programas que enfrentan los movimientos sociales; por el deterioro de los niveles de ingreso nominal y real, de las condiciones laborales y las expectativas de sectores universitarios, magisteriales, comunitarios, de derechos humanos, de previsión social, etc.
En resumidas cuentas: el gobierno de AMLO propone cambiar la racionalidad neoliberal pero la sigue puntualmente, para no dar excusas al capital y a la mafia del poder que generen disturbios macroeconómicos y políticos, pero estos no confían en él, lo tratarán de descarrilar de todos modos. Al mismo tiempo, sus apoyos naturales -los movimientos sociales, por ejemplo – están siendo golpeados y decepcionados por las acciones presupuestales, de infraestructura, seguridad y atención a necesidades cotidianas; pero también por un cúmulo de representantes populares y autoridades gubernamentales que tampoco están resolviendo los problemas cotidianos de la población, mucho menos planteando las cosas de otro modo.
En una súper síntesis: AMLO se está jugando el destino de la 4ª. T con un discurso de ruptura, mientras mantiene la racionalidad neoliberal en su gobierno, lo que garantiza negocios a la mafia del poder (a unos más que a otros, ahí está como prueba, el salto monumental de la fortuna de Salinas Pliego en pocos meses), al tiempo que enajena los apoyos de la población que lo llevó al gobierno.
AMLO prudentemente no se quiere enfrentar con el capital ni con Trump, pero sus acciones están distanciándolo de quienes lo llevaron al gobierno, mientras la mafia del poder afila sus armas cada vez más.
Este es el límite y la definición misma del populismo gubernamental: un discurso de ruptura, mientras mantiene la lógica neoliberal de sus programas, se aleja de sus apoyos populares y sigue preso de las condiciones estructurales del gobierno mexicano: el capital, los gringos, las mafias, los conceptos neoliberales y las prácticas de la corrupción.
Nadie dijo que iba a ser fácil; lo entendemos perfectamente. Pero ojalá AMLO y su gente entiendan que el problema básico es no alejarse, sino responderle a los 30 millones que votaron por él con la promesa no de un buen gobierno y combate a la corrupción solamente, sino de cambiar las condiciones, los conceptos y los modos de gobernar.
¡No lo está haciendo!, ¡no lo puede hacer mientras siga preso de las mismas concepciones anteriores! No lo puede hacer si sigue el modelo bonapartista, es decir, el del gran decididor en las tensiones sociales; no lo puede hacer con las fuerzas que tejió para llegar al gobierno (Romo, Urzúa, Monreal, los ex priistas, los panistas, entre tantos otros).
Mientras tanto, el capital y la mafia del poder, siguen afilando sus armas…
Ante esto, callar no es una opción; cuando la izquierda le deja la crítica a la derecha, esta siempre gana; cuando los movimientos se alejan de sus demandas y sus principios, siempre pierden. A AMLO podemos ofrecerle algo más valioso que el apoyo y el voto: la crítica. Ojalá y sus seguidoras lo entiendan y alcen su voz cada vez que comprometa la 4ª. T en pos de alianzas momentáneas con aquellos que no dejarán pasar la oportunidad de preparar su defenestración.
Por el bien de todos, AMLO debe escuchar a la crítica, es un buen consejo de método. No toda es de fifís y de conservadores, no todo desacuerdo se reduce a eso. Peor aún: al pensarlo así, él mismo se vuelve cada vez más un conservador fifí.
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