Por: Júlio Fisherman. Iberoamérica Social. 05/07/2018
Como otro capítulo infame de este proceso, el ex-presidente Lula fue encarcelado en abril de este año. Lula es definitivamente un preso político.
Brasil vive bajo el signo del golpismo y del estado de excepcion desde que la presidenta Dilma Rousseff fuese destituida de su cargo en abril de 2016 en una maniobra casuística, ilegítima e ilegal. El monopolio golpista (medios hegemónicos, capital rentista, oligarquías territoriales y una casta judicial ávida de poder y distinción) desborda por todos lados los fundamentos y las perspectivas de una inserción soberana del país en el escenario global, destruyendo también las posibilidades para un desarrollo humano capaz de enfrentar las abismales desigualdades, las asimetrías que guardan estrechos vínculos con el brutal pasado esclavista.
Como otro capítulo infame de este proceso, el ex-presidente Lula fue encarcelado en abril de este año. Lula es definitivamente un preso político. Fue llevado a la cárcel como producto de una condena engañosa, originada en un proceso plagado de ilegalidades, arbitrariedades y carente de pruebas sólidas. Será mantenido alli porque las encuestas indican que es él el candidato favorito para vencer en las elecciones de octubre de este año. Todo esto ocurrió en una velocidad inaudita para todos los patrones del poder judicial brasileiro y con el clamor abierto e ininterrumpido de un medio hegemónico que ya hace tiempo abandonó todo tipo de conducta ética, asumiendo la función de gremio político/partidario.
Aunque sea un político de sesgo conciliador, reformista, Lula pasó a ser encarado como un riesgo inaceptable para los planes del consorcio golpista que espera elegir un candidato definitivamente aliñado con el ideario neoliberal, como Macri lo fue para Argentina. El teatro electoral funcionaría así para afirmar que, desde la elección en adelante, el país ingresaría en un nuevo ciclo de normalidad y pacificación, discurso que, sin embargo, solo será vendido en caso de que el candidato a ser ungido por esa cofradía venza el pleito. Retirar a Lula de la disputa electoral es un paso importante, pero hay un gran riesgo aun para este grupo ya que sus candidatos no consiguen despegar, la confianza en las instituciones se evapora y la población está más atenta sobre qué es lo que representa cada quien.
Las fuerzas golpistas lideran un proyecto antidemocrático en contra de quienes viven del trabajo, los grupos minoritarios, los marginados por la pobreza y la miseria – negros en su mayoría – e inclusive en contra de los derechos civiles y humanos. Es en este contexto de ataque abierto a los derechos sociales y a las propias reglas del Estado Democrático de Derecho que se puede percibir la actual fragilidad de los movimientos populares y sociales para desempeñar un papel a la altura de la crisis que entierra al país. Falta de unidad, de organización y de movilización para mantener con vigor la guerra en defensa de una pauta mínima que cancele la escalada regresiva actual en curso.
Partidos y sindicatos del campo progresista tampoco ofrecieron ningún soplo robusto de iniciativa y contraataque. La única “salida” en el horizonte está en aguardar el mismo proceso electoral que será modulado y regulado por el estado de excepción y que deberá partir ya de la ilegitimidad con la prohibición de la candidatura Lula.
La falta de fuerza demostrada por los movimientos populares y sociales es apuntada como fruto del debilitamiento de las acciones que no fueran desarrolladas como parte de la “buena voluntad”, cuando no de la cooptación directa, expresada a través del ciclo del Partido dos Trabalhadores en el liderazgo del aparato del Estado entre 2003 y 2016, durante los gobiernos Lula y Dilma. Es cierto que el desánimo por demandas más osadas puede haber domesticado al espíritu más combativo, sin embargo eso no explica la incapacidad de responder con destreza aquello que está en juego en este momento del país. Cuando la situación es grave, los que luchan deben redoblar la obstinación y abandonar la zona de confort. Se el caso fuese apenas el de haber controlado demasiado los impulsos de combate, todo habría sido diferente. No, se trata de una desorganización y desarticulación intensa y de errores más estratégicos.
La avalancha de las ideas neoliberales encontró terreno fértil en Brasil y, allí mismo, también en la subjetividad de los desatendidos y explotados. Las actividades de politización, así como de construcción de círculos necesarios de solidaridad fueron relegadas a segundo plano por diferentes movimientos populares y sociales que no pueden alegar haber sufrido amenazas para avanzar en estos temas. Nadie se hizo cargo de la tarea y el vacío terminó siendo ocupado consistentemente por las religiones neo-pentecostales que tienen en la multinacional Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) un símbolo privilegiado…
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Fotografía: Iberoamérica Social