Por: Manuel Valdivia Rodriguez. Perú. 05/09/2017
Según la mitología griega, en las colinas de Ática vivía Procusto, hijo de Poseidón, que era un temido malhechor que fingía ser posadero. Si algún caminante le pedía posada, se la concedía, pero lo hacía echar en un lecho de hierro y luego lo ataba a él. Si el viajero era del tamaño del lecho, lo dejaba ir; si era más grande, le cortaba la cabeza a ver si así cabía en el mueble; si era más chico, lo estiraba y lo estiraba de los pies para que calzara en el lecho, aunque las más de las veces terminaba estrangulándolo.
Aunque quizás exagero, me parece que las rúbricas para la evaluación de docente son como el lecho de Procusto: iguales para todos los docentes (en el caso de la próxima evaluación para más de cinco mil docentes de educación inicial) Todos serán evaluados con ellas –es decir con la misma medida- en sesenta minutos o poco más. Los que calcen con las características de las rúbricas, seguirán en las aulas.
Habrá, sin embargo, muchos maestros de mayor estatura profesional, con mejor calidad de trabajo que el esperado en las rúbricas; no se les cortará la cabeza, pero sus méritos superiores serán ignorados. Y probablemente habrá maestros que no alcanzarán a la medida, no necesariamente porque sean deficientes sino porque el día de la evaluación –y tal vez todos los días- intervendrán muchos factores que dificultan un desenvolvimiento digamos normal. Si eso sucediera, se tratará de “estirarlos” con alguna acción de capacitación, que probablemente será igual para todos porque difícilmente se podrá atender específicamente los lados febles de cada uno.
Lo que digo puede parecer una caricatura; pero lo comparto porque estoy convencido de que hay otras formas de evaluación del desempeño docente que pueden ser mejores que la prevista. Hay que buscarlas e implementarlas para llevar a cabo un proceso tan importante como la evaluación el ejercicio docente, evaluación que no debiera ser esporádica sino permanente.