Por: Alberto J. Olvera. Investigador de la Universidad Veracruzana. 06/01/2019
La dimensión subnacional está ausente del análisis sobre las perspectivas del nuevo régimen. En México seguimos pensando que el gobierno federal define en su totalidad el campo político nacional. Si bien es claro el carácter centralista y presidencialista del proyecto de AMLO, las capacidades administrativas y políticas del gobierno federal son escasas desde el punto de vista territorial, y no avanzará mucho sin el concurso de los gobiernos locales, máxime cuando se parte de una extrema fragmentación del poder.
Sin embargo, la mayoría de los gobiernos estatales siguen bajo control del PAN y del PRI, y es de asumirse que la relación de éstos con el gobierno federal será a la vez oportunista y conflictiva. Para convertirse en partido hegemónico en los próximos años, Morena necesitará demostrar que puede gobernar localmente de una manera eficaz y diferente a los otros partidos. Morena ganó las gubernaturas de cinco estados, pero esta fuerza electoral no se ha traducido en movimientos locales con el potencial de refundación que porta López Obrador. Veracruz, Tabasco, Chiapas, Morelos y la Ciudad de México constituyen un gran capital político. Pero, con la excepción de la CDMX, en los demás estados hay profundas limitantes para que Morena pueda significar realmente un cambio político trascendente.
En Tabasco, Morena es una síntesis del viejo PRI. El gobernador Adán Augusto López era un operador del antiguo enemigo acérrimo de AMLO, Roberto Madrazo, y su gabinete es una colección de cuadros provenientes de gobiernos priistas anteriores. Los escasos militantes de base de Morena quedaron casi completamente desplazados de los puestos de poder. En Chiapas, Morena es una sombra cuyo triunfo se debió en gran medida a la operación política del Partido Verde, cuyo gobernador saliente, Manuel Velasco, ha sido recompensado de diversas maneras.
En Morelos, Cuauhtémoc Blanco es una figura decorativa detrás de la cual gobierna una coalición de políticos oportunistas con diversos orígenes partidarios, todos bajo el manto protector del líder del partido confesional Encuentro Social, Hugo Éric Flores Cervantes, quien logró ser nombrado superdelegado del gobierno federal en la entidad.
Veracruz es el único estado donde Morena se formó en 2013 desde la base y sin el protagonismo de políticos reciclados. Al igual que en el resto del país, López Obrador obligó al grupo fundador a aliarse con políticos provenientes de todos los partidos, siempre y cuando tuvieran presencia territorial y redes propias. Así, Morena podría rápidamente cubrir el complejo y diverso territorio veracruzano en su totalidad. Este pragmatismo condujo a que las bancadas de Morena en las Cámaras de Diputados federal y locales se conformaran mayormente con personajes sin trayectoria en la izquierda.
El líder de Morena en el Congreso de Veracruz es un antiguo vendedor de automóviles que ha pasado por el PRI de Fidel Herrera y por el PAN de Yunes antes de su conversión súbita al morenismo. El gobernador Cuitláhuac García es un ingeniero sin experiencia administrativa, sin carisma y sin capacidad de liderazgo político. Su gabinete tiene un bajo perfil, y al mismo tiempo un gigantesco reto, pues tiene que gobernar un estado que sufre una crisis fiscal gravísima, una economía estancada y una violencia estructural y criminal que ni siquiera el ex gobernador Yunes pudo controlar.
Difícilmente se puede construir un nuevo régimen con cuadros provenientes del viejo orden y políticos faltos de experiencia y liderazgo. Suplir esa debilidad mediante un gobierno hipercentralista es una quimera, pues no hay capacidad disponible en el nivel federal ni para enfrentar sus propios retos. La debilidad del Estado local puede ser el talón de Aquiles del nuevo régimen.
Fotografía: imagendelgolfo