Por: Fidel Quiñones Marín. 19/12/2017
En el televisor se reproduce el anuncio patrocinado por el INEE: “Con la participación de los maestros, replanteamos el proceso de la evaluación del desempeño docente haciéndolo más cercano a su contexto y fortaleciendo la formación continua. Con la evaluación docente contribuimos a la construcción de una educación sólida y de calidad. Evaluar es para mejorar. Instituto Nacional de Evaluación Educativa”. Así se recibe el mensaje oficial se reproduce en los hogares mexicanos y la audiencia asume que verdaderamente los maestros han participado en el replanteamiento del proceso de evaluación, que ahora ya es más cercano al contexto y que se construye una educación de calidad como lo mandata el artículo 3 constitucional.
Para quienes se sienten afortunados por la designación a la evaluación del desempeño docente, la emoción comienza con la llegada de un correo electrónico (Etapa 0), donde los representantes del Servicio Profesional Docente comunican que es momento de ejercer el derecho a la evaluación (y como derecho no se puede renunciar a él). Como un lejano y gris recuerdo quedan los mensajes mediante los cuales los exsecretarios de educación pública señalaban: “el que no se niegue a la evaluación se va”, “el que se ofende al presidente” o “es un derecho de los maestros someterse a la evaluación”. Luego, el ritual continúa: hacer manifiesto el privilegio de participar en la evaluación, recibiendo la comunicación de los representantes sindicales para asegurar que han sido notificados y la visita de la autoridad inmediata superior con el correo impreso para verificar que ninguno de los seleccionados quede fuera de tan importante faena evaluativa.
Posteriormente el Informe de responsabilidades profesionales (etapa 1), es otra evidencia de la buena disposición de los maestros comprometidos con la evaluación. No le inquieta que la suma de ambos informes (personal docente y del director) sólo represente el 3% del puntaje mínimo global para resultar suficiente, ya que es un puntaje adicional, y en el peor de los escenarios, contribuiría a incrementar su puntaje global, es decir 3% que exorciza al fantasma de la insuficiencia. Así de bondadosa es la Reforma, ya la había augurado el presidente de la república.
Con el proyecto de Enseñanza (etapa 2), los docentes comienzan a afrontar las tareas evaluativas. Aquí, la contextualización de la evaluación del desempeño se caracteriza por empoderar al maestro con la evaluación: es él quien describe su contexto para ponerlo en relación con la planificación del proyecto de enseñanza, es él quien desde su realidad potencia las estrategias, los recursos disponibles y su estilo de enseñanza para construir ambientes de aprendizaje. En resumen: el docente es el que realiza la contextualización. Atrás queda la preocupación de la falta de actualización por parte de la secretaria, la mala infraestructura del aula y de la escuela, la escases de materiales, la inasistencia de los alumnos, la falta de libros de texto para el docente, la falta de ambientes alfabetizadores en el hogar y en la comunidad, la mala imagen construida por los reformadores, etc., todo queda superado por la buena actitud del docente para comprometerse con los usuarios del aprendizaje, para favorecer el deseo de aprender y para buscar ser idóneo por méritos propios. Méritos que lo colocan sobre la desgastada figura del normalista, porque antes los maestros buscaban ser profesionales (condición que lo pone “out” de la transformación educativa), ahora los maestros buscan ser idóneos (la condición “in” de la tranformación)
Posteriormente, la etapa 3, el examen de conocimientos y habilidades didácticas, dónde se evalúa el manejo de conocimientos disciplinares y habilidades para mejorar la práctica y fortalecer su función. ¿A través del examen el docente se fortalece? La respuesta inmediata de un maestro convencido es que con su sola presencia en la sede de evaluación, demuestra a la sociedad y a la patria, que no tiene, no tuvo, ni nunca tendrá “miedo a la evaluación”. Que la resistencia a la evaluación es sólo una representación de quienes no están interesados en el bienestar de México. Pero lo más importante, es la reflexión que el docente realiza antes, durante y después del examen, para no cuestionarse sobre la idoneidad del examen, sobre el organismo evaluador contratado o sobre la falta de retroalimentación, porque debe comportarse como un evaluado ejemplar.
Al finalizar el proceso, el docente evaluado ha demostrado, como lo expresara el nuevo secretario de educación pública, que la reforma goza del respaldo de los maestros y maestras de México, y leyendo a Narciso Bassols, comparte el mandato: “Mucho puede esperarse de la laboriosidad, de la honradez y de la adhesión de los maestros al programa educativo de México”. En este escenario, no le inquietan los ajustes presupuestales, ni la línea de corte para la asignación de los estímulos de desempeño. Si la fórmula de la idoneidad así lo determina puede acceder al 35% de aumento (“porque que nadie te lo regala hoy en día”), en caso contrario, puede demostrar que no se evalúo por el interés en el incremento salarial, sino por mejorar los procesos de aprendizaje, ser un mejor trabajador de la enseñanza (laborioso y honrado), que se mantiene atento al derecho de los niños y niñas a una educación de calidad.
Así espera los resultados y expresa su orgullo por cumplir en tiempo y forma con el ritmo del proceso de evaluación.
Fotografía: elintrusodigital