Por: Jorge Salazar García. 15/02/2017
El Ser humano es un ente biológico orientado genéticamente para la acción; lo contrario (la inactividad) denota lo anormal; desde la edad temprana, apenas puede coordinar movimientos, se ocupa buscando instintivamente su satisfacción vital. Después, cuando las necesidades de sobrevivencia están satisfechas usa su tiempo para descubrir el entorno y su propio ser. Durante este proceso conoce y utiliza el juego, convirtiéndose éste en su ocupación primordial, incrementando sus saberes y habilidades. Si el niño no juega y permanece pasivo, contrario a su naturaleza, seguramente padece un desajuste en la salud. Lo primero que pierde al no jugar más consigo o con otros, es la sonrisa; después, deja de comer y se entristece. Es decir, el infante se sumerge inconscientemente en un estado creciente de pérdida: se aísla, disminuye su apetito y los deseos de correr, brincar y gritar. Podría decirse que pierde las ganas de vivir. El remedio llega, generalmente, con los cuidados que le brindan sus familiares hasta que el niño nuevamente comienza a jugar y sonreír: ¡Recupera su equilibrio físico-emocional!
En el joven, esa tendencia de actividad vital se desahoga por medio del deporte y el estudio, básicamente. Cuando se es adulto y no se pertenece al grupo de poseedores de los medios de producción, esa predisposición natural para la acción se cumple, principalmente, mediante el trabajo enajenado…Pero si aquel es libre y consciente, además de generarle ingresos para cubrir las necesidades propias y de la familia, le permite avanzar en su desarrollo personal. Ahora, independientemente del monto del pago percibido y de la actividad desarrollada, la persona, al estar empleada de manera permanente y segura, crea el estatus social necesario para su estabilidad emocional.
¿Qué sucede cuando no se tiene empleo?
Aunados a los problemas de orden económico, familiar y social surgen los de tipo psicológico que dislocan el frágil equilibro existencial que esta sociedad del consumo permite al trabajador. Los trastornos y su gravedad, por supuesto, dependen de varios factores, tales como la edad, si tiene esposa e hijos, el nivel de estudios, nivel socioeconómico, etcétera. Sin embargo, todos los solicitantes de empleo, cuando no lo encuentran, padecen estados de angustia y ansiedad, principalmente. Al no ver satisfechas sus expectativas (servir, realizar sus metas, ocuparse, conocer nuevas personas, poner en práctica y compartir lo que sabe), se sumergen en la frustración hasta afectar seriamente su autoestima, viviendo en el miedo y temor constante. La persona pierde la alegría, le invade la tristeza y puede caer en la depresión en algunos casos; en otros, esta expulsión o rechazo del sistema de mercado, genera resentimiento acompañado de envidia, rencor y agresividad hacia quienes si tiene empleo. Estas emociones destructivas distorsionan el sentido de vida, amargan al sujeto y descarrilan su existencia, hasta convertirlo en un enfermo crónico, un delincuente o un paria social.
En la era de la Globalización y libre mercado, el Estado se pone al servicio del gran capital para inducir el desempleo creando reservas de mano de obra barata y rompiendo el tejido social. En países sometidos a estas políticas como el nuestro lo hacen a través de la inversión pública: dejan de crear fuentes de trabajo para los jóvenes que ingresan al mercado laboral y, si esto no es suficiente entonces realizan “ajustes” y recortes de personal.
Otras fuentes del desempleo, como la eliminación de subsidios al campo, flexibilización de las leyes de protección laboral, la competencia desleal (supresión de aranceles a productos extranjero subvencionados en su país de origen), cierre y privatización de empresas paraestatales y la deportación de mexicanos, muestran claramente cuan eficiente y perverso puede ser el sistema para mandar y mantener en la calle a millones de mexicanos con todo y sus familias.
Hoy de acuerdo a datos del INEGI (Instituto de Estadística y Geografía) las personas económicamente activas (mayores de 15 años) son 58.3 millones y, de estas, están desocupadas 1829200 (3.4 %). Sin embargo, como siempre manipulan las cifras, habría que sumar 4.4 millones de subempleados (ENOE)[1] , los campesinos expulsados del campo, los despedidos y los deportados, lo cual rebasaría fácilmente el 10 % del PEA[2]:
Desde el momento que el precio de la mano de obra y la creación de empleos, se deja a las “leyes de mercado” se está ejerciendo una política inhumana, puesta al servicio de quienes poseen el capital. El Estado, al abandonar su responsabilidad de brindar equidad de oportunidades, garantizar seguridad y justicia social, se convierte en un infame torturador cuyo objetivo es quebrar la voluntad del torturado (trabajador). De este modo, al destruirle su autoestima y paralizarlo con el miedo lo deja indefenso a merced de la codicia, para anular su resistencia y provocar se auto culpabilice de su estado.
¿Salida? Siempre las hay: globalizar la solidaridad y la resistencia por medio de las autonomías y la autogestión económica de quienes desean vivir con dignidad.
[1] Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo.
[2] Población Económicamente Activa.