Por: Jorge Salazar. 15/10/2016
¿A dónde iremos donde la muerte no exista?
Mas, ¿por esto viviré llorando?
Que tu corazón se enderece:
Aquí nadie vivirá para siempre.
(Netzahualcoyotl: 1402-1472)
Se aproxima una de nuestras más bellas tradiciones de nuestro México: Los Días de Muertos. Ya se empiezan a ver los frutos de temporada. En los mercados populares se mezclan los olores y colores de guayabas, duraznos, calabazas, tejocotes y plátanos. Y, no obstante los miedos por la inseguridad imperante, la gente recorre en los tianguis sobre ruedas los múltiples puestos que ofrecen esas y otras delicias naturales. La vida se pasea por los pasillos y corredores para recrearse frente a los vendedores que atienden con alegría, diligencia hasta con cierta picardía a sus marchantes, quienes regatean hasta conseguir el precio “justo”. Los niños y jóvenes que acompañan a sus familiares adultos, paladean golosinas o manipulan celulares; algunos ayudan con la carga de las bolsas y observan sorprendidos las transacciones realizadas.
En pláticas de café, lugares de reunión y encuentro se escuchan rumores sobre el advenimiento de esta tradición, declarada Obra Maestra del Patrimonio Cultural (Oral e Inmaterial) de la humanidad por la UNESCO en el año 2003 (Organización de la Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura).
La fuerza que aún tiene en el campo y en las ciudades se ha venido debilitando por la introducción (nada inocente) del Halloween (31 de octubre) gringo confundiendo a las nuevas generaciones teleadictas y deformando su profundo significado humano. Esta costumbre, practicada principalmente por las comunidades indígenas de nuestra Patria nos da identidad y arraigo en el Mundo, como Nación. En cambio el Halloween, costumbre de origen celta, (dia de todos los santos) adoptada y modificada por los gabachos para explotar su rica vertiente comercial, nos enajena e induce a menospreciar lo nuestro. Poco a poco se va convirtiendo en la celebración sustituta de los “Días de Muertos; sobre todo, en los jóvenes, quienes sienten más divertido conmemorar “la noche de brujas” con bailes de disfraces (momias, vampiros, arañas, brujas, diablos, zombies,…) que organizar bailes de calaveras y elaborar altares.
Para hacer posible este despojo de identidad cultural, se difunde una profusa publicidad desde los últimos días de septiembre en los centros comerciales y medios masivos de comunicación, promoviendo el consumismo estúpido, el culto a la magia negra y la superstición que deforma personalidades y valores.
Desde la firma del Tratado de Libre Comercio, en 1994, los políticos del PRIAN y los norteamericanos consideraron como un lastre para el desarrollo neoliberal de salvaje competencia la soberanía y la identidad nacionales. Se llegó incluso a proponer desde entonces eliminar la Historia de México y reducir presupuesto a la Cultura, tal como se ha venido haciendo y lo ha estado insistiendo el sargento Nuño (Secretario de Educación Pública).
Afortunadamente, debido a la declaración de la UNESCO y a la constante resistencia de millones de mexicanos, seguimos celebrando la fiesta por la vida (que eso son los Días de Muertos) en pueblos y comunidades, principalmente. Sin embargo, el Halloween avanza desde las escuelas particulares y desde los programas de televisión, produciendo esa confusión de identidad que genera esquizofrenias en la niñez y juventud mexicanas, relegando nuestra bella tradición a museos y casas de cultura.
¿Cuáles son las razones que permiten afirmar lo anterior? Para contestar esta pregunta es necesario realizar una comparación analítica de ambas fiestas; describir con la mayor precisión posible los eventos y actividades que nacen de aquellas y, sobre todo, citar opiniones de expertos, tales como psicólogos, sociólogos y antropólogos, por lo menos. Pero eso se hará en el siguiente artículo.
Fotografía: Internet. Sin Autor visible.