Por: Marianicer Celina Figueroa Agreda. 18/03/2018
Hacer ciencia, como mujer heterosexual venezolana, clase media, activista-colaboradora de varios movimientos sociales, consciente de las desigualdades naturalizadas que trae consigo la presencia del sistema patriarcal/colonial que promueve un ‘Poder Sobre’, y de la necesidad de una permanente vigilancia epistémica como ejercicio ético para rescatar nuestra verdadera esencia como personas EcoPersociales que somos, es el principal lugar de enunciación desde donde escribo estas reflexiones.
Escribo también reconociendo que en tiempos de oprimidas(os), oprimiendo, como así lo distinguí conjuntamente con Carla Caballero y Maribel Ochoa de AbacoenRED, sabemos que lo absoluto en tanto realidad única, se desplaza, y por ello es importante reconocer y recordar que la comunicación jerárquica y dicotómica como espacio de poder y de subyugación de los cuerpos, no la hacen solamente los hombres. Por eso toda la diatriba de las feministas decoloniales por terminar de romper la bina sexo-género, porque el cuerpo sexuado de la mujer no nos vacuna de una, para tener disposición a la escucha y a la comprensión del otro/otra y lo otro/otra, ni para desterrar de nuestra mente y de nuestras palabras las prácticas y el lenguaje naturalizado que discrimina, excluye y deshumaniza a quienes se sitúan en o fuera del borde de lo políticamente correcto, en tanto clase social, realidad científica, ideología, orientación sexual, religión, etc.
Este ‘poder absoluto’ de lo patriarcal/colonial hoy día se mantiene de forma sutil y silenciosa a través de ritos, tradiciones, leyes, juegos, lenguaje, costumbres, ceremonias logrando que muchas concepciones y prácticas se hayan Naturalizado, Normalizado y vistas como Necesarias, cualidades definidas como las 3 N por nuestra colega Tannia Falconer (2017). Por ello al hablar de los paradigmas instituidos que seguimos reproduciendo sin cuestionar, toca dar cuenta y mantenernos despiertas(os) ante los patrones de relación de sujeción inicial en torno al poder, al saber y a ‘Ser’ tal como lo han advertido los estudiosos del pensamiento decolonial y el giro decolonial, sea en el ámbito de las relaciones humanas, en nuestra relación con los otros seres vivos y en las propias prácticas científicas de quienes siendo mujer asumimos hacer investigación.
Las primeras reflexiones que suelen generarse cuando se aborda el tema de género en la carrera científica y tecnológica hacen referencia a temas de paridad de hombres y mujeres en este campo, dada la histórica subestimación de las capacidades científicas de las mujeres. Sin embargo si se analiza la tendencia hoy en día a favor de las mujeres en cuanto a número de egresadas en el subsistema de educación universitaria venezolana, así como también de quiénes forman parte del Programa Estimulo al Investigador en la actualidad en este país, pareciera que la discriminación formal de la mujer en el ámbito académico científico es cosa del pasado.
La mirada critica a la realidad nos hace ver que el análisis tanto del ámbito de formación en los que están egresando las mujeres en la educación universitaria, de las cifras de participación de las mujeres en los espacios de toma de decisión y de liderazgo en las instituciones académicas y científicas, los guiones de actuación que han tenido que asumir para una vez dentro de éstas instituciones, ganarse la autoridad y el respeto para ascender en la carrera científica según el sistema meritocrático y jerárquico que para ello han definido los hombres, dan cuenta de la presencia naturalizada del patriarcado como un sistema colonial del ser históricamente instituido, estructurado y existente en este ámbito. Si bien la cultura patriarcal moderna colonial, de la cual el androcentrismo es hijo, tiene manifestaciones micro que se ven, se cuestionan, se discuten y se rechazan, su ideología como habitus[1] desde donde se edifica el accionar científico y se construye su discurso, permanece de forma arraigada, naturalizada e incuestionable, a través de micro-prácticas, percepciones y modos instituidos que desestiman, desvalorizan y discriminan no sólo a la mujer sino a aquello que se vincula culturalmente con lo femenino tal como lo es la colaboración, lo encarnado, la solidaridad, la aceptación de múltiples ángulos de mira, lo subjetivo, entre otros conceptos-valores asociados a lo matrístico y que para la ciencia androcéntrica y su correlato en los ámbitos académicos, no solo no poseen el menor valor científico, sino que posicionarse de una forma otra, se visibiliza como amenaza y no como modos alternativos que no dejan de ser caminos en los que la ciencia cobra vida.
Parto de la idea bourdeliana que las experiencias de adaptación de los seres humanos conllevan procesos de aceptación de hábitus, que a través de sutiles mecanismos de dominación simbólica[2] ejercen violencia de manera camuflada, manteniendo a los dominantes como dominantes y a los oprimidos como oprimidos. En el caso del Patriarcado como sistema histórico instituido culturalmente, explica, construye y legitima relaciones de desigualdad entre mujeres y hombres a favor de estos últimos, cuyos sustentos iniciales reseñados por Lerder, Gerda en su texto “El origen del patriarcado”, partieron de las diferencias anatómicas incuestionables entre ambos sexos en los que se reconoce ¿la superioridad? corporal del hombre, para posteriormente ampliarse y legitimarse en la sociedad occidental a partir de la apropiación masculina de la capacidad sexual y reproductiva de las mujeres, así como por su posterior protagonismo para dominar los medios de producción, definir la división sexual del trabajo, e instituirse como el actor principal en la acumulación del capital y la defensa del mismo en tanto conceptualización de los bienes y servicios como propiedad privada. Tal como lo señala Diana Coblier (2006) dado que la base biológica es diferente, el hombre es quien empieza a cazar, a pescar, a guerrear, a manejar ciertos instrumentos, a manejar el poder y a manejar el dinero. “…y termina manejando hasta el auto. Manejando todo. Desde lo macro a lo micro, es el hombre, y a partir de una diferencia biológica (fuerza física), quien empieza buscando el sustento y termina con poder absoluto”.
Si bien a partir de estas construcciones metafóricas que se encuentran en las raíces de los sistemas simbólicos de la civilización occidental, históricamente el patriarcado ha naturalizado la subordinación de las mujeres ante los hombres y por ende naturalizado e invisibilizado su condición de oprimida, hoy en día también genera, mantiene, agudiza y recrea formas otras de dominación y discriminación que trascienden a la bina mujer-hombre para ampliar la distinción de superioridad y exclusión según la clase social, la raza, la religión, la orientación sexual, la cultura, la ciudadanía, entre otras, cuyas manifestaciones en tanto estructura y superestructura de la colonialidad del poder, del saber y del ser, se presentan en todos los ámbitos sociales, incluyendo en las formas de organización de las instituciones y el nivel de las relaciones personales e interpersonales.
En ese sentido, bien podemos alertar que desterrar la concepción patriarcal, moderna y colonial de la ciencia, no solo implica en efecto generar condiciones de paridad de género para la inclusión de la mujer en el quehacer científico, sino que conlleva la des-masculinización de las concepciones y modos desde donde se ha querido escindir, objetivar, cosificar, des-historizar, universalizar y despolitizar la realidad, para con ello poder romper, hombres y mujeres, con el imperialismo epistémico, disciplinar y metodológico que termina secuestrando el conocimiento y con ello su potencialidad transformadora y emancipadora de los pueblos y por ende de la vida misma.
La alerta cobra sentido, cuando la lucha por la participación de la mujer en instituciones científicas y académicas, puede verse seductoramente subyugada por el discurso que apuesta a aumentar el número de mujeres en este campo hasta alcanzar un reparto igualitario de cargos con respecto a los hombres científicos o de alcanzar los puestos de liderazgo institucional, sin embargo hacerlo sin dar cuenta que en ese escenario “igualitario” puede mantenerse un sistema de relaciones sociales, simbólicas y psíquicas en las que se sitúa de forma diferente y desfavorable a las mujeres con respecto a los varones, sin re-semantizar la episteme científica y sus modos desde lo decolonial y el feminismo, corre el riesgo de ser ejemplo de una dominación simbólica que suma la fuerza de trabajo de las mujeres a las prácticas de la ciencia androcéntrica que reproduce, legitima e instaura relaciones de dominación y opresión.
Desde esta perspectiva, pensar en la forma de re-escribir y re-situar el quehacer y el discurso científico desde mi cuerpo encarnado mujer, implica en palabras de Alda Facio, aclarar que el mismo no se circunscribe a luchar por el derecho de las mujeres a tener el sitial académico científico que se han abrogado los hombres, sino a cuestionar profundamente y desde una perspectiva emergente, todas las estructuras de poder, incluyendo, pero no reducidas, a las de género. Es de hacer notar que cuando se habla de feminismo, como movimiento social, pero también como teoría crítica desde donde sentipensar[3] la ciencia, se alude a cómo hackeamos el estamento económico, político-social y cultural que privilegia y perpetua el hábitus que otorga y legitima el poder de unos cuántos hombres sobre la mayoría de los seres humanos, afectando históricamente, de manera indiscriminada, a la pachamama y a hombres y mujeres, niños, niñas y adolescentes que quedan relegados a la subordinación, opresión y y a la discriminación, por diferentes condiciones y situaciones.
En consonancia, creemos que la ciencia otra a la que apuesto desde mi cuerpo encarnado mujer, implica múltiples aspectos sobre los cuales apenas me atrevo a compartir en voz alta tres ideas fuerzas, que en forma de antídotos indiscretos y necesarios , hecho al viento como alternativa al hábitus científico patriarcal moderno/colonial:
- Sobre la objetividad del hecho científico: Una característica central de la producción de conocimiento colonial moderno patriarcal, entendido este como aquel conocimiento que los hombres de una clase, posición ideológica y una raza dominante han querido universalizar como conocimiento, es la condición neutra de la ciencia y por ende del sujeto cognoscente que investiga, lo que fortalece la pretensión objetivista con la cual se cree y valoriza que el quehacer científico genera un conocimiento lógico, riguroso, objetivo, independiente de quien investiga y del contexto social e histórico al que pertenece, y con ello formas universales, cartesianas y absolutistas, con las que debe leerse y organizarse la totalidad del mundo.
Esta perspectiva implica dar cuenta de la distinción cartesiana que escinde sujeto y objeto, y que Donna Haraway le atribuye a la tradición analítica aristotélica y al patriarcado capitalista blanco cuya lógica produccionista se sustenta en formas de conocer androcentristas instauradas en la universalización y la estandarización de protocolos de creación y valoración científica, que no solo invisibiliza todo lugar de enunciación de la ciencia que se encuentra fuera de la academia, sino que sataniza todo intento que deje ver su vinculación con el entramado político-ideológico, económico y cultural y las relaciones de poder, que acompañan al acto investigativo, y por ende a quienes investigamos.
Si bien la ciencia, fue desvestida de su halo límpido y neutro con la publicación de “La estructura de las revoluciones científicas” de Thomas S. Kuhn quien señaló la importancia de los factores sociales e ideológicos en la formulación de hipótesis así como en la validación de las mismas, el quehacer científico se ha convertido en un escenario en donde los hombres en aras de resguardar su herencia y de garantizar la reproducción de las relaciones de producción, enarbolan la bandera de la objetividad en la búsqueda de la verdad, como forma de asegurar que sean las concepciones adscritas al sexo- género masculino (lo universal, lo jerárquico, el poder, el control, lo objetivo, la propiedad, la competitividad) las que impregnen el quehacer científico. Por ello los procesos para el desarrollo y validación del hecho científico no solo han estado históricamente en manos de los varones, sino que han sido diseñados epistémica y metodológicamente, desde un conjunto de mandatos sociales y creencias matrices creadas por ellos, en el marco de un acuerdo de subjetividades dentro de contextos sociales y políticos específicos, que convertidos en universales, desacreditan y des-conocen cualquier otra forma a lo instaurado como ciencia moderna, incluyendo lo que ya ha cobrado vuelo como ciencia comprometida e implicada.
Para quienes asumimos una mirada decolonial de la ciencia y del conocimiento desde el sur, creemos que el discurso que despolitiza, desarraiga y descorporaliza el hecho científico al negar su lugar y el porqué de su enunciación, se convierte en un condicionante social estructural severo que limita el desarrollo soberano científico y tecnológico de los pueblos en la medida que éste queda condicionado a las premisas y a los modos instituidos por sujetos epistémicos pertinentes (hombre, adulto, blanco, urbano, clase media alta, euroamericano, etc.) quienes históricamente han asumido el poderío hegemónico-masculino del ser/hacer ciencia/científico para con ello garantizar y refrescar las relaciones asimétricas de poder características del sistema mundo capitalista. Esta estrategia reconocida como un canon que le da forma a la colonialidad del poder desde un proyecto eurocéntrico de modernidad, bien puede tener una contrarespuesta desde la perspectiva feminista cuando se reconoce y se asume al hecho investigativo como un acto encarnado[4] y situado que rompe con el halo objetivista de la ciencia, en la medida que presenta por una parte a las y los investigadores como sujetos alineados[5], con una visible posición de género, clase social, cultura y posicionamiento político-ideológico, lo que da cuenta de una racionalidad situada y una episteme encarnada a partir de la cual se cuenta una historia para mirar el mundo desde un lugar que se visibiliza y que se reconoce signa de antemano la forma de verlo.
Por otra parte, se trata de desentrañar que el sujeto de quien se conoce, que desde la ciencia objetivada es objeto, muestra, materia prima y en el mejor de los casos informante clave, requiere ser re-conocido(a) re-afirmado(a) y des-cubierto como un(a) agente activo(a) en la construcción del conocimiento y en la interpretación, la constitución de sentido y la construcción teórica de formas otras, que sin ser ni aspirar a ser universales y absolutistas en tiempo y espacio, se convierten en contrarespuestas a aquellos significados monolíticos de la ciencia y de la historia, con claras pretensiones de dominación-opresión. Este posicionamiento que se esmigre en nombre de la objetividad y la rigurosidad científica, marcan la existencia de nuestra corporeidad y la de los pueblos de una manera tan naturalizada, que ya no logra ni sorprendernos ni indignarnos.
Con un accionar científico implicado y encarnado que conlleva en si mismo una perspectiva situada, localizada y parcial de la realidad, paradójicamente puede acercarnos a una visión más objetiva y cercana a la realidad (Haraway, 1995), cuando las y los investigadores, innovadores y maestros hacedores de ciencia y constructores de conocimiento, dejamos ver en el quehacer científico y a sus resultados, los condicionantes que nos hace ser quienes somos, pensar y actuar como investigadores(as), y por ende en analizar la realidad como en efecto lo hacemos.
- Sobre la escisión dicotómica de la realidad: El pensamiento que caracteriza la ciencia patriarcal es dicotómico entendido este como una forma de entender o pensar la realidad dividiéndola en partes o subsistemas que son mutuamente excluyentes el uno del otro. Es a través del pensamiento patriarcal dicotómico que la ciencia escinde y fragmenta la realidad en forma de distinciones o categorías que se ordenan en pares opuestos irreconciliables sin vinculación entre si, como una forma de control en el que se distinguen causas-efectos, sujeto-objeto, teórico-práctico, mercado-estado, objetivo-subjetivo, ciencia-política, ciencias duras-ciencias blandas, entre otras formas dicotómicas que en vez de acercarnos, cercan la vida, la etiquetan y con ello deliberadamente la jerarquizan identificando de forma dogmática, aquellos ámbitos, culturas, modos, razas, sexo, valores, categorías, entre otras, considerados como superiores en desmedro de aquello que se le etiquete como su opuesto.
Una de las formas dicotómicas de la ciencia moderna es la aproximación disciplinar de la realidad que se traduce en investigaciones cuyo patrón de análisis responde a una lógica binaria conservada por una larga tradición para mirar el “objeto de estudio” desde un solo ángulo de mira (una disciplina) y una sola dimensión cognoscitiva. Esta tradición históricamente ha estado vitalizada por el método científico y por la sobrevaloración de la práctica solitaria de quien investiga, cuando la realidad es que ninguna práctica científica individual o desde una sola disciplina puede acceder o captar al conocimiento como totalidad ni la complejidad de la realidad que quiere representar.
En ese marco, pensar en investigaciones del ámbito económico sin los referentes ideológicos que sustenta los modos de producción y la organización de la fuerza de trabajo, del ámbito de la salud sin el correlativo emocional de las enfermedades, o de la forma de las moléculas sin la vinculación con lo energético tal como lo viene demostrando la física cuántica, no es otra cosa que continuar, con la lógica dicotómica-binaria occidental que representa realidades socio-políticas de manipulación y dominación de manera que el poder al necesitar de un orden, el saber se lo da organizando, jerarquizando, recortando, parcelando y constriñendo la realidad que es múltiple y compleja.
Desde este marco de comprensión, el hábitus científico reconoce que quien posee el conocimiento sobre un fragmento de la realidad, posee el poder sobre el mismo y sobre quienes quieran acceder a ella, amurallando por ese motivo el fragmento epistemológico de la realidad a través de un lenguaje determinista y exclusivo de cada campo, fundado en el hermetismo y en las tendencias ontológicas, epistémicas y metodológicas que se les crea.
A pesar de los avances epistemológicos que sustentan el pensamiento complejo y con ello la transdiciplinariedad y la transcomplejidad, metafóricamente suele decirse que la vaca fue picada en mil pedazos y cada pedazo fue patentado por una disciplina. Desde esa lógica instituciones científicas importantes en Venezuela, conceptual e inclusive organizacionalmente se alejan del desarrollo de investigaciones, realizadas no solo por un(a) investigador(a) del departamento A, sino por la suma de investigadores(as) adscritos(as) a diversos centros y/o departamentos en los que esta institución está fragmentada. La trágica realidad de lo que sucede al respecto, muy bien expuesto por Perez Witzque en su articulo “El cientificismo y el individualismo cientifico”[6], da muestra, tal como lo señala la costarricense Alda Facio, que la invisibilización de la dicotomía en nuestra forma de pensar y entender el mundo, nos ha llevado a no ver por qué estamos como estamos y por ende a no poder encontrar soluciones adecuadas a los problemas que hoy enfrentamos.
Como aporte a esta realidad dicotómica patriarcal investigativa, desde mi encarnada concepción como mujer se hace necesario desplazar sentidos de manera que:
- Ante la disciplina univoca, se presente la “indisciplina transdisciplinaria” como voluntad ética de investigadores(as) de romper con las amarras propias de un solo punto de vista, desde una sola fuente de saber, sobre la realidad. Frente a la disciplinariedad, la pluri-trans-multi-inter disciplinas para aproximarnos a la comprensión compleja de los fenómenos que estudiamos;
- Frente al/la especialista en verdades uni-versales, el/la tejedor(a) de multi-versos[7] que legitimen las muchas formas de ver y atender la vida.
- Frente a la investigación controlada, la incorporación de la incertidumbre y la inseguridad en el análisis de lo que en el quehacer investigativo acontece y de él surge;
- Ante el lenguaje disciplinar, el lenguajear[8] científico como acto complejo de diálogo y conversación reconstructiva en busca de una trama de sentidos en la que se reconocen, visibilizan e integran las diferencias y con ello ejercemos un acto de reconocimiento epistemológica con el/la otro(a) encarnado(a) en las otras disciplinas.
- Frente a los criterios de rigurosidad científica de validez y confiabilidad de las investigaciones, criterios de coherencia, credibilidad, confirmabilidad participativa y subjetividad crítica.
3. Sobre la carrera del(a) investigador(a) y su valoración colonial: Las prácticas instituidas en el quehacer científico venezolano dan cuenta de rasgos patriarcales moderno/coloniales que claramente se identifican entre otros, en la adopción de indicadores para la valoración de la trayectoria de la carrera de las y los investigadores apegados a estándares de una ciencia moderna occidental que por una parte en nombre del modelo “investigación mas desarrollo” (I+D) tributa abiertamente a la acumulación de capital y reduce la creación científica a una mercancía más del mercado global y por otra, exalta el mundo vida competitivo al premiar el individualismo científico en desmedro de la investigación colaborativa.
Con respecto a los estándares de valoración de la carrera científica, a sabiendas que la aparición y el desarrollo de la ciencia moderna es consecuencia del ascenso de la burguesía que arrebató el monopolio del saber y de la cultura a la nobleza y al clero, su valoración necesariamente está signada por la capacidad que tiene de contribuir decisivamente a forjar el mundo moderno sobre la base de valores propios del capitalismo y de su capacidad de incidir en los procesos de producción y de organización de la fuerza de trabajo en función de la expansión de la lógica del capital.
Para ello el modelo “Investigación, Desarrollo e Innovación”, también conocido como I+D+i, termina valorando la calidad del quehacer científico, entre otras formas:
- por la cantidad de recursos de patrocinadores que una investigación consigue,
- por el número de patentes que de ella se desarrollen para que luego formen parte del engranaje previsto para incentivar la acumulación del capital en nombre de la propiedad intelectual y la monopolización del conocimiento, y
- por la publicación de sus resultados y el número de veces que se citen los mismos (indicador bibliométrico) en revistas extranjeras de acceso cerrado prioritariamente anglosajonas, que forman parte del sistema de editoriales privadas a las cuales las y los investigadores terminan cediendo los derechos de publicación y con ello aportando a la creciente privatización e incluso al carácter secreto de los resultados de una investigación, en desmedro de lo que por naturaleza le corresponde como es su carácter público y planetario.
Sobre el tema de las subvenciones de las investigaciones por parte del sector privado que dan cuenta de vinculo entre ciencia-sector empresarial, nos asusta haber leído del despido en el 2014 de dos reconocidos investigadores de la Escuela Mailman de Salud Pública de la Universidad de Columbia porque no habían atraído a sus instituciones suficientes fondos de subvención[9], lo que da muestra cómo en el hábitus científico occidental lo que rige son los valores del mercado, según el cual cada ser humano vale lo que tiene y, en este caso, cada investigador(a) lo que atrae a su universidad.
Por su parte, la valoración que históricamente se ha realizado a partir del conocido “Factor de Impacto” (FI) que evalúa las investigaciones a partir de la publicación de las mismas en revistas indexadas históricamente de acceso cerrado, ya en 1968, Varsavsky nos alertó de las tramas subyacentes al hecho que la unidad de medida de mayor prestigio de la carrera investigativa en el hemisferio Norte fuese el “paper”, artículo publicado en una revista científica extranjera porque las nacionales no daban suficiente garantía de calidad, lo que da cuenta de un imaginario instituido que no solo exalta la publicación en escenarios no nacionales, sino que muestra un desprecio y poco reconocimiento hacia las capacidades locales.
Desde otra perspectiva Varsavsky refería que el virus del “peiperismo” no puede concebirse como un simple instrumento para difundir el conocimiento, sino que también representa una especie de círculo vicioso en donde a mayor cantidad de citas, mayor prestigio para la revista y mayor puntaje para la carrera del (la) investigador(a). Si bien las revistas siempre han sido un instrumento importante para la difusión social del conocimiento científico, a mediados del siglo XX, el prestigio de las publicaciones comenzó a influir cada vez más en la evaluación de la carrera de un científico y así lo demuestra la archirrepetida frase “Publish or perish” (publicar o perecer). Entendemos que es lógico que un(a) investigador(a) quiera divulgar sus papers en publicaciones de alta consulta, el problema surge cuando el medio se transforma en un fin económico en sí mismo por lo cual en las instituciones científicas se paga dos veces por el mismo producto, una vez para producir los resultados y otra para poder acceder a ellos dado el pago que se requiere realizar a las editoriales.
Por otra parte, con uso del Factor de Impacto de la investigación según la publicación de sus resultados en las llamadas revistas indexadas, ha venido siendo objeto de críticas por las cuales organizaciones como la San Francisco Declaration on Research Assessment (DORA) que publicó en Diciembre del 2012 una declaración, en la que recomienda que el FI no se utilice en las evaluaciones relativas a la financiación, a las promociones profesionales y a la contratación de académicos(as). Esta declaración respalda por cientos de investigadores(as), señala que el uso aislado del FI en la evaluación académica es altamente destructivo, porque por una parte las revistas para resguardar una alta posición en el mercado editorial, evitan publicar artículos en áreas o materias menos citadas, lo que trae como consecuencia impedimentos para el progreso natural de la ciencia como tal; y por otra es inadmisible que el uso de un indicador torne a un(a) autor(a) u otro(a) como elegible por el hecho de que haya publicado en una revista de mayor FI, como si fuera más importante saber dónde publicó su obra que la pertinencia y el impacto social de su trabajo en el desarrollo de una mejor vida para todos y todas.
Aunado a las hechos anteriormente descritos, existe también una naturalización de prácticas internas que promueven y estimulan a docentes e investigadores(as) al trabajo académico-científico individual, por lo que no solo existe una cultura instituida para trabajar separadamente y en el mejor de los casos para involucrarnos con otros y otras en calidad de conductores o de líderes de un equipo y no en calidad de pares, sino que se premia en los baremos de desempeño de las y los investigadores el individualismo científico, trayendo como secuelas una preocupante tendencia a la incomunicación entre investigadores(as), una competencia individualista exacerbada para procurarse prestigio y posibilidades de financiamiento, así como también la disgregación y la desaparición de la vivencia de “comunidad” científica, entre otros males.
El individualismo, así como las dinámicas culturales basadas en la competencia, pueden identificarse como valores propios de la Ciencia Moderna, valores que en el caso del IVIC se reflejan en su reglamento interno cuando norma que un investigador(a) para ser nombrado(a) como tal, debe demostrar suficientemente su capacidad para realizar investigación original en forma autónoma e independiente. Tal como lo refiere Perez Witzker parafraseando a Bordieu: “el individualismo científico ivicense es una estructura, estructurada estructurante”, entendiendo por ello al conjunto de formas de percibir, de pensar y actuar que se fueron incorporando en las practicas del y la investigadora IVIC, a partir de un proceso de socialización que determina lo que es razonable y posible en su accionar, estructura que paradójicamente se socializa, sustenta y se defiende en nombre de la libertad para investigar.
Estos y otros hechos, asustan y mucho, no sólo porque éstas sean las prácticas que caracterizan de manera generalizada al hábitus científico actual de investigadores e investigadoras venezolanas, sino porque son justificadas y defendidas precisamente por quienes investigan, impidiendo con fuerza cualquier crítica a la estructura existente, de tal modo que cualquier forma otra que pudiera salirse de lo establecido se convierte en lo impensable. La defensa de lo que afortunadamente ya a algunas y algunos nos inquieta, refleja procesos que nos hacen sentir y “estar-en-lo-ajeno”: ajenos de la realidad que nos circunda, ajenos a preguntarnos libremente fuera y dentro de lo disciplinar, ajenos a la posibilidad de aprender y a transformarnos con y desde el/la otro(a) y de reconocernos como legítimos(as) creadores(as) de modos otros de conocimiento, de formas de construcción, socialización e inclusive valoración. No por ello escuche con gallarda honestidad a una reflexiva investigadora de unn prestigioso centro científico, que no hacia falta salir de Venezuela para asumir que tenia su cerebro fugado, al trabajar en eso que denominamos ajeno.
Para quienes nos asumimos interpeladas(os) por el feminismo y más aún por el acceso abierto y la difusión libre del conocimiento al reconocerlo como un bien común, creemos que en contrarespuesta es necesario resituar la valoración del accionar científico privilegiando por una parte, su compromiso, no con el mercado y la capacidad de investigadores(as) para conseguir subvenciones en el mismo, sino con el impacto que toda investigación debiera tener para la superación de todas las opresiones y explotaciones de clase, de sexo, de género, de etnia, de origen, de edad y otras, así como con la profundización de la justicia social y los principios de la igualdad, la dignidad, el humanismo y la autodeterminación de los pueblos.
Por otra parte, creemos imprescindible como acto para exorcizar el embrujo sonámbulo de la lógica dicotómica, el individualismo y la competitivad, implementar prácticas investigativas colaborativas que rompan con los cercos organizativos, disciplinares y metodológicos existentes, permitiendo con ello generar multiversos transdisciplinarios de la realidad y en consecuencia un procomún de recursos y contenidos productos de la re-mezcla y combinación de diferentes ángulos para mirar, en donde personalmente valoro el angulo de activistas de movimientos sociales, y aproximarnos al complejo entramado desde los que se tejen realidades. Finalmente sentipensamos el quehacer investigativo como oportunidad de desarrollar una verdadera y libre circulación de saberes que privilegie categóricamente la publicación abierta de los resultados de nuestras investigaciones, accionar que desde una perspectiva bioética, implica que devolvamos a la humanidad lo que le hemos secuestrado y le pertenece en tanto conocimiento, concebido como un bien común de todos y todas.
Convencida que desde los aportes desde una ciencia implicada y comprometida, de la que el feminismo como teoría crítica forma parte, podemos hombres y mujeres, investigadores(as) e intelectuales orgánicos(as), re-escribir, pensar, sentir y vivenciar las prácticas científicas como actos de reconocimiento irremediable de quienes somos, de quien es el otro y la otra como uno mismo y como acto decolonizador que nos libera y nos emancipa de la lógica moderna patriarcal que lamentablemente habita y nos habita como colonialidad del saber, del poder y del ser, en el mundo científico que no ha dejado de ser ni colonial ni patriarcal.
A esa ciencia otra, que no invisibiliza ni deslegitima la que existe, apuesto.
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[1]El concepto de habitus es probablemente uno de los más polémicos de Bourdieu, quien retoma la idea de Durkheim, para referirse a disposiciones subjetivas profundas, que determinan las formas de pensamiento, percepción y acción y operan a un nivel pre-consciente. Puede entenderse como una especie de ley interior, producto de la interiorización de la exterioridad que está en el principio de la continuidad y regularidad de las prácticas sociales
[2]Dominación simbólica
[3]El término “sentipensante”, es una noción propuesta por Fals Borda que reconoció haber tomado prestada de los campesinos momposinos de la Costa Atlántica colombiana, para denotar aquella persona que combina en todo lo que hace, razón y pasión, cuerpo y corazón.
[4]Etimológicamente encarnado/da proviene del participio encarnar del latín Incarnāre que significa personificar, representar alguna idea, doctrina, etc. Epistemológicamente se sigue de la ruptura de los dualismos mente-cuerpo, mente-espíritu, razón- emoción, sujeto-objeto, civilizado-salvaje, oriente-occidente y así por delante.(Capra 2002; Núñez Errázuriz 2001; Toro 2005; Varela 2000a).
[5]Hale, C. (2007) describe la alineación del investigador(a) como la afinidad ideológica o política con un grupo organizado, posicionamiento esencial para llevar a cabo una investigación decolonizada. “Se trata, primero, de afirmar que el (la investigadora) es un actor social ubicado: tiene género, cultura y perspectiva política propios, ocupa una posición determinada en las jerarquías raciales nacionales y transnacionales y su formación educativa como investigador(a) le sitúa en un estrato social muy particular” (Hale 2007, p 101).
[6] Perez Witzque investigador del IVIC plantea en su artículo un buen ejemplo de la tragedia que significa la lógica parcelada de la investigación disciplinar al reseñar la existencia de por lo menos cuatro laboratorios de esta institución que realizan investigación básica y aplicada en neoplasias malignas (Cáncer) desde distintos enfoques, sin que las mismas formalmente estén articuladas, dada la inexistencia de vínculos institucionales de integración entre los laboratorios y centros de investigación.
[7] Segun Humberto Maturana la realidad es un Multiverso, en donde cada mundo construido por un observador es igualmente válido y único respecto de otros. Partiendo de la raíz etimológica de la palabra universo que significa en su origen un verso-versión, este autor propone el multiverso como el resultado de las múltiples versiones de las percepciones de las y los observadores, cuyos puntos de vistas siempre están implicado en aquello que descartan, o aquello que aceptan y que asumen como realidad. En ese sentido el Multiverso se convierte en en una trama compleja y situada de dominios de realidades que surgen de los dominios de coherencias de la experiencia de quienes observan.
[8]Maturana usa la palabra lenguajear para enfatizar el carácter dinámico relacional del lenguaje. Al respecto señala: “Cuando el lenguajear se expande como una manera de vivir juntos en las interacciones recurrentes del vivir juntos como miembros de una comunidad lenguajeante, el lenguajear sigue las complejidades cambiantes del vivir juntos y se convierte en una fuente de complejidades adicionales, constituyendo una red de entrecruzamientos de coordinaciones consensuales”
[9] Sobre este caso el Dr Bonilla hace referencia a la nota de The Nation (marzo, 2014), que reseña el despido de Carole Vance y a Kim Hopper, profesores en la Escuela Mailman de Salud Pública de la Universidad de Columbia, quienes se enteraron de que estaban perdiendo sus puestos de trabajo porque no habían atraído suficientes fondos de subvención para sus investigaciones. Señala la nota de prensa que Vance ha realizado un trabajo pionero sobre la intersección de género, salud y derechos humanos y por su parte Hopper, quien divide su tiempo entre Columbia y el Instituto Nathan S. Kline para la Investigación Psiquiátrica, es a la vez un defensor de los sin techo y uno de los estudiosos más importantes del país sobre la falta de vivienda.