Por: Henrique Mariño. Público. 19/02/2017
La incombustible periodista, que narró su propio desahucio en el libro ‘A la puta calle’, acaba de ser nombrada directora de ‘Diario 16’ tras pasar por un sinfín de redacciones.
Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968) es un torrente de palabras que fluyen a través de un tupido paisaje poblado de gestos. Periodista incombustible, acaba de ser nombrada directora de Diario 16 después de pisar la moqueta de un sinfín de redacciones y de sacudirse el frío en la cola del paro. Practica la novela negra, aunque su último libro, A la puta calle, es la crónica de un desahucio en primera persona. Tiene dos hijos: Lucas, que guarda silencio pasillo adentro, y Pepa, que acaba de llegar a casa tras salir del cole.
Huelga de deberes en España. ¿A favor o en contra?
Los niños son los únicos que siguen teniendo una organización industrial en un mundo posindustrial. Todavía tienen ocho horas de trabajo, más las extras. Además, se da la paradoja de que la mitad de los padres no trabaja, aunque ellos siguen cumpliendo con sus horarios. Nadie curra ocho horas: el que tiene mucha suerte trabaja cinco, los que tenemos poca trabajamos catorce y los que no tienen ninguna trabajan dos cada diez días. Los críos son los únicos que nos anclan a una realidad que ya no existe, y los deberes son un ejemplo de ello. Ahora, los padres critican las tareas en casa, porque están todos parados. ¿Cómo iba a estar yo en contra hace una década, cuando curraba desde las diez de la mañana hasta las once de la noche? Entonces, si estaban entretenidos con los deberes, mejor, porque no ponían la tele. Pero ahora los padres recogen a los niños en el colegio a las cuatro de la tarde y quieren tiempo para estar con ellos. Porque están en paro y disponen de él, claro. ¿Si estoy a favor o en contra? Me dan igual tanto los deberes como la educación, que es una norma social.
Usted es de Zaragoza, pero se fue a estudiar Periodismo a la Universidad Autónoma de Barcelona y ya se quedó allí.
Cuando terminé la carrera, carecía de sentido volver a mi ciudad, porque como periodista allí no tenía futuro. Además, yo era un poco punki y me empecé a llevar regular con mi familia. Una parte de ella, la que se imponía, era franquista, por lo que inicié un camino divergente y me quedé en Barcelona treinta años estupendos que acabaron siendo dificilísimos.
Allí viví el inicio de esta crisis, que coincidió con el arranque del movimiento independentista. Fue muy extraño… Yo no estoy en contra del independentismo, pero me hace mucha gracia. En Sigue Leyendo, le hicimos una entrevista a Alasdair Gray, uno de los grandes escritores escoceses, que había apoyado firmemente la independencia de Escocia.
Nos interesaba su punto de vista, porque Artur Mas, el delfín y el tapado de Pujol, había empezado a capitalizar el independentismo en Cataluña. Gray defendía —y yo estaba de acuerdo con él— que un núcleo pequeño de personas pueda aspirar a ser independiente del resto con el objetivo de crear sus propias normas para hacer un mundo más justo en su entorno.
Normas que podrían ser más sociales o, si eres un hijo de puta, más raciales. Pero que ese proceso lo llevaran a cabo los mismos que habían construido un discurso nacionalista repugnante y miserable de lo catalán, que se había construido para robar todo —como al fin se está demostrando—, me parecía una broma de mal gusto. Cuando le contamos que el proceso había sido impulsado por los nacionalistas de derechas, Gray nos respondió: “¡No! ¡Un proceso de independencia sólo puede construirse desde el socialismo!”. Lo daba por hecho y parecía decirnos: “¡Pero estáis locos! ¡Cómo vais a construir un proceso de independencia desde algo que no aspire románticamente a una sociedad más justa!”. Ahí se me complicó mucho la cosa para trabajar en medios de comunicación.
Las CUP.
No entiendo su proceso. Fíjate que me gustaban y las apoyé mucho. Siguen con su lucha outsider, que es lo único que me interesa ya. Ahora lo llaman populismo, pero con la victoria de Trump hemos visto que se refieren a lo que llamábamos antisistema. Cuando un sistema es profundamente mentiroso e injusto como éste, todo me parece bien, porque no puedes expoliar a la inmensa mayoría de la población y decir que la economía va bien. Por algún lado se va a romper, y lamentablemente siempre se rompe hacia la derecha.
Las CUP (Candidatura d’Unitat Popular) fueron uno de los primeros movimientos que me interesó, porque llegaban a las instituciones desde una postura antisistema y de una forma más radical que Podemos. De hecho, me interesan mucho más que Podemos, porque no aspiran a ocupar ciertos cargos. Podemos está tonteando con la socialdemocracia, que es otra repugnancia. Las CUP, en cambio, aspiran a romper el sistema desde dentro y a crear otra manera de entender el pacto social. Pero de repente, ese movimiento, que yo había apoyado, empezó a argumentarme que era una traidora porque criticaba que ellos antepusieran lo territorial a lo social. Y, finalmente, se han quedado con lo identitario, algo que yo no puedo entender.
O sea que, salvando las distancias ideológicas, usted es una Boadella de izquierdas.
[Risas] Yo no me he visto desplazada, sino que me he ido voluntariamente de Cataluña. Cuando manda lo identitario, hay ciertos tics que son imposibles de soslayar. Entre ellos, “el otro”. Cuando opones el “yo” al “otro”, no abarcas toda la diversidad de una sociedad y, en consecuencia, obtienes los peores resultados. Eso es algo que me inquieta. En todo caso, Albert Boadella, desde el plano de la justicia social, es mi antítesis. Tanto él como Félix de Azúa transmiten el mensaje de que los echaron, que también es compartido por un sector de la cultura catalana. A mí no me echó nadie. Simplemente, me dije: “No quiero que mis hijos se eduquen en una sociedad como ésta”. Y no te creas que la española me gusta, pero la encuentro más diversa.
¿Sugiere que el proceso soberanista es una cortina de humo para tapar los escándalos de corrupción del pujolismo?
Sin duda. En su día, denuncié las declaraciones de Artur Mas en las que ridiculizaba el independentismo. Luego, el abrazo a las CUP y el soberanismo construido para mantener el poder me han parecido un engaño a la población. Es muy fácil manejarla de una forma sentimental o sentimentaloide, sobre todo cuando está dolida y escocida con una España repugnante. “Yo me quiero ir de España”, dicen. No te jode, yo también, pero ¿a dónde nos vamos y con quién?
¿Le sorprende que algunos charnegos y sus hijos se hayan subido al carro?
Eso roza la idea de culpa. A veces, me pregunto: “¿Cómo modificar esta sociedad podrida?”. Creo que sólo es posible desde lo local. Son muy interesantes los planteamientos de las alcaldesas de Barcelona, Ada Colau, y de París, Anne Hidalgo. Aunque todo esto viene de Pasqual Maragall, que aspiraba a la subsidiariedad en política: “Dame las mayores competencias posibles y yo construiré una sociedad mejor”. Eso me interesa, pero cuando identificas lo territorial con lo identitario, viene algo que relaciono con la raza. O, si lo prefieres, con la casta o la secta.
Con este material, tendrá pendiente escribir Asesinato en la ANC.
[Risas] El personaje de Forcadell no merece una novela, sino una trilogía.
¿Le gusta Pepe Carvalho?
Me gustaba Manolo Vázquez Montalbán, que era mi amigo y lo echo mucho de menos. Entiendo que vivió una época en la que todos éramos ricos y comíamos en todas partes. ¡Hostia, es que éramos ricos, y luego hemos sido muy pobres! Cuando escucho la construcción de la mentira política y social en la que se basa todo lo que vivimos… Hay dos ejes en la ruptura a la que estamos asistiendo y de la que no nos daremos cuenta hasta dentro de unos años, aunque ahora a todos les parezca que Trump es una cosa que ha salido como una seta. Uno es la pobreza radical y otro, la mentira política. En la España que yo conozco, nunca hemos vivido esas dos bestialidades como ahora, tan feroces… A veces se critica la judicialización de la política, cuando el problema es la judicialización de los medios de comunicación. ¿Por qué todos nos hacen creer que desde 2008 se está juzgando la corrupción para no hablar del verdadero problema, que es la pobreza?
¿Qué ha quedado de la Barcelona de Vázquez Montalbán?
Cuatro viejos sin dientes [risas]. Cuando cerramos Sigue Leyendo, la editorial devino en la La Llibreria de la Lluna, que ha tenido un papel de agitador cultural en el Raval. La lleva Txiqui Navarro, mi socio, un tío de puta madre, pero también la vamos a cerrar en diciembre. Quedan cuatro guiños a una Barcelona que desapareció absolutamente. Pero desapareció la Barcelona de Vázquez Montalbán, la Barcelona de Juan Marsé, la Barcelona de Pasqual Maragall… Han desaparecido todas las Barcelonas. El pregón de la Mercè, a cargo de Javier Pérez Andújar, que es un escritor y un hombre que me interesa, fue vilipendiado y machacado por los independentistas. Y era un pregón profundamente popular y de izquierdas, como tiene que ser un pregón, reivindicativo del tebeo y los quioscos. Me pareció estupendo, pero pensé: “Javier, tú y yo estamos muertos. Tú y yo ya pasamos, no pertenecemos a nada que conozcamos en esta Barcelona”. Fue un canto a lo que murió. Y no queda nada de nada.
¿Cree que todo esto cogió a los escritores con el pie cambiado, hablando de la guerra civil y de otras historias?
Aquí nadie ha hablado de la guerra civil, sino situado tramas dentro de ella. El ejemplo más aterrador es La Vaquilla. En un momento negro, hondo y peludo, los soldados de ambos bandos se pasan cigarros y juegan a raptar una vaquilla. ¡De qué estamos hablando! ¡Están matando y fusilando a gente! ¡Están violando a las chicas en los pueblos! ¡Están rapando a las mujeres y provocando que se caguen por las calles tras darles aceite de ricino! ¡Están dando palizas mortales en los sótanos de las peores comisarías! ¿Y nos ponemos a torear una vaquilla? Bien, lo que se ha hecho en España es usar la guerra civil como escenario para contar una historia de amor o de lo que sea, pero no se ha narrado la contienda; ni algo mucho peor, que es la traición que supuso la transición para aquellos que no recibieron nada en la guerra civil ni en el franquismo, y que lo esperaban todo en la transición. Luego, en 1982, llegó la mayoría absoluta de Felipe González, donde no sólo no les dieron lo que le debían, sino que se lo quitaron definitivamente. Y esa gente ya ha muerto…
En A la puta calle, cuento que hay una parte de España que se ha desplomado y que ya no tiene nada. Ni siquiera un relato, nadie los mira. Tengo la sensación de que todos aquellos creadores de narrativa —del cine a la literatura, pasando por la música— se quedaron en la parte de arriba y son incapaces de mirar hacia abajo, no vaya a ser que se caigan. El problema es que son ricos… Mientras, paso a paso, avanza un régimen totalitario y de ultraderecha. En España ni siquiera nos hemos atrevido a decir que la ultraderecha está en el Gobierno. ¿Que no existe? Se llama Jorge Fernández Díaz, hasta hace poco ministro del Interior, pero podemos llamarlo de otra manera, ahora que ha cambiado el Ejecutivo. ¡A la ultraderecha española la tenemos gobernando!
Algunos defienden que el PP es un dique de contención de la ultraderecha.
No, no, no. El PP es ultraderecha. No hay dique de contención, hay asimilación.
Usted fue una desahuciada atípica.
No. Fui atípica porque lo conté, no porque me sucediera. La mayoría de mis amigos periodistas, a sus cincuenta años y con hijos, vuelve a vivir en casa de sus padres, pero ninguno lo ha contado. Desde 2008, en España han despedido a miles de periodistas y nadie ha salido a la calle a protestar porque somos una profesión obediente, gregaria y triste. Y al quedarse sin nada, es imposible que pudiesen pagar el piso y la comida. Yo, en cambio, lo conté. No fui una excepción, sino que el resto se calló. Fui una desahuciada atípica sólo porque lo dije en voz alta. Me parecía una idiotez seguir acatando la idea de que los desahuciados eran gente del barrio más cochambroso de Carabanchel Bajo o de Villaverde, o un peruano que se había quedado sin casa. No es verdad, y hemos comprado ese mensaje, como tantas otras mentiras de los medios y de la comunicación política. Aunque no me preocupa que mientan los políticos, sino la prensa.
¿Cabe la autocrítica en su caso? ¿En su día, antes de ir al paro, no vivió a tope?
No. Entre una cosa y otra, llegué a cobrar entre 5.000 y 6.000 euros al mes, y pagaba una hipoteca de casi 1.200 euros. Aunque luego todo se volvió más precario —un ejemplo: llevo treinta años trabajando en periodismo y cotizados, sólo siete—, no viví por encima de mis posibilidades. Además, era más barato comprar un piso que alquilarlo. Fue una construcción falsa, que tiene que ver con la voluntad de empobrecimiento de la población. No es inocente: ¿por qué la empobreces? Para poder callarla. De ahí que después se implantase la ley mordaza, que restringe la libertad y sanciona a quienes protestan con multas.
José Luis Arrese, ministro de la Vivienda con Franco, dijo en 1959: “No queremos una España de proletarios, sino de propietarios”.
Claro. Si tienes una patata, te vuelves conservador, porque es tuya y no quieres compartirla. He crecido mucho, porque fui muy tonta. Yo era rica, pero es que yo nací rica. Nunca pude pensar que podría ser pobre, y se lo aconsejo a cualquiera.
Fue la primera mujer que recibió el premio Hammett de la Semana Negra de Gijón. ¿Machismo de género (negro) o, simplemente, una manifestación más del machismo imperante en nuestra sociedad?
Machismo folclórico. En España, la persona que vende más novelas de género negro es Dolores Redondo. Probablemente, la venta de libros escritos por mujeres, y no hablo de género romántico sino negro, supera a la de los hombres. Sin embargo, hay unos pequeños sectores programados por varones, que deciden premios leídos por ellos, que me importan un pito. Es sólo producción industrial y consumo, para mí no tiene nada que ver con la cultura.
Hay quien considera la novela negra un género menor, pese al goce que pueda provocar su lectura.
El problema es que la industria quiere que consideremos como tal una pequeña obra de misterio que entretenga y entronque con el espectáculo. En el caso estadounidense, El camino del tabaco, de Erskine Caldwell, y No es país para viejos, de Cormac McCarthy, son novelas negras; no un género menor, sino literatura bestial. En nuestro caso, uno de los grandes narradores es Vázquez Montalbán. A Pepe Carvalho le tengo especial cariño, porque crecí con él, pero dudo que se hayan escrito muchos libros como Galíndez. ¿Qué es novela negra? Pues depende si eliges como criterio la industria o la literatura. Para mí, debe tratar sobre la muerte violenta y la corrupción. Ninguna como Réquiem por un campesino español, Los santos inocentes o La familia de Pascual Duarte. “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo”.
Fuente: http://www.publico.es/sociedad/entrevista-cristina-fallaras-pp-ultraderecha.html
Fotografía: Jairo Vargas