Por: Natalio Pochak. Revista Hamartia. 04/03/2018
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Una de las cuestiones que me está interesando investigar tiene que ver con volver a pensar el trasfondo político que tiene la clásica, vieja y remanida dicotomía entre lo nuevo y lo tradicional. Y otro proyecto que tengo tiene que ver con los bebés. Pero siempre en contacto con temas relacionado a la educación en general y a la educación infantil en particular buscando la zona intermedia que hay entre la didáctica y la pedagogía, algo que también trabajamos en una serie de entrevistas a personas de la educación, del arte, de la cultura que estamos haciendo con Ángela Menchón desde hace 4 o 5 años en el sitio web nopuedonegarlemivoz.com.ar a partir de las que se está preparando también un libro.
Tu último libro trata justamente de eso. La didáctica y la pedagogía.
Claro. Mi libro más reciente se llama justamente “Didáctica del Nivel inicial en clave pedagógica”. Es como decir… pensemos la enseñanza en el nivel inicial pero no la pensemos como una lista de cómo hacerlos, sino como una conversación en el camino, en la cual hace falta mirar en la historia, en la sociedad, mirar en los futuros deseados, en las utopías. Y darle a todo eso un enfoque integrado.
Y con respecto a lo que enunciaste antes sobre lo nuevo y tradicional ¿Por qué se te vino ese tema en relación a la infancia?
Cuando uno conversa en los ambientes educativos, no solo en escuelas sino también en profesorados y universidades, enseguida los posicionamientos tienden a surgir detrás de grandes banderas: la pedagogía crítica, el constructivismo, la escuela nueva. Como grandes condensadores de sentido, constituyen una premisa de la educación en la que todo el mundo acuerda, y que tiene que ver con darle un lugar de protagonismo a los alumnos, fomentar la conversación, el diálogo y el intercambio – y no la enseñanza pensada como una comunicación unidireccional a cargo del maestro -, promover distintos lenguajes. Tiene que ver con cierta sensibilidad de los maestros por ir más allá del enciclopedismo y de ese apuro por “llegar con el programa” y con que se pueda tomar a la planificación como algo flexible. Pero al mismo tiempo, se coincide con un diagnóstico bastante negativo de cómo estas cuestiones se proyectan sobre la realidad, y tiende a coincidirse en que en las escuelas, más allá de deseo, no logramos concretarlo porque hay una resistencia al cambio, y que en las aulas se sigue viviendo en la íntima certeza de que lo tradicional es más efectivo. Hay como una especie de dificultad percibida en erradicar de las prácticas aquella forma de enseñanza que se identifica con la clase tradicional, expositiva. Ahora bien: yo creo que todo este diagnóstico de ideologías a las que les cuesta ser aplicadas, es falso. Creo que la dicotomía entre lo nuevo y lo tradicional, está mal pensada, desde un enfoque reduccionista de lo que sucede en las aulas. Creo que si muchas cosas que se achacan como tradicionales persisten en las prácticas no es porque somos conservadores (o “resistentes al cambio”), sino porque responden a fines más sociales que didácticos, más políticos que didácticos. Para entender mejor este tema hace falta entender que la escuela no tiene nada de natural, que es un proyecto político que surge de una sociedad que necesita distribuir de una manera lo más igualitariamente posible algo muy valioso como lo es el conocimiento y el acceso a la cultura. Y que una de las cuestiones que nos hacen ruido de la enseñanza tiene que ver con preservar el carácter democrático de la escuela. La enseñanza (y la evaluación en particular) pensadas como una política de estado, tienden a cristalizarse en opciones didácticas compatibles con la educación de masas, que muchas veces se asocia a la didáctica llamada “tradicional”. No es casual que en el nivel inicial se haya desarrollado una manera de enseñar y evaluar de manera distinta al nivel primario y secundario. La existencia de una evaluación que no es medicional, no es certificante, y que no necesita serlo, obedece no solo al hecho de que los alumnos tengan una vivencia del aprendizaje acorde a su edad, sino también a que los objetivos del nivel se plantean desde una certeza mucho más nítida que los contenidos de enseñanza son una mera excusa para educar. Hay funciones sociales diferentes, expectativas diferentes, y eso se plasma en didácticas diferentes.
En cuanto a esto, el concepto de igualdad que se utiliza en el aula es que todos hagan lo mismo en el mismo momento. Aunque hay toda una vertiente de pensamiento que lo está poniendo en discusión y valoran la idea que se realicen actividades simultáneas.
Igualdad y homogeneidad no necesariamente son sinónimos, ni van siempre de la mano. Pensamos a la homogeneidad como cierta crítica a una igualdad forzada que oculta las diferencias de origen de los alumnos, que se leen como diversidad. Aunque la palabra diversidad viene siendo utilizada de maneras problemáticas en las escuelas. Cuando se dice que una diversidad está siendo “respetada”, “tolerada”, “aceptada”, “acogida”, etc. en la escuela, es una falsa idea de diversidad porque el efecto discursivo que tiene es el de plantear a la normalidad en aquéllos que respetan, toleran y aceptan y definir un conjunto de “tribus de diversos” que deben ser incluidos. Y se genera así una relación totalmente asimétrica y de dominio, muy alejada de la idea plural y democrática que impulsó el uso del término “diversidad”.
Reflexiono si no habría qué debatir fuertemente el concepto de alumnos para niños y niñas que tan temprana edad están institucionalizados. Cuestionar en sí el concepto de alumnidad en el nivel inicial. Ser alumno te ubica en un deber ser.
John Dewey decía en algunos de sus textos que la escuela no prepara para la vida sino que la escuela debería parecerse lo más posible a la vida. Porque la escuela ya es una experiencia de vida. Entonces, si vemos la idea de alumno desde este lugar, ser alumno debería ser una buena metáfora de ser ciudadano, de ser buen amigo, de ser buen compañero; es decir que la experiencia de ser alumno puede ser vista como una experiencia que a uno lo va poniendo en situación de vivir con otros, de someterse a reglas, a discutir, a vivir situaciones de conflictos que requieran ser resueltas. En un sentido amplio, ser alumno es aprender una forma de vida acorde a los valores de una época. Sin ponernos filosóficos podríamos decir que ser alumno es aprender a ser contemporáneo. Finalmente, el propósito de una escuela no es que los alumnos se vayan con una lista específica de conocimientos adquiridos, sino que en las vivencias de adquirirlos, algo en el interior de cada uno se fortalezca. El ejercicio de ser alumno es el ejercicio de transitar esa experiencia. Cuando los chicos en el jardín estudian detalles sobre el funcionamiento del organismo animal, por ejemplo, más allá de que ese conocimiento sobre el mundo en el futuro forme parte de su bagaje, de su acervo, lo que hace es ponerlos en situación de mirar el mundo con ojos de científico, de artista, de geógrafo, de poeta. Los cual es algo que no siempre pueden hacer en otro lugar que no sea el jardín. Y aprender a ser alumno es también aprender a mirar el mundo desde estos lugares interesantes.
Esas miradas que afirmás que las instituciones educativas le permiten acercarse a los niños ¿No es mirar al mundo con ojos de niños?
Es una pregunta interesante y difícil de responder. Hay un conjunto de habilitaciones que tanto la escuela como la sociedad les dan a los niños, que tiene que ver con cómo cada cultura y momento histórico define y entiende a las infancias, pero tampoco hay una naturaleza infantil a la que haya que subordinar todas las acciones. Si bien la psicología y más recientemente la neurociencia hacen enormes esfuerzos por definir a los niños para que el maestro llegue a la sala y sienta que ya sabe mucho acerca de las personas que serán sus alumnos, así como la mirada infantil es una mirada de asombro, la mirada del maestro también debería ser de asombro respecto de los chicos. ¿Hay una mirada infantil universalizable?
En el nivel inicial proliferan las metáforas sobre la enseñanza que tiene que ver no con la acción directa del maestro, sino con una acción más indirecta tendiente a crear un ambiente, un escenario, armar una situación de juego en la cual sucedan cosas. Quizás ahí hay una pista interesante para pensar la enseñanza desde un lugar respetuoso hacia aquella mirada infantil, no desde la idea de comunicación o de influencia, sino desde la idea de habilitación de territorios, de abrir puertas, de dejar que sucedan cosas propiciando un ambiente enriquecido. Me parece importante destacar el lugar de la escuela como un lugar de habilitación que puede desplegarse para apoyar una experiencia infantil amenazada.
¿Cuáles son las cosas que amenazan en la actualidad la experiencia infantil?
En principio, el trabajo infantil, el maltrato, el abuso, por supuesto. Pero también la excesiva guionización de la experiencia de los niños detrás de mercados que intentan imponer necesidades infantiles, del mismo modo que la instalan en la experiencia de los adultos. Quizás se adeuda un movimiento por los derechos y necesidades de los niños de la envergadura que tienen los movimientos en defensa de las mujeres, en estos últimos años. Vale la pena pensar en un “Ni una menos” de los niños. En suma, lo que amenaza la experiencia infantil es el mercado. Por el hecho que se vea acosada por la generación de necesidades a través de las publicidades de productos que compite con la cotidianeidad que produce la escuela en brindar un tiempo liberado, entre otras cosas, de las necesidades que impone el mercado.
Con respecto al paralelismo con la lucha que llevan a cabo las mujeres, me parece importante destacar al respecto que los niños no pueden representarse a sí mismos, por lo que la relación de los niños con los adultos es fundamental. ¿Cómo lo ves hoy en día esa relación con respecto a la didáctica y a la pedagogía?
Se está diciendo hace un tiempo que la relación entre adultos y niños está cambiando. Y uno de los temas que se muestra con mayor preocupación es la ruptura de la asimetría, la pérdida de autoridad de los adultos en relación a los chicos, etc. Y se comienza a visualizar a los chicos como poderosos, como protagonistas de esta época. Pero es verdad, como bien señalás, que los niños no puede representarse o sindicalizarse de modos que les permitan visualizarse a ellos mismos como un colectivo, por lo que son poco eficaces en la defensa de sus derechos. No constituyen claramente un colectivo. Pero a contramano de esta observación aguda, se está viendo a los niños como poderosos, porque ellos saben más que los adultos, por ejemplo en el uso de las nuevas tecnologías y el manejo fluido de las pantallas, etc. Y hay una idea exagerada e idealizada en relación a los niños con sus saberes y poderes. Y creo que esta idea a veces va en contra de sus derechos. Porque gran parte de esa idealización tiene bases espurias. El hecho de ver a los chicos cada vez más poderosos tapa el hecho que cada vez más, los chicos están siendo víctimas de un mercado de lo infantil. Hace un tiempo escribí un artículo llamado “Los chicos vienen cada vez más inteligentes” donde profundizaba esta idea. El niño como sujeto de derechos se tiñe con el niño como objeto del mercado, como sujeto de consumo. Creo que este tema es central en este ajetreado comienzo del siglo XXI: cómo adultos y niños podemos pensarnos en términos de derechos, en términos de construcción cultural de una mirada hacia la infancia.
Quizás es momento de repensar el tema de la escuela, el jardín de infantes como monopolio de la institucionalización de la educación de los niños y el modo de organizarse para que contemple más aun las necesidades de los chicos
Hay una enorme diversidad de instituciones que abordan la educación infantil, en educación formal o no formal, de gestión social, cooperativas, a través de ONG`s, hasta existen experiencias canalizadas a través de movimientos revolucionarios. Esta diversidad es señalada por organismos internacionales como un problema porque dificulta la gestión. Yo creo que tiene ventajas y desventajas, pero no deberíamos pensar en “derrocar” un supuesto monopolio de los jardines de infantes, porque más allá de que haya cosas cuestionables, la pata estatal oficial tiene un modo de organización institucional que es superadora de la forma de organización institucional de la escuela primaria. Es el único ejemplo masivo a nivel mundial de una forma educativa que encarna los valores de la escuela nueva, que trata de acercar a las prácticas cierta idea de constructivismo y de la pedagogía crítica, aun con todos los límites que tiene por el carácter paradójico de la educación que se manifiesta como lo hablamos al principio, sobre esta percepción de prácticas conservadoras a pesar de las ideas progresistas y que se explica por la falta de una reflexión profunda del carácter social de la educación y sus demandas cotidianas a nivel didáctico.
Volviendo al tema de lo nuevo y lo tradicional ¿No es momento de pensar el trabajo en pareja pedagógica y que las mismas puedan conformarse con diferentes profesionales?
Por supuesto, hay hermosas experiencias de trabajo con diversos profesionales. Y en ese sentido, y retomando este contraste que mencionabas entre la oferta estatal oficial y las múltiples formas institucionales que adquiere la educación infantil, vale la pena reconocer en cada ámbito buenas y malas prácticas. Es decir, ver dónde hay compromiso, dónde está la energía propia de lo educativo que tiene que ver con mirar a otro desde un lugar respetuoso y de promover formas de autodescubrimientos, de realización y de superación; y ver también dónde hay experiencias que no educan, sino que guardan a los chicos (de ahí la expresión “guardería”) para que estén seguros mientras sus padres están trabajando, pero que no despliegan dispositivos educativos que esos chicos se merecen. El trabajar con otros nos enriquece, y la pareja pedagógica es uno de esos dispositivos que, bien usados, suman a lo educativo. Los jardines de infantes si no trabajan en parejas pedagógicas es por una cuestión de presupuesto, porque nadie puede poner en duda la potencia de una pareja pedagógica o el beneficio que un aula está a cargo de dos docentes.
¿Cómo estás viendo la formación de docentes?
Puedo hablar más desde la experiencia de ser formador de docentes en esta coyuntura que nos toca transitar. La formación docente en la Ciudad de Buenos Aires ha estado atravesada por un conjunto de acontecimientos que la enriquecieron, creció en duración, debatió y perfeccionó sus planes de estudio, incorporó roles y espacios. En constaste, en la actualidad el nivel superior de formación docente está conmocionado porque un proyecto de ley presentado por la Ministra de Educación, Soledad Acuña, plantea la disolución de todos los institutos de formación docente para redirigir esos recursos a una única institución de carácter universitario. Pero esto que se muestra en apariencia como la “creación” de una universidad, en la práctica es el derrocamiento autoritario de un modo de gobierno y de la organización institucional que tiene la educación superior, su plan de estudios, todo un conjunto de identidades institucionales, algunas centenarias, que vienen siendo el espacio del desarrollo de la formación docente de la ciudad. Hay una enorme preocupación por este proyecto, porque no hace falta indagar mucho para reconocer que es lisa y llanamente un ajuste económico. Pero la comunidad educativa no cambia por decreto, las discusiones que se están llevando a cabo no cambian por decreto, las convicciones de los maestros acerca de cómo se construyen buenas prácticas docente no se puede cambiar por decreto… Por eso, si llega a concretarse este proyecto, echarán a algunos docentes, reducirán el presupuesto, pero de ningún modo debilitarán los debates y el trabajo gigantesco que se hace en los profesorados. Aun el gobierno no presentó el proyecto de manera pública, no se hizo mención públicamente ningún indicio de cómo se pretender organizar la nueva formación docente en la ciudad. Sí se puede conjeturar en base a lo que se mostró en los programas de TV o las revistas, que se perfila a construir un curriculum en el que conceptos como pensamiento crítico o construcción colectiva, brillen por su ausencia y se reemplacen por conceptos del mundo empresarial como “emprendorismo”, la nueva palabra estrella que se está buscando imponer. En pocas palaras, diría que la comunidad educativa en su conjunto, en forma prácticamete unánime y rotunda, está muy alarmada por esta amenaza y muy dolida porque el Estado, que debiera resguardar la educación pública, se propone desarticularla.
Para finalizar ¿Cómo ves a la infancia en este comienzo del siglo XXI?
Preguntar por la infancia no es preguntar por los niños. Sino que es preguntar por cómo la sociedad mira a los niños. Cómo los define, qué espacio crea para ellos. Cómo lo infantil aparece en las distintas expresiones de la cultura, de la vida cotidiana, de nuestra economía, etc. Y creo que ser niño en esta sociedad de comienzos del siglo XXI, es una experiencia plena de posibilidades. Ya que el niño ocupa un lugar inmenso en la vida social que quizás nunca antes ocupó, pero este lugar inmenso está disputado por energías que tienen que ver con la constitución de la ciudadanía, de las subjetividades críticas y también disputados por las aves de rapiña de las que hablábamos antes… Ese espacio inmenso se lo ocupa con mayor ciudadanía o lo ocupan los nichos del mercado. La escuela está para preservar el lugar de la infancia como lugar pleno de posibilidades mediante el ejercicio de una alumnidad sana, democrática, situada en el centro de los debates pedagógicos, que son debates políticos. Si nos pensamos como emprendedores, y no como maestros, el espacio será ocupado por los nichos del mercado. Vivimos una época en la que nos suena dos o tres veces al día el teléfono para invadirnos con publicidades engañosas, en la que todo el tiempo debemos leer la intención de ser atrapados sin permiso por redes comerciales invasivas, en la que se nos ha vuelto natural el tono entusiasta e hipócrita de las publicidades y las necesidades instaladas alrededor de los productos de consumo masivo. En este contexto, creo que el compromiso de los educadores es el de sacarle un buen provecho a ese protagonismo social que tiene la infancia en la sociedad y preservar a los niños y a las infancias de estas formas de avasallamiento, educando para la ciudadanía y para reforzar lazos sociales que no deben seguir debilitándose.
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Fotografía: Julian Andreu